Aquí sí hay un pleito (vía John Müller): Julia Angwin
Mark Zuckerberg de Meta admitió que los usuarios ya no controlan los mensajes que reciben (feeds) por redes sociales, ya que los algoritmos muestran contenido generado por sistemas de IA. Originalmente diseñada para proteger a las empresas tecnológicas de reclamaciones por difamación, ahora se usa para evitar responsabilidades por contenido peligroso. Pero los tribunales están comenzando a responsabilizar a las plataformas por los daños causados por sus algoritmos, como en los casos judiciales contra TikTok y Meta. Se espera que nuevas regulaciones legales obliguen a las plataformas a dar más control a los usuarios sobre sus feeds y a limitar la distribución de contenido dañino.
Hace un par de semanas me dirigí a Amazon por segunda vez para que hicieran constar que no deseaba recibir ninguno de los productos que compro en esa plataforma a través de Correos. No quiero tener relación con ninguna de las empresas públicas españolas (no puedo evitar tener relación con las Administraciones Públicas) lo que incluye a Paradores (¡qué experiencia tan mala en el Parador de Arties en el Valle de Arán!), a la SEPI en general (siempre al servicio del gobierno, en lugar de al servicio del Estado) y a Renfe, ADIF o Correos en particular. Los de Amazon que son muy listos me dijeron que lo apuntaban en 'mi ficha', supongo que para librarse de mi sin colgarme ni llevarme la contraria. A las dos semanas, compré un producto en Amazon que fue entregado por Correos. Con esto de los feeds pasa algo parecido. Las tecnológicas nos tratan como si fuéramos unos locos que no sabemos lo que queremos.
Ellos (rectius, la inteligencia artificial) saben mejor que nosotros lo que queremos, de manera que, cuando expresamos nuestra voluntad y esa expresión no se corresponde con nuestros verdaderos deseos (que conoce mejor que nadie la inteligencia artificial), corrigen nuestra voluntad y nos ofrecen lo que verdaderamente queremos. Da igual a quién sigas en twitter y a quién no. O en Instagram. Lo que te va a salir en tu teléfono móvil es lo que el algoritmo dice que tú quieres ver.
Iberia es un gran ejemplo. Cuando nos preguntan si queremos más espacio entre asientos, más comida y bebida gratis, menos colas y tiempo de espera, más silencio en la cabina etc., decimos, naturalmente, que sí. Pero cuando nos ofrecen todo eso a un precio algo más elevado que aquella línea aérea que parece dedicarse al transporte de ganado en lugar de al transporte de personas, optamos por la segunda. Iberia ha aprendido la lección y nos trata como ganado, eso sí, a precios competitivos. Iberia sabe lo que queremos: viajar rápido y al menor precio posible. Es lo mismo con McDonalds: decimos que queremos ensaladas, pero vamos a McDonalds a comer hamburguesas.
La desgracia con Iberia (y vale hoy también para Renfe) es que cuando le comunicas que no quieres viajar como si fueras una vaca y buscas "preferente", te asignan una de las decenas si no centenares de tarifas que Iberia tiene. Iberia se jacta de que tiene una "gran variedad de tarifas que te ofrecemos para que elijas la que más te interese según tus necesidades". Como si un producto tan homogéneo como es un billete de avión para ir de Madrid a Tenerife (¡ojo! en Tenerife hay dos aeropuertos que están a casi una hora de distancia en coche!) pudiera cobrarse a cien precios diferentes, no ya en función de la demanda de viajes (temporada alta o baja) sino en función de si tienes derecho, por ejemplo, a que te den un plato de comida recalentada; que puedas entrar en la sala VIP del aeropuerto, que tengas que hacer cola para embarcar o que no te pesen la maleta al entrar. La discriminación de precios lo explica todo (Arnold Kling), pero acaba siendo muy cansado. Porque el consumidor termina por no saber qué ha comprado exactamente y si puede colarse en la sala VIP o si le darán de comer en el avión. ¿Se extrañan de que los consumidores prefieran la tarifa plana, la barra libre y el 'todo incluido'? ¿Y se extrañan de que, inmediatamente, las empresas empiecen a crear un 'todo incluido' que no incluye las bebidas (en el caso de los bonos - regalo para restaurantes)?
El resultado de estas estrategias de las tecnológicas y de las empresas proveedoras de bienes y servicios es que los consumidores estamos, en general, mejor servidos pero lo que se nos ofrece responde, cada vez menos, a preferencias idiosincráticas. Quizá porque no es eficiente registrarlas. La huella que dejamos en internet es, por ello, cada vez menos útil para reflejar quiénes somos y qué queremos. Ni tan mal, repito, ni tan mal. Recuerden los tiempos del rodex, el romy y la Casera, o sea, cuando no había posibilidad de elegir. Y recuerden, sobre todo, que elegir es energéticamente muy costoso, de manera que nos encanta que otros elijan en nuestro lugar si sabemos - o podemos confiar - que elegirán lo que creen, de buena fe, que es lo mejor para nosotros. Recuerden, si dejásemos a los padres seleccionar genéticamente a sus hijos, los humanos del futuro se acabarían pareciendo mucho a los perros.
Esta estrategia tiene una ventaja añadida para las compