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Conservemos, sin embargo, la imagen global de una sociedad agraria
mal equipada y obligada, para producir sus alimentos, a enfrentarse
a la naturaleza con las manos casi desnudas. El aspecto muy clareado
que presenta en el siglo VII la ocupación del suelo depende tanto de
la precariedad de equipos como de la insuficiencia demográfica. Las
tierras cultivadas permanentemente son raras; se reducen estrictamente
a los suelos menos resistentes al trabajo campesino. De estos campos
los hombres sacan una parte de su alimento, pero sólo una parte.
Mediante la recogida de los frutos salvajes, a través de la pesca o de
la caza —la red, la trampa, todos los ingenios de captura son, y serán
por mucho tiempo, armas primordiales en el combate por la supervivencia—
, y gracias a la práctica intensiva de la ganadería los hombres
encuentran suficientes alimentos en las riberas, en el río, en las tierras
baldías y en el bosque… los pobres
mantenidos en los hospicios de Luca recibían cada día, en el año 765,
un pan, dos medidas de vino y una escudilla de legumbres condimentadas
con grasa y aceite…
Cuando los pesquisidores que visitaron a fines
del siglo VIII el dominio real de Annappes quisieron evaluar las reservas
alimenticias conservadas en los cilleros y en los graneros hallaron
relativamente poco grano, pero gran cantidad de quesos y de cuartos
de cerdo ahumado. Sin embargo, el inventario que realizaron muestra
también la existencia de molinos y cervecerías, que permitían la transformación de
cereales y que habían sido construidos por sus dueños para sus propias necesidades, pero
que, mediante el cobro de una parte proporcional de la materia prima transformada, el dueño
ponía a disposición de los agricultores de la vecindad. Lo que prueba que, incluso
en esta región muy pastoril y aun al nivel de la pequeña explotación
campesina, los campos de cultivo figuraban en el centro del sistema
de producción.
es de suponer que,
de ordinario, la cosecha de cereales de primavera era muy inferior a
la de cereales de invierno, y que a menudo los campos permanecían
sin cultivar durante varios años consecutivos: las tierras de la abadía flamenca
de Saint-Pierre-au-Mont-Blandin no daban cosecha más que
un año de cada tres. Las insuficiencias de los útiles de trabajo y de la
ganadería obligaban por consiguiente a extender desmesuradamente
el espacio agrícola…
… era necesario dedicar a simiente el
54 por 100 de la cosecha procedente de la escanda, el 60 por 100 de
la de trigo, el 62 por 100 de la de cebada y la totalidad de la de centeno… rendimientos… situados entre el 1,6 y el 2,2 por 1, distan mucho de ser excepcionales en la agricultura
antigua… El monasterio
lombardo de Santa Giulia de Brescia, que consumía cada año unas
9.000 medidas de trigo, hacía sembrar 6.000 para cubrir sus necesidades
—es decir, que el rendimiento normal se calculaba en 1,5 por 1… Obligados a reservar para la futura
simiente una parte de la cosecha, cuando menos igual a la que necesitaban
para alimentarse —y esta parte se la disputaban durante todo
el año los roedores y en parte se pudría—, bajo la amenaza de ver este
débil sobrante reducirse sensiblemente cuando el tiempo de otoño o el de primavera habían sido demasiado húmedos, los hombres de Europa vivían con la obsesión del hambre. El bajo nivel de los rendimientos cerealísticos explica la
poca vitalidad de una población ya muy escasa.
Lo más chocante de estas observaciones es la gravedad de la mortalidad infantil. Representa cerca del 40 por 100 del conjunto: de cada cinco difuntos uno ha muerto en edad inferior a un año;
dos antes de los catorce. Entre los adultos la muerte golpeaba sobre
todo a madres muy jóvenes, de manera que la tasa de fertilidad se sitúa
en 0,22 para las mujeres fallecidas antes de los veinte años, en 1 para
las mujeres muertas entre veinte y treinta, y en 2,8 para las que sobrevivir
vieron hasta el final del período de procreación
En la Europa de los siglos VII y VIII, todos los textos que subsisten revelan
la presencia de numerosos hombres y mujeres a los que el vocabulario
latino denomina servits y ancilla o que son conocidos con el sustantivo
neutro de mancipium, que expresa más claramente su condición de
objetos. En efecto, son propiedad de un dueño desde que nacen hasta
que mueren, y los hijos concebidos por la mujer esclava son obligados
a vivir en la misma sumisión que ésta hacia el propietario de su madre.
