domingo, 2 de febrero de 2020

La recomendación


Se ha destacado a menudo que, a diferencia de otros países del sur de Europa, en España, ni siquiera bajo el régimen franquista, se hicieron depender las prestaciones y los servicios públicos del pago de sobornos; que a los jueces no se les podía comprar y tampoco a los funcionarios públicos; que no había que pagar de tapadillo a los médicos de los hospitales públicos para que le atendieran a uno ni se conseguían – generalizadamente – aprobados en las oposiciones públicas o en las asignaturas universitarias mediante cohecho. Antonio Ramos explica que esta resistencia a utilizar el dinero como medio de pago de las ventajas clientelares puede ser más antiguo que el franquismo. Puede ser, en realidad, superviviente del Antiguo Régimen que se consolida en la Restauración del último cuarto del siglo XIX. En un tono un tanto anticuado (“el ser de una nación”), Ramos Oliveira apunta a un rasgo típico de sociedades pre-capitalistas: la moneda que articula los intercambios no es el dinero sino la influencia social. Adam Smith estaría de acuerdo. Es el deseo de mejorar su condición para ganar el respeto y la consideración ajena lo que mueve a los individuos a ocuparse en el comercio y la industria. Pero en sociedades pre-capitalistas, probablemente, la consideración y el respeto ajeno se ganan mostrando cuán influyente eres.
“No puede menos de sorprender que España, miserable y desgobernada, haya mantenido un altísimo nivel ético, inesperado en tales circunstancias. Hay en el pueblo español una resistencia connatural a caer en la abyección. Los filósofos nos dicen que ello proviene de la vena senequista de la raza. El español es un pueblo estoico, en cuya complexión moral la pobreza, tan mala consejera, no ha podido morder apreciablemente. El hecho es tanto más notable cuanto que existen naciones ricas y bien organizadas donde todo se vende por dinero. En España la oposición a la corrupción moral es, en general, tan firme que sólo a esta insigne cualidad étnica del hombre español se debe la persistencia con que la nación se ha conservado moralmente sana en un ambiente de corrupción política oficial insoportable.
Negocios turbios se han hecho en todas las naciones y no podía dejar de hacerlos la oligarquía española. Pero la corrupción administrativa del régimen político de la Restauración quedó siempre reducida a ciertos círculos y partidos. Hubo profesionales de la inmoralidad, lo cual prueba que no era general el oficio, como en otras partes.

La misma oligarquía no estaba tan corrompida en lo moral como pudiera esperarse de una clase social que en la esfera política no conocía la honradez ni el honor, en parte por esto, la oligarquía española nunca pareció tan ruin ni tan desalmada como era. Tenía la sensibilidad pervertida; mas había algo que le impedía caer en la abyección de las autocracias orientales. Fiestas se dieron en que cortesanos y gobernantes pasaron la raya y otras en que los aristócratas mantearon a los ministros como si fueran peleles. Pero esta oligarquía era menos abyecta moral que políticamente. La corrupción atacó a España por otro lado.
El perjuicio que no pudo causar la corrupción administrativa lo causó, quizá con peores consecuencias, la corrupción política… En todos los partidos habría gentes dispuestas a sacrificar a su patria y a sus ideales por una victoria política personal... También los caciques y caciquillos de la oposición querían ser influyentes, porque lo que daba autoridad y fuerza social y predominio personal en España no era tanto el dinero como la influencia. La vida española, por reflejo del sistema corruptor de la oligarquía, quedó montada sobre la influencia personal y su expresión práctica: la recomendación. No triunfaba el más apto ni en la política ni en la Universidad. Ni siquiera triunfaba el más rico, sino el más influyente. El dinero quedaba en cierto modo eliminado como instrumento adquisitivo en cosas que sólo podían adquirirse por dinero en otras naciones. Pero en lugar del dinero se puso en circulación otra moneda, a la larga no menos desmoralizadora para un pueblo: el favor o la recomendación

Antonio Ramos Oliveira, Un drama histórico incomparable. España 1808-1939, 1950, pp 246-247

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