Eso dice Keith Graham (L'importance morale des entités collectives, en Laurence Kaufmann y Danny Trom (dir.), Qu’est-ce qu’un collectif? Du commun à la politique, Paris 2010, p. 27-52). El ejemplo que pone Graham para defender que los colectivos pueden ser sujetos morales (aunque no sean capaces de tener emociones humanas como el sufrimiento o el placer) en el sentido de que una colectividad “puede prosperar” es el de un club de fútbol.
Pretende Graham que en el caso de un equipo de fútbol,
"La prosperidad de tal colectivo es una cuestión distinta de la prosperidad de los individuos que lo conforman. No hay mejor muestra que comprobar que los miembros individuales pueden ser tan malos para promover el éxito del club que la mejor manera de asegurar el retorno a los buenos tiempos sería reemplazarlos a todos por individuos más competentes. De esa manera, el club podrá tener éxito de nuevo, pero puede que, individualmente, los miembros, no.
El argumento no convence. Graham no distingue adecuadamente entre colectivos que se forman para que sus miembros desarrollen su personalidad y colectivos que se organizan para producir bienes – en el sentido más amplio – o prestar servicios – en el sentido más amplio – a grupos de individuos (los miembros del ente colectivo) o al público en general. Así, un club de fútbol puede organizarse para satisfacer la afición de unos cuantos estudiantes de una facultad de Derecho por jugar al balompié o puede hacerlo para ganar la Champions. Si se trata de un grupo de amigos que se juntan para jugar al fútbol, el “objetivo” es pasarlo bien y el éxito se medirá por el incremento de la satisfacción vital individual de cada uno de los estudiantes. Si el objetivo es ganar copas de Europa, como ocurre con el Real Madrid o el Barcelona, el bienestar individual de los jugadores de sus respectivos equipos no forma parte de la “función de utilidad” del club, que se mide por la satisfacción que experimentan los socios del Real Madrid o del Barcelona para los cuales trabajan los jugadores. Tal satisfacción se genera cuando los socios y aficionados ven que sus equipos triunfan en las competiciones deportivas en las que participan.
Además, naturalmente, si los jóvenes que juegan en equipos de fútbol profesionales lo hacen voluntariamente, podemos presumir que también desarrollan su personalidad a través de esa actividad. De nuevo, nada que ver con el reconocimiento de una personalidad a un colectivo.
Graham pone otro ejemplo: la formación de una asociación “cuyo único propósito sea promover o apoyar un valor moral”, por ejemplo, una asociación de lucha contra la esclavitud o para implantar el socialismo o proteger las formas de vida tradicionales,
“en tales circunstancias, la entidad colectiva prosperará mientras logre promover sus objetivos, y será más razonable considerar su florecimiento como algo moralmente deseable y su debilitamiento como algo moralmente indeseable”.
Pero de nuevo, la promoción de esos fines tiene valor moral porque hay individuos que desarrollan su personalidad – que mejoran su bienestar – persiguiéndolos colectivamente. Es decir, los socios de tal asociación experimentan un aumento de su bienestar individual al actuar colectivamente que es superior – economías de escala – al que obtendrían si actuaran aisladamente.
Más adelante, Graham critica a Mc Mahon de quien toma el siguiente ejemplo (piensen en una lengua cuyos hablantes deciden individualmente dejar de hablarla):
“Suponga que una organización está amenazada de extinción porque todos sus miembros han descubierto una mejor manera de emplear su tiempo y nadie más está interesado en reemplazarlos, ni ahora ni en el futuro. Por ejemplo, suponga que... los únicos miembros de una empresa son sus empleados y todos reciben una oferta de trabajo más atractiva. Parece absurdo que pueda haber alguna objeción moral a su partida con el argumento de que la organización dejará de existir si se mudan a otra".
Graham dice que si cambiamos una empresa por un departamento universitario, la valoración cambia. Y es cierto que cambia, pero no porque el departamento universitario tenga un valor moral en sí del que carecería una empresa, sino porque en todos los colectivos que se organizan para un fin distinto del de ganar dinero, hay otros stakeholders o interesados además de los miembros de la colectividad – en el ejemplo los profesores del departamento que resultan afectados por su desaparición -. De manera que, cuando los profesores – imaginemos que es el caso – deciden suprimir el departamento los efectos sobre el bienestar de esos terceros (los estudiantes) no se tienen en cuenta. Y mucho más si nos referimos a culturas o lenguas que desaparecen porque los individuos criados en esa cultura o que tienen esa lengua como materna las abandonan. De nuevo, lo que mide si su desaparición es un “mal” es la decisión de los individuos y los efectos de tal desaparición sobre el bienestar de los individuos. No cabe una valoración en abstracto. Naturalmente, generaciones después de haberse perdido una cultura o una lengua, puede haber individuos que consideren la recuperación de la misma una actividad que les permite desarrollarse como individuos.
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