Hector García Barnés es uno de los cientos de periodistas esforzados (se ‘curran’ lo que escriben) que, lamentablemente, no estudiaron STEM y siguen creyendo en explicaciones causales literarias – retóricas, míticas – de los fenómenos sociales de los que se ocupan en sus crónicas. La última de éstas se refiere a los estereotipos en los maestros. Los maestros tienden a poner notas más altas a las chicas, a los alumnos que proceden de entornos culturales más elevados y a los inmigrantes. Hasta ahí, nada que objetar. Es otra forma de decir que somos humanos y que los maestros son humanos. Cualquier antropólogo o psicólogo evolucionista explicaría, por ejemplo, que la tendencia a proteger a las mujeres está incrustada en los varones y en las propias mujeres y que también lo está la tendencia a ayudar al que se percibe como más necesitado (sobre todo si puede hacerse sin coste significativo para el que presta la ayuda), por la intensa interdependencia de unos humanos respecto de otros en toda la historia evolutiva de nuestra especie.
Donde hay más objeciones es en deducir, sin pruebas, que los estereotipos causan daños reales, efectivos a los sujetos que los sufren. Así, por ejemplo, Barnés dice, en un momento que los estereotipos de los profesores respecto de sus alumnos – esos que les llevan a poner notas más altas a las chicas, a los inmigrantes o a los estudiantes de entornos más cultivados – son sorprendentes:
los docentes favorecen a las chicas y los estudiantes de alto capital cultural a la hora de evaluar sus trabajos, pero que discriminan a los chicos, los inmigrantes y los estudiantes de clase baja a largo plazo, generando un posible efecto pigmalión: no confían en que vayan a llegar muy lejos.
… el experimento muestra que la confianza a largo plazo hacia los estudiantes de origen migrante, de clase trabajadora o de los varones es muy inferior cuando se les pregunta si llegarán a Bachillerato. Lo que puede funcionar como un efecto pigmalión, empujándolos a fracasar.
Estos dos párrafos parecen contradictorios. O bien los estereotipos de los maestros son beneficiosos para los que los sufren porque compensan la menor autoconfianza de los estudiantes, menor autoconfianza que les llevaría a abandonar los estudios ya que, al aprobarlos ‘por la cara’, los estudiantes compensan y siguen estudiando (2º párrafo) o bien nos está diciendo Barnés que los sesgos de los docentes perjudican a los chicos al reflejar que “no confían en que vayan a llegar muy lejos” minando su autoestima. Que Barnés tiene querencia por la creencia en que los sesgos producen daños reales es mi interpretación preferida a la luz de este otro párrafo
Por ejemplo, las chicas y los estudiantes que muestran en sus redacciones un nivel cultural más alto son valorados de forma más positiva (aunque no se esté evaluando eso), tal y como se espera por la teoría de la reproducción social y cultural de Pierre Bourdieu: la educación reproduce las desigualdades sociales existentes premiando a aquellos que tienen ventaja de partida.
Esta explicación de los efectos de los sesgos y los estereotipos es semejante a una tesis muy extendida hace años en el Derecho Mercantil respecto al fundamento de la prohibición de la publicidad engañosa. Si definimos publicidad engañosa como toda aquella que es susceptible de inducir a error a algunos consumidores y prohibimos ‘inducir a error’ en la publicidad, estaremos privando a los consumidores de mucha información valiosa. La que recibirían - de no prohibirse la publicidad - todos aquellos que no son inducidos a error por ella. Un legislador sensato – no un progresista español – prohibirá sólo la publicidad engañosa que, además de ser susceptible de inducir a error a algunos de sus destinatarios, puede, con significativa probabilidad, causar daño económico a los consumidores.
Por ejemplo, una publicidad que dice “la leche desnatada Puleva tiene todo lo bueno de la leche sin nada de grasa” hace creer que la leche desnatada conserva las vitaminas liposolubles, lo que es falso y, por tanto, susceptible de inducir a error a los consumidores. Pero el contexto en que se realiza esa publicidad es uno competitivo: hay muchos otros productores de leche desnatada. Esto permite predecir que el error será corregido por los otros productores, que anunciarán que su marca de leche añade vitamina A que es la vitamina liposoluble más presente en la leche y que desaparece, claro, si se extrae la grasa de la leche. Un legislador sensato se limitará a no declarar engañosa la publicidad de Puleva. Es decir, a no hacer nada. Porque no hacer nada es lo que debe hacer un legislador que persiga maximizar el bienestar general (primum non nocere, lo primero es no dañar). El juego del mercado hará que la 'inducción a error' de Puleva no cause daño a los consumidores. Al contrario, desencadenará una dinámica que mejorará la situación de todos los consumidores que ahora saben eso de las vitaminas liposolubles.
