sábado, 28 de septiembre de 2024

"La literatura se ocupa mucho de tener sexo y muy poco de tener hijos. La vida es al revés"

En una entrada anterior resumía un estudio que decía que una señal química en las lágrimas de las hembras humanas reduce la agresión en los machos: 

"una quimoseñal unida a las lágrimas humanas reduce la agresividad masculina, un mecanismo que probablemente se basa en el solapamiento estructural y funcional de los sustratos cerebrales del olfato y la agresividad. Sugerimos que las lágrimas son un mecanismo de los mamíferos que proporciona una manta química protectora contra la agresión" 

Sara Blaffer Hrdy en su libro Father Time (2024) p 126-127 dice, respecto de este estudio que, probablemente, no son las lágrimas de las hembras las que tienen ese efecto sobre los machos (una forma de declinar el coito por parte de la hembra, porque al aspirar las lágrimas femeninas se reducía la excitación de los varones jóvenes objeto del experimento). Son las lágrimas de los bebés. Y argumenta que 

"Los niveles de testosterona salival bajaron en los jóvenes que acababan de oler lágrimas frescas. Pero, ¿bajo qué otras circunstancias es probable que disminuya la testosterona de un hombre? ¿Y cuándo es más probable que los hombres se enfrenten a lágrimas? La respuesta a ambas preguntas es la misma: cuando están expuestos a un bebé, un bebé que a las dos semanas de edad empieza a soltar lágrimas. Si la testosterona cae naturalmente en los hombres íntimamente expuestos a los bebés, y si los hombres expuestos a los bebés hacen la transición del apareamiento a roles más cariñosos... Entonces, tal vez la caída en la excitación sexual se explique mejor por otra faceta de la historia evolutiva de los hombres. Mi conjetura sería que esta explicación es que la evolución ha seleccionado en los hombres un incremento de su tolerancia a los bebés y de su disposición a no causarles daños... En el transcurso del Pleistoceno, cuando el homo sapiens estaba evolucionando, los machos reunidos en un lugar central habrían estado mucho más expuestos a las lágrimas de un bebé que a las lágrimas de una mujer que rechaza un apareamiento forzado. Como suele suceder cuando se considera la investigación en psicología evolutiva y campos afines a la historia, me acuerdo de una de mis frases favoritas del novelista David Lodge: "La literatura se ocupa mucho de tener sexo y muy poco de tener hijos. La vida es al revés"

 Y en esta otra entrada decía que "El síndrome de Estocolmo puede tener una explicación evolutiva (David Friedman) Un patrón común en las guerras en el mundo prehistórico es que los vencedores maten a los hombres enemigos y se apoderen de las mujeres. Una mujer cuya respuesta es odiar a los ganadores es menos probable que transmita sus genes a la siguiente generación que una cuya respuesta es amarlos. 

Sara Blaffer Hrdy (p 141) cuenta que entre los primates es frecuente el infanticidio por parte de machos distintos del padre que, de esa forma, se aseguran que las madres están disponibles rápidamente para copular. Y, por esta razón, cuando un macho consigue desalojar a otro de la posición de macho alfa, será frecuente que proceda a matar a todas las crías del "harén". Pero, dice Hrdy, eso no significa que las hembras sean sujetos pasivos de las estrategias para maximizar la reproducción de sus genes por parte de los machos. Así, entre los gorilas, los grupos están formados por un macho 'silverback' y un harén de hembras. Los machos cuidan y protegen a las crías y se ha comprobado que las posibilidades de supervivencia de una cría huérfana de madre y una cuya madre sobreviviera hasta que la cría de gorila podía valerse por sí misma eran semejantes. Pero, ¿qué pasa cuando un macho ataca al grupo y derrota al gorila-en-residencia y mata a las crías engendradas por el derrotado? Pues que las hembras abandonan al derrotado y se van con el asesino de su bebé lo que reduce las posibilidades del derrotado de volverse a aparear. La conducta de la hembra se explica porque es la que maximiza las posibilidades de proteger a su próxima cría. De hecho - cuenta Sara Hrdy - algunas de estas hembras estaban preñadas cuando se fueron con el macho más fuerte y, aunque no eran hijos suyos, el macho toleró las crías nacidas de hembras que ya estaban preñadas cuando se unieron al macho: "cuanto más tiempo pasaba la hembra preñada con el nuevo macho antes del parto, más seguro era que el macho no mataría a la cría". 

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