No tienen nada propio. Son instrumentos, útiles dotados de vida a los
que el dueño usa según sus deseos, mantiene si le parece conveniente,
de los que es responsable ante los tribunales, a los que castiga como
quiere, a los que vende, compra o regala. Útiles de valor cuando se
hallan en buen estado, pero que parecen tener, en algunas regiones al
menos, un precio relativamente bajo. En Milán, en el año 775, se podía
adquirir un muchacho franco por doce sueldos; un buen caballo costaba
quince. También en las comarcas próximas a zonas agitadas por la
guerra era corriente que los simples campesinos poseyesen estos útiles
para todo: en el siglo IX, el administrador de un dominio perteneciente
a la abadía flamenca de Saint-Bertin, que cultivaba en propiedad veinticinco
hectáreas de labor, mantenía una docena de esclavos, y los
pequeños campesinos dependientes del señorío del monasterio austrasiano
de Prüm hacían cumplir por sus propios mancipia los servicios de
siega del heno y de recolección a que estaban obligados.
… la población servil se reconstruía
al mismo tiempo por la procreación natural, por la guerra y por
el comercio. Las leyes preveían también que un hombre libre, obligado
por la necesidad, decidiese enajenar su persona o que, en castigo de
algún delito, fuera reducido a servidumbre.
El cristianismo no condenaba
la esclavitud. No la atacó. Simplemente prohibía, y esta prohibición
no fue más respetada que muchas otras, que se redujese a servidumbre
a los bautizados
Además proponía como una obra piadosa
la liberación de los esclavos, lo que hicieron, entre otros, numerosos
obispos merovingios. El resultado más visible de la impregnación cristiana
fue el reconocimiento a los no libres de derechos familiares. En
Italia, la idea de que los esclavos podían contraer matrimonio legítimamente
adquirió fuerza durante el siglo VII; se pasó de la prohibición
a la tolerancia, y después a la reglamentación de la unión entre
un esclavo y una mujer libre. Estos matrimonios mixtos —representativos
de la ruptura progresiva de una segregación— y la práctica
de la manumisión hicieron aparecer categorías jurídicas intermedias
entre la libertad completa y su ausencia total… personas, pese a no hallarse
tan estrictamente atados por los lazos de la servidumbre, seguían en
estrecha dependencia de un señor que pretendía disponer de sus fuerzas
y de sus bienes. La existencia en el interior del cuerpo social de
un número considerable de individuos obligados al servicium, es decir,
a la prestación gratuita de un trabajo definido, y cuya descendencia y
propiedades estaban a disposición de otro, es uno de los rasgos fundamentales
de las estructuras económicas de esta época…
… Un capitular de Carlomagno fechado en el año 789
nos permite entrever cómo se repartían los trabajos dentro del grupo
familiar: las mujeres estaban encargadas del trabajo textil: cortar, coser,
lavar los vestidos, cardar la lana, preparar el lino, esquilar las ovejas; a
los hombres les incumbía, además de atender a las supervivencias del
servicio de armas y de justicia, el trabajo de los campos, de las viñas y
de los prados, la caza, el acarreo, la roturación, la talla de piedras, la
construcción de casas y empalizadas…
Los patrimonios eclesiásticos no cesan de aumentar gracias a
un fuerte movimiento de donaciones piadosas. A través de estos donativos
se constituyó, por ejemplo, en menos de tres cuartos de siglo,
la enorme fortuna territorial de la abadía de Fontenelle, fundada en
Normandía en el año 645. Las limosnas proceden ante todo de los
reyes y de los nobles, pero también, en lotes minúsculos, de la gente
pobre, según puede verse en las noticias de los libri traditionum, de los
libros en los que se registraron las adquisiciones de los monasterios de
Germania meridional y que proporcionan el más claro testimonio del
mantenimiento tenaz en el siglo VIII de una propiedad campesina.