Pues bien, estos periodistas y buena parte de los pretendidos científicos-sociales cercanos a la política legislativa suelen omitir este segundo paso del razonamiento. Es decir, deducen de la existencia de estereotipos y sesgos en el razonamiento y la conducta humanos la producción de daños – discriminación – para los que ‘soportan’ tales estereotipos o sesgos. Y la realidad es que en la inmensa mayoría de los casos, los sesgos y los estereotipos ‘nos sirven bien’, es decir, nos ayudan a tomar decisiones eficientes (rápidas) y productivas y, si en determinados contextos pueden producir daños, hay que confiar en que tales daños se evitarán como resultado de las reacciones de los demás ‘partícipes’ en los juegos sociales en los que tales estereotipos y sesgos se despliegan. Se lo advierte a Barnés el autor del estudio:
“Todos tenemos una serie de sesgos implícitos de los que necesariamente no somos conscientes. No por tener ese sesgo implícito quiere decir que te vayas a comportar de forma racista: por ejemplo, los profesores tienen sesgos implícitos respecto a los inmigrantes, pero eso no se traduce en el comportamiento real”.
Yo diría más: aunque se traduzcan en comportamiento real, no es probable que ese comportamiento real cause daño a nadie.
Otro ejemplo es el del artículo de Lola Pons en EL PAÍS. Pons es catedrática de universidad. El más alto escalón de la academia española. Deberíamos exigirle que razone científicamente aunque sea profesora de Literatura y Lingüística y no de Física Teórica. Cuenta la profesora sevillana que
Una vez más, tengo delante de mí en el aula una mano levantada de un estudiante y a su alrededor a 40 alumnas calladas.
… por qué las intervenciones más extensas son las de ellos y no las de ellas. No hablo de calificaciones ni de resultados académicos: hablo de levantar la mano para preguntar, o de contestar de forma resuelta (equivocada o acertadamente) a una pregunta lanzada por el profesor, o de tomar la palabra sin estar deseando soltarla al segundo de asumir el turno
Pons trata de explicarnos que lo suyo es “científico”
Quiero incluir aquí algunos datos estadísticos por respeto a los lectores, … la socióloga Janice McCabe expuso en un trabajo científico de 2020 cómo en clases universitarias los alumnos varones hablan en público 1,6 veces más que las mujeres. … Sí, el tópico nos retrata a las mujeres como locuaces y parlanchinas, pero parece que en las clases nos sentimos menos cómodas para hablar. Y si salimos del aula no varía el reparto de tiempo en el turno de palabra: en entornos de conversación recreada (la producción audiovisual), los diálogos reservan constantemente menos guion a las mujeres; en ámbitos muy igualitarios como las cámaras parlamentarias (equilibradas incluso por cuotas en las listas electorales), la producción discursiva femenina, contada en minutos, es siempre menor que la masculina.
Hasta aquí (con algún cabo suelto ‘nos sentimos menos cómodas para hablar’), Pons describe hechos: las mujeres hablan menos en público que los hombres, en promedio en situaciones en las que participan juntos hombres y mujeres. En las aulas, en las tertulias televisivas, en los guiones cinematográficos.
