Economics is a collection of models, along with a system of navigation among
models
La idea más importante contenida en el libro de Rodrik es que la Economía es
una Ciencia Social, no una Ciencia sin apellidos. Y las Ciencias Sociales no
funcionan exactamente igual que las Ciencias sin apellidos. El libro va de "modelos" que es lo que hacen los eocnomistas. Nos recuerda la
historieta de Borges sobre los mapas: un mapa que refleje exactamente la
realidad es inútil porque tendría que ser a escala 1:1 y dejaría de ser un mapa
para ser el territorio reproducido en él. Los economistas construyen modelos de
la realidad para simplificar ésta y hacer tratables los problemas que estudian.
El problema de los economistas ha sido su excesiva influencia en las políticas
públicas. Era, probablemente, inevitable. Al fin y al cabo, sólo los economistas
y los juristas se ocupan casi exclusivamente de las relaciones de cooperación y
competencia entre los individuos que forman una Sociedad.
Buena parte del libro está dedicada a explicar qué son los modelos y para qué
sirven y para qué no sirven. Y a advertirnos de lo necesario de disponer de
cuántos más modelos, mejor. La Economía – como el Derecho – avanzan
horizontalmente, no verticalmente. Porque la realidad que estudian no es sólo de
una variación casi infinita, sino porque el objeto de estudio cambia geográfica
y temporalmente. La carrera de Rodrik en el ámbito de la Economía del Desarrollo
explican su aproximación a la Metodología. Con buenos resultados:
“El conocimiento se acumula en la Ciencia Económica no verticalmente, al
sustituir los modelos existentes por otros mejores, sino horizontalmente, al
añadir nuevos modelos que explican aspectos de lo que observamos en la realidad
que no habían sido contemplados por los anteriores. Los nuevos modelos no
reemplazan realmente a los antiguos. Proporcionan una nueva dimensión que puede
ser más relevante en determinados contextos”
Y, progresamos porque entendemos más “trozos” de la realidad. Pero no
descubrimos “leyes de la naturaleza (de la sociedad)”, descubrimos y entendemos
las “posibilidades de la Sociedad”. Los economistas – como los juristas – forman
reglas o
principios a partir del análisis de “casos”
El pecado original de los Economistas se encuentra en su mayor éxito
intelectual: la teoría del equilibrio general, la prueba matemática de que, si
los mercados funcionan de forma perfectamente competitiva, la riqueza de una
sociedad se maximiza y no es posible reasignar, con ganancia, los recursos (la demostración matemática del Teorema de la mano invisible). Este
modelo dio a los economistas “el” modelo para utilizarlo al examinar cualquier
problema o institución. Sólo había que comparar el problema en cuestión con el
modelo y extraer las consecuencias de policy ajustadas al modelo. Por
ejemplo (p 17) ¿qué pasa si un país emergente empieza a recibir capitales desde
el extranjero en grandes cantidades? ¿mejorará su tasa de crecimiento? Pues…
depende, nos dice Rodrik si
“el crecimiento de la economía (de ese país) está
viéndose constreñido por la falta de fondos para ser invertidos o porque las
inversiones generan una rentabilidad baja por culpa, quizá, de que los impuestos
son demasiado altos”.
¿Se acuerdan de nuestra burbuja? La culpa fue de que teníamos demasiado crédito, no de que teníamos demasiado poco.
Del mismo modo, los modelos que pretenden validez
(utilidad) general se someten a la crítica que consiste en modificar las
asunciones para ver si “sigue funcionando”. Y, cuando se demuestra que tal no es
el caso, eso no conduce al modelo al cubo de la basura. Enriquece la caja de
herramientas de los economistas salvo que bajo ningún conjunto de circunstancias
el modelo permita explicar la realidad. Esta idea del avance “horizontal” nos ha
parecido la más original del libro y la más valiosa para explicar el quehacer de
otros científicos sociales. Ni siquiera el principio de la ventaja comparativa
ni, por supuesto, el teorema de la mano invisible funcionan bajo cualquier
conjunto de asunciones críticas.