La aparición y la multiplicación
de las explotaciones campesinas en el siglo VII son… el resultado de… una manera nueva de utilizar la mano de obra servil. Parece que los
grandes propietarios hayan descubierto en esta época que era beneficioso
casar a algunos de sus esclavos, situarlos en un manso, encargarles
el cultivo de las tierras colindantes y hacerlos responsables del
mantenimiento de su familia. El procedimiento reducía las cargas del dueño,
al reducir los gastos de mantenimiento de los siervos domésticos; estimulaba
el celo en el trabajo del equipo servil y acrecentaba su productividad;
acrecentaba también su renovación, puesto que confiaba a los matrimonios
de esclavos el cuidado de sus hijos hasta que estuviesen
en edad de trabajar. Esta última ventaja se convirtió, sin duda, poco a
poco, en la más evidente. Parece en efecto que el número de esclavos
haya disminuido en la mayor parte de los mercados de Europa occidental
a lo largo de los tiempos merovingios y carolingios. Esta rarefacción
procede tal vez de un rigor progresivo de la moral religiosa hacia
la esclavización de los cristianos; con mayor seguridad es una consecuencia
del desarrollo de un tráfico con destino a los países del Mediterráneo
meridional y oriental: la mayor parte de los esclavos obtenidos
en la guerra podían ser vendidos fuera de la cristiandad latina, donde
los precios no cesaban de subir. Hasta el punto de que los propietarios tuvieron interés en organizar su cría; el sistema más seguro era entonces
confiarlos a los padres y para ello sacar a éstos de la promiscuidad
doméstica y dejarlos vivir en su propio hogar.
Los inconvenientes de esta movilización estacional eran mínimos
en una sociedad de esclavos y de cultivadores itinerantes en la que
la parte propiamente agrícola era reducida. Se agravaron cuando
los campos permanentes adquirieron mayor importancia, cuando la
zona de operaciones guerreras tendió a alejarse al integrarse las tribus
en una formación política más extensa, cuando las técnicas militares
se perfeccionaron y la dirección de la guerra necesitó, para ser
eficaz, un equipo menos rudimentario. Desde entonces, combatir se
convirtió en una pesada carga cuya repercusión, en el momento del
año en el que la tierra cultivada exige cuidados constantes, fue difícilmente
soportable para la mayoría de los campesinos.
La situación de los bienes de la aristocracia era igualmente causa de
pérdidas al obligar a constantes traslados de riquezas. Esta necesidad
explica el peso enorme de los servicios de mensajería y de acarreo entre
las prestaciones impuestas a los campesinos dependientes. Una considerable
parte de la mano de obra se hallaba dedicada, a lo largo de los
senderos y de las corrientes de agua, a estas tareas de transporte y de
contacto que, en este mundo tan poco poblado y tan mal preparado para
producir, reducían aún más y en forma notable las fuerzas disponibles
para el trabajo de la de la tierra…
este mundo salvaje se halla dominado por el hábito del
saqueo y por las necesidades de la oblación. Arrebatar, ofrecer: de estos
dos actos complementarios dependen en gran parte los intercambios de
bienes. Una intensa circulación de regalos y contrarregalos, de prestaciones
ceremoniales y sacralizadas, recorre de pies a cabeza el cuerpo
social; las ofrendas destruyen en parte los frutos del trabajo, pero aseguran
una cierta redistribución de la riqueza, y sobre todo procuran
a los hombres ventajas que éstos consideran decisivas: el favor de las fuerzas oscuras que rigen el universo…
las leyes de Ine, rey de Wessex, quien, refiriéndose a los agresores,
invita a establecer las siguientes distinciones: si son menos de siete,
son simples ladrones; si son más numerosos, forman una banda; pero
si son más de treinta y cinco, nos encontramos claramente ante una
campaña militar… De hecho, todo extranjero es una presa; pasadas
las fronteras naturales creadas por los pantanos, los bosques y los
espacios incultos, el territorio que ocupa el extraño es un territorio
de caza; todos los años, bandas de jóvenes bajo la dirección de los
jefes recorren estas zonas e intentan despojar al enemigo, cogerle
todo lo que puede ser llevado: adornos, armas, ganado y, si es posible,
hombres, mujeres y niños; la tribu podrá recuperar a sus cautivos
mediante el pago de un rescate, o serán propiedad de su captor.