¿Dónde abandona la escena la Pons académica y entra la Pons/Barnés woke y posmoderna? Cuando redescribe los hechos en términos valorativos: que los hombres hablen más que las mujeres en promedio es “mal”. Es perjudicial para las mujeres. Es discriminatorio. Lo ‘bueno’, lo ‘correcto’ debería ser que – en sus clases de literatura en donde confiesa que hay 1 chico y 40 chicas – el chico ‘ocupara’ sólo el el 2,5 % del tiempo que hablen los estudiantes en clase y su mano debería levantarse sólo una de cada 40 manos que se levanten en clase. En efecto, dice Pons que “algo no termina de funcionar”, es decir, sugiere que es un estado de cosas insatisfactorio porque las mujeres deberían hablar en público tanto como los hombres y que si no lo hacen es porque “hay una parte de la comunicación femenina que está por afianzarse”, es decir, que hay algo que les “falta” a las mujeres. Que a las mujeres les debería “gustar” hablar en público tanto como a los hombres (en promedio) de la misma forma que les debería gustar jugar al fútbol tanto como a los hombres de manera que el 50 % de todos los jugadores de fútbol fueran mujeres. Pons acaba su artículo con una ‘llamada a la acción’ ¡Adelante, chicas, no podéis seguir calladas! ¡se lo debemos a las chicas de toda la historia del mundo que quisieron hablar y no se lo permitieron! ¡aunque nadie os lo impide ahora y no os apetece, tenéis que hablar por el bien de la mitad de la humanidad! ¡Al sacrificio por la hermandad de todas las mujeres desde Eva hasta Ana, la niña que ha nacido hoy en Madrid!
Llegados a este punto creo que depende de nosotras levantar la mano, arriesgarnos a decir una absoluta necedad o una rotunda verdad (en la misma proporción que ellos), no pedir disculpas anticipatorias por ello: hablar y, si es el caso, no permitir que nos interrumpan. Por eso ahora soy yo la que tiene la mano levantada para preguntarles a mis estudiantes universitarias por qué siguen calladas. Porque estoy delante en la pizarra esperando que alguna de vosotras levante la mano y hable, pregunte o diga, en homenaje a todas las mujeres que no pudieron ocupar un pupitre universitario y para que no suene la voz femenina en nuestras clases solo por boca de la enamorada de las jarchas o de Jimena, esposa del Cid.
El problema es que a Pons no le gustan sus alumnas y quiere cambiarlas. Al contrario que muchas feministas, que quieren cambiar a los chicos para que dejen de ser 'chicas defectuosas', Pons quiere cambiar a las chicas. Porque Pons cree que las chicas de su clase no intervienen más porque hay algo en ellas que está mal. Si hablara con Barnés, éste le diría que son los estereotipos que han ‘mamado’ en casa y en la escuela que les meten en sus preciosas cabezas de largos cabellos que están mejor calladas Es decir, los Barnés y Pons de este mundo han encontrado una explicación acientífica pero que se corresponde con sus propios prejuicios, lo que Nozik llamaba ‘sociología normativa’ o dar por buenas como causas de un fenómeno las que nos gustaría que fueran las causas de ese fenómeno: la violencia en la pareja está causada por el machismo; el aumento de la delincuencia es producto de la inmigración; las mujeres no estudian matemáticas porque su enseñanza las aleja de ellas y las chicas no hablan en clase porque les han metido en la cabeza que ‘tais toi et soit belle.
De nuevo, una explicación basada en la psicología evolutiva permitiría a Pons reconciliarse con sus alumnas. Las chicas hablan menos en clase que los chicos porque no les gusta tanto hacerlo como a los chicos. En el mercado del apareamiento, los chicos han nacido para ‘pavonearse’, para ‘lucirse’ ante las chicas (¿qué es el deporte competitivo sino una orgía de lucimiento masculino frente a las chicas que permanecen como espectadoras?) Recuérdese el chiste del varón que mete la tripa y al cabo de un rato pregunta ‘¿se han ido las chicas?’ y cuando le dicen que sí, respira y deja que su vientre se expanda y muestre la barriga cervecera en toda su gloria (¿se entiende por qué el fútbol femenino sólo atrae a los padres y a las novias y novios de las jugadoras?) Hablar en clase es una decisión racional para los chicos (no tienen tanto sentido del ridículo y, si les sale bien, aumentan sus posibilidades de mejorar su nota y de éxito en el mercado romántico del apareamiento). Las chicas han nacido para seleccionar, para evaluar, para juzgar qué varones son preferibles como pareja. ¿Por qué se van a arriesgar las chicas a meter la pata hablando espontáneamente en clase si no tienen nada que ganar de hacerlo ni en términos de una mejor calificación – el profesor se dará cuenta de lo que saben cuando corrija el examen o los trabajos – ni en términos de apareamiento – los chicos tenderán a considerar a la chica que habla en clase como una competidora, no como una posible pareja -?