Las cosas hay que hacerlas tan simples como se pueda, pero no más. La cita de
Einstein nos la recuerda Rodrik al hilo de los modelos: un buen modelo es aquel
que explica un “trozo” de la realidad. Modelos demasiado complejos, resultan
intratables. Demasiado simples, inútiles. Tirando de Demsetz, nos explica que
asumir que la gente se comporta racionalmente no es realista pero no hace ningún
daño a la capacidad explicativa de un modelo que trata de explicar cómo
funcionan mercados de productos de consumo competitivos, pero hará mucho daño si
pretende explicar la conducta de los individuos en relación con su jubilación.
La racionalidad es una “asunción crítica” en este segundo caso (
“an assumption
is critical if its modification in an arguably more realistic direction would
produce a substantive difference in the conclusion produced by the model”) y,
por eso, es imprescindible que el modelo sea realista en relación con dicha
asunción.
Como dice Pfleiderer comentando el cuento del economista, el físico y el químico en la isla desierta
"Un abrelatas asumido pero inexistente no abrirá una lata de sopa realmente existente... Si las asunciones críticas para el resultado son patentemente falsas, el modelo no será tomado en serio... Construir modelos teóricos es una labor que se realiza, a menudo, para entender las implicaciones - consecuencias - de un conjunto determinado de asunciones... que serán, o no, aplicables al mundo real... Cuando cogemos un modelo de la biblioteca de modelos y examinamos si es aplicable al mundo real, es razonable preguntarnos si está basado en asunciones que se corresponden con lo que sabemos que sucede en el mundo y capturan factores que son de una importancia de primer orden en el mundo real"... La cuestión no es si debemos juzgar la utilidad práctica y la aplicabilidad de los modelos por el realismo de sus suposiciones. Debemos hacerlo y lo hacemos habitualmente. La cuestión es cuándo la falta de realismo es relativamente inocua - son simplificaciones para hacer tratable y útil el modelo sin crear serias desconexiones con el mundo real y sin que nos lleve al mundo de la fantasía - y cuándo el tipo de suposiciones nos debería llevar a rechazar el modelo".
Las fábulas tampoco son realistas pero tienen valor para entender la
realidad. Y lo que vale para los modelos, vale para los experimentos: los
experimentos de la psicología o de la Economía no son experimentos científicos
por las mismas razones.
La arrogancia de los economistas – nos dice Rodrik – se refleja en ignorar,
cuando no despreciar, el trabajo de las otras ciencias sociales, arrogancia que
se contrapone al extraordinario nivel crítico con que los economistas tratan a sus colegas.
Citando a
Pauli, Rodrik nos recuerda que hay mucha más pseudociencia y afirmaciones
que “
no son ni siquiera incorrectas” en otras ciencias sociales gracias, en
buena medida, al rigor en la construcción de los modelos y al uso de las
matemáticas que reducen las ambigüedades que son la madre de casi todas las
confusiones. Seguimos sin saber qué pensaba realmente Schumpeter (el gran economista cuyos libros no contenían ecuaciones), pero sabemos
exactamente por qué Rodrik o cualquier otro economista actual está equivocado en
cualquiera de sus
papers.
La otra idea central del libro de Rodrik también relaciona la Economía con
otras Ciencias Sociales, especialmente, con el Derecho. No se trata sólo de
avanzar construyendo más y mejores modelos, adaptados al trozo de realidad
social que queremos explicar. Se trata de inventar los instrumentos que nos
permitan “navegar” entre los distintos modelos, o sea, las “instrucciones” que
nos permitan saber qué tipo de modelos explican mejor qué trozo de la realidad y
elegir adecuadamente. Los juristas que lean estas líneas se sentirán
reivindicados. Distinguir y situar adecuadamente la relación regla-excepción y
los contornos – ámbito de aplicación – de cada regla o principio son las labores
propias de los juristas académicos. La “validez externa” de un modelo, nos dice
Rodrik es siempre contingente: “depende del contexto en el que se aplica el
modelo”.
El tercer bloque del libro de Rodrik se refiere a la “cuestión de los
valores” en el estudio de la Economía. El mejor piropo que se me ocurre es decir
que hacía tiempo que no leía algo tan sensato y convincente al respecto. Captura
perfectamente la idea de por qué los mercados son “amorales” (no necesitamos de
la moral – en el sentido de postergar el propio interés para permitir la
realización del interés de otro - para sostener la cooperación que tiene lugar a
través de intercambios pacíficos y voluntarios) cuando dice que
“desde el punto
de vista de la Sociedad, el antídoto a la persecución de ventajas materiales por
parte de algunos es la persecución de ventajas materiales por parte de otros
muchos. La competencia irrestricta y libre neutraliza las patologías que podrían
aparecer en otro caso”.
Cita a Hirschman que nos enseñó que es preferible una
Sociedad en la que la gente trata de
hacerse
rica intercambiando en el mercado que otra en la que domina la violencia y la
dominación de los demás como medio para apoderarse de sus bienes. Y defiende
la buena reputación de los economistas como sujetos morales cuando recuerda que
no es que estudiar Economía te vuelva más egoísta, sino que los que estudian
Economía eran ya más egoístas cuando decidieron estudiar Economía y que, si algo
hace el estudio de la Economía, es “mejorar” a estos estudiantes.
Y la Economía hace mucho más por resolver los problemas sociales que las
exhortaciones morales. Rodrik aduce el caso del calentamiento global. Como los
economistas toman a los seres humanos “tal como son”, confían, cuando hacen propuestas de política legislativa, más en los
incentivos y en las causas que explican por qué los seres humanos se comportan
como lo hacen que en cómo deberían comportarse ¿Qué es más eficaz para reducir el calentamiento global?
¿un impuesto sobre las actividades contaminantes o “campañas de educación,
incrementar la concienciación o lanzar mensajes moralizantes?
Esta aportación de los economistas a las discusiones públicas no puede ser
más trascendente. Recuerden lo que nos ha pasado con los motores diesel en Europa. ¡Puede que hubiera algunos (no muchos, no se lo crean) que se compraran un diesel para emitir menos CO2! Hemos acabado llenando nuestras ciudades de NO2.
La discusión, entre nosotros, respecto de los asesinatos de
mujeres por sus parejas y ex-parejas es un ejemplo extremo: el discurso público al respecto sólo puede plantearse en términos morales lo que imposibilita su discusión racional. ¿Cabe imaginar
una España en la que no haya ni un solo asesinato de este tipo? ¿Es España un
caso de éxito en este ámbito o es un ejemplo de fracaso colectivo en comparación con otros países que aplican políticas legislativas semejantes o distintas? ¿Qué es mejor
para reducir el número de asesinatos? ¿Educar a los niños en la igualdad de
hombres y mujeres? (para lo que tendríamos que educar
a
todos los niños del mundo no vaya a ser que acaben viviendo en España y matando
aquí a su pareja o expareja) ¿o aumentar las posibilidades (y la
educación) de autodefensa y la protección de las mujeres para las que la posibilidad de ser asesinada por su pareja o ex-pareja sea una posibilidad mínimamente realista? ¿Cabe esperar que aumentar las penas
para estos asesinatos tenga efectos preventivos dadas las características
mentales de estos asesinos? ¿O decir que muchos de estos son enfermos mentales
es políticamente incorrecto aunque muchos de estos asesinos se suiciden a
continuación de haber cometido el asesinato?
La eficiencia – que es lo que dice el Teorema de la mano invisible – es un
valor en sí mismo y, aún más, a menudo, eficiencia y equidad no se contradicen:
las mismas políticas que mejoran la eficiencia en la asignación de los
recursos – al maximizar la riqueza – mejoran la igualdad. Lo hacen, sobre todo,
sacando a millones de la pobreza, o sea, de la máxima desigualdad. Pero, añade
Rodrik, “como su formación les provee sólo con una herramienta para evaluar y
comparar distintos estados sociales” – la eficiencia en la asignación – , los
economistas caen frecuentemente en el error de mezclar la eficiencia con otros
objetivos sociales. El capítulo termina con las evoluciones del estudio de la
Economía más prometedores a juicio de Rodrik: los estudios experimentales, la
economía del comportamiento y el estudio de las instituciones (históricas y
actuales).
Un libro para tener a mano. Un trabajo más de un próximo premio Nobel, el más modesto y razonable de las últimas décadas.