La guerra es la fuente de la esclavitud; constituye en cualquier caso
una actividad económica regular de importancia considerable, tanto
por los beneficios que proporciona como por los daños que causa a
las comunidades rurales, hechos que explican la presencia de armas en las sepulturas de campesinos, el prestigio del guerrero y su absoluta
superioridad social. La hostilidad natural entre las etnias no se libera sólo por medio
de razzias. Es también el origen de trasvases regulares y pacíficos de
riquezas. El tributo anual no es sino una recolección de botín codificada,
normalizada, en beneficio de un grupo lo bastante amenazador
como para que sus vecinos tengan interés en evitar sus depredaciones.
Cuando
se firmaba la paz entre tribus de fuerzas iguales convenía mantenerla
cuidadosamente mediante regalos mutuos, garantías esenciales de la
duración de la paz. ¿Qué es la paz para el autor de Beowulf? La posibilidad
de cambiar regalos entre los pueblos. Un circuito organizado
de ofrendas recíprocas sustituía el arriesgado juego de las agresiones
alternas.
El regalo es, en la estructura de la época, la contrapartida necesaria
de la captura; ningún jefe de guerra guarda para sí el botín ganado
en una campaña afortunada. Lo distribuye, y no solamente entre
sus compañeros de armas; las potencias invisibles reciben una parte.
Marcel Mauss: «En las economías anteriores
a la nuestra no se hallan prácticamente nunca simples intercambios
de bienes, de riquezas y de productos en el curso de un mercado
entre individuos. Ante todo, no son los individuos sino las colectividades
las que se obligan mutuamente, intercambian y contratan [...] y en
segundo lugar lo que estas comunidades cambian no son exclusivamente
bienes y riquezas, muebles y raíces, cosas útiles económicamente;
son, fundamentalmente, signos corteses, festines, ritos, servicios militares,
mujeres, niños, danzas, fiestas, ferias, de las que el mercado no
es sino una parte. Finalmente, estas prestaciones y contraprestaciones
se completan con presentes y regalos, formalmente voluntarios, aunque
en el fondo sean rigurosamente obligatorios bajo pena de guerra
privada o pública».
Todas estas ofrendas debían a su vez ser compensadas por las larguezas
de quienes las recibían. Ningún rico podía cerrar su puerta a
los pedigüeños, despedir a los hambrientos que pedían una limosna
ante sus graneros, rechazar a los desgraciados que le ofrecían sus servicios,
rehusar alimentarlos y vestirlos, tomarlos bajo su patrocinio.
Una buena parte de los bienes que la posesión de la tierra y la autoridad
sobre los humildes proporcionaban a los señores era de este modo
redistribuida entre los mismos que habían entregado dichos bienes.
… La
cristianización de Europa no suprimió la tesaurización funeraria; pero
cambió radicalmente su naturaleza. De definitiva y, por consiguiente,
estéril pasó a ser temporal y, por este hecho, fecunda. Durante los siglos
oscuros acumuló el ahorro metálico del que se alimentaría después del
año mil el renacimiento de la economía monetaria…
(los clérigos)… No producían nada: vivían de lo
que recibían del trabajo de otros. A cambio de estas prestaciones concedían
oraciones y otros gestos sagrados, en beneficio del conjunto del
pueblo. Toda la Iglesia no estaba, ciertamente, en la misma situación
económica: el bajo clero de los campos explotaba él mismo sus parcelas,
labraba, vendimiaba y apenas se distinguía de los campesinos.
Pero incluso los sacerdotes más humildes eran rentistas en una parte al
menos de sus ingresos. Los clérigos asociados al obispo en el servicio
de las catedrales y los monjes ocupaban una posición auténticamente
señorial, ociosa y consumidora. La práctica universal del donativo,
del sacrificio ritual a la potencia divina acrecentaba constantemente
su fortuna territorial.