Naturalmente, no estoy seguro de que ésta – la mía – sea una buena explicación de por qué las chicas no levantan la mano en clase. Pero podrían diseñarse estudios que la refutaran. Por ejemplo, ¿intervienen más las chicas cuando no hay chicos presentes? y, viceversa ¿el nivel de intervención de los chicos es el mismo en clases de solo chicos? Pero estoy convencido de que es una mejor explicación que la de Pons (“hay una parte de la comunicación femenina que está por afianzarse”).
La tercera pieza de convicción es un estudio sobre el lenguaje en los documentos de las llamadas ‘start-ups’, esto es, las empresas de base tecnológica en las cuales, el predominio masculino entre fundadores y ‘emprendedores’ es abrumador. Los autores encuentran que hay
una diferencia de género medible en el contenido lingüístico de los estatutos entre las empresas fundadas por mujeres y las fundadas por hombres. Más específicamente, empleamos metodologías de aprendizaje automático computacional para mostrar que los estatutos de las startups fundadas por mujeres se parecen sustancialmente menos a los estatutos de las fundadas por hombres que lo que se parecen entre sí los estatutos de las fundadas por hombres,
de lo que deducen (!) que
Las mujeres fundadoras se enfrentan a un panorama de gobernanza formal que, como era de esperar, es distinto al de sus homólogos masculinos
Pero, a continuación, explican que esas diferencias en el lenguaje no se traducen en un “peor trato” de las mujeres-emprendedoras en comparación con los hombres-emprendedores por parte de las empresas de venture capital (‘capitalistas de riesgo’) que financian las start-ups
Si bien las mujeres fundadoras parecen llevarse la peor parte en algunas áreas de gobernanza (como la mayor frecuencia de dividendos acumulativos y derechos de nombramiento de consejeros para los capitalistas de riesgo, así como la menor frecuencia de las disposiciones de "pago por juego"), reciben un trato más favorable en otras (como los derechos de participación de las acciones preferentes (las que se quedan los capitalistas de riesgos), ciertos derechos de veto preferentes, y exenciones fiduciarias para los inversores de capital de riesgo (que puedan competir con la start-up).
Es más, esas diferencias
son numéricamente modestas y no estadísticamente significativas. En conjunto, no descubrimos patrones sistemáticos de género en nuestro análisis de las disposiciones sustantivas de gobernanza, un hallazgo que nos parece sorprendente y que contrasta con las predicciones que suelen surgir de las teorías económicas de la discriminación en entornos de mercado.
De nuevo, aunque los venture capitalists tuvieran estereotipos de género sobre las mujeres fundadoras de empresas y pretendieran proyectarlos (comportándose de una forma más paternalista cuando la fundadora es una mujer, por ejemplo) sobre la financiación de la empresa, cabe esperar que el mercado – muy competitivo – del venture capital elimine cualquier efecto de dichos estereotipos. Simplemente, los venture capitalists que no los sufran, podrán hacer mejores ‘deals’ cuando la fundadora de la start up es una mujer que sus competidores.
Y es que, como cuenta Veljanovski que dijo un periodista económico australiano de una propuesta legislativa del tipo de las que nos tienen acostumbrados los progresistas españoles, se trataba de una propuesta
… altamente intervencionista, propia de una mente jurídica. Ignora muchas de las consecuencias económicas… y recurre a la convicción del jurista de que todos los problemas del mundo pueden resolverse si tuviéramos las leyes adecuadas.
Encontrar un jurista que entienda y respete las fuerzas del mercado es tan difícil como encontrar un fabricante de ropa para bebés que entienda y respete el celibato. La mente entrenada jurídicamente no puede comprender que nunca es posible derrotar a las fuerzas del mercado, solo distorsionarlas para que reaparezcan de maneras inesperadas
Los juristas hemos dado la batalla por perdida y ya no pretendemos que cualquier problema puede resolverse con la legislación adecuada. Ahora son los politólogos, filósofos, filólogos, sociólogos, pedagogos y periodistas que han sustituido a los juristas en las camarillas que rodean a los políticos, los que creen que todos los problemas se deben a las causas en las que ellos son especialistas y que se resuelven con fórmulas magistrales propias, no de los boticarios, sino de los alquimistas. Por desgracia, los primeros actúan sometidos al juramento hipocrático y los últimos son fervientes creyentes en los milagros y en la homeopatía.