En el artículo titulado "Una sociedad de ingratos". El esquema es el de cualquier bobada que se precie: empieza uno dando por real un fenómeno inexistente y se avanzan explicaciones que concluyen necesariamente en una diatriba contra el capitalismo y el mercado.
En este caso, el fenómeno-bobada que Cruz cree haber descubierto es el de la ingratitud. Según el prolífico publicista catalán, nuestras sociedades padecen de un "momento" de "ingratitud generalizada". Se ha
instaurado... la tendencia a hacer, especialmente en el momento de la celebración de algún éxito, una especie de declaración de principios autobiográfica que se diría orientada a resaltar el valor de los propios méritos. Los términos de la declaración suelen ser prácticamente los mismos siempre: “Yo no le debo nada a nadie”. Tanto parece haberse generalizado la afirmación que ha llegado un momento en el que fácilmente la damos por buena, sin reparar en los supuestos —alguno de ellos completamente falaz— que contiene.
La bobada es monumental. Vivimos, por el contrario, en una sociedad de hiperagradecidos. La ceremonia de entrega de los premios Goya se prolonga hasta altas horas de la madrugada porque los de la farándula empiezan a agradecer y no acaban. No digo ya en las tesis doctorales o en los prólogos de los libros (la lista de agradecimientos de La Analogía, de Hofstadter y Sander ocupa siete páginas. Más común que el "yo no le debo nada a nadie" es, el "no quiero olvidarme de nadie". Si acaso, se usa para indicar que somos independientes, no que seamos desagradecidos. Queremos que nuestros cargos electos no le deban mucho a nadie porque usarán nuestros impuestos para pagar esas deudas.
Pero, en el sentido de ingratitud, es una bobada monumental porque es fácil explicar que nadie es una isla y que no nos hemos extinguido como especie precisamente gracias a que somos agradecidos (o somos agradecidos porque si no lo fuéramos psicológicamente, nos habríamos extinguido). Hume, el más listo de todos, ya lo vio cuando decía que los humanos condenan la ingratitud "porque rompe los lazos de la sociedad y la amistad".
Luego, Cruz distingue reciprocidad y gratitud. La reciprocidad es mala, la gratitud es buena. ¡Vaya por Dios!
Parece que Cruz se refiere a los jóvenes que no se muestran agradecidos con sus "maestros". De nuevo se inventa que "la antigua afirmación 'somos una generación sin maestros'" está extendida en el "tráfico intelectual". Pero una búsqueda en google da muy pocos resultados. Uno curioso.
O sea que, de nuevo, Cruz se inventa un fenómeno y se dispone a explicar sus causas. Lo de que no se reconozcan las deudas de uno con sus maestros podría deberse al "cuestionamiento que viene sufriendo desde hace ya un tiempo la idea de autoridad". Pero como esa explicación no le gusta, se busca otra. Los que dicen que no deben nada a sus maestros son unos cerdos capitalistas. Es el capitalismo el que nos hace ingratos e incapaces de reconocer a los que nos enseñaron algo:
Acaso deberíamos buscar en otro lugar el factor causal que en mayor medida explica esta extendida tendencia a la ingratitud. En concreto, deberíamos buscarlo en la propia evolución que ha ido siguiendo nuestra sociedad en la dirección de una creciente y casi exasperada competitividad, sustentada a su vez en un feroz individualismo.
(Cruz se olvida que las sociedades más civilizadas y prósperas son también las más individualistas, pero lo dejaremos estar).
Hay más. Cruz se inventa que la "realidad" está
regida por la lógica de la exclusiva persecución del propio interés, la gratitud no es ya que constituya una inútil anomalía: es que impugna dicha lógica de manera frontal, hasta el extremo de que, precisamente por ello, podríamos llegar a considerar que va a contrapelo del mundo.
A contrapelo del mundo ¡dar las gracias! Y la bobada final es estratosférica:
De nada se obtiene menos beneficio que de dar las gracias. Quizá sea por eso por lo que darlas nos hace mejores y nos ayuda a hacer mejores a aquellos con los que nos relacionamos.
A ver, don Manuel, si me hace usted un análisis coste-beneficio, se dará cuenta que el coste de dar las gracias es reducidísimo. De manera que cualquier beneficio que proporcione, por nimio que sea producirá un saldo neto positivo. Seguro que a usted su madre le dijo alguna vez: Pero Manolo - o Manel - ¿qué te costaba darle las gracias a ese señor? O, quizá, ¿cómo se dice Manolito? y el Cruz de cuatro años respondería: ¡Gracias! y su madre le sonreiría agradecida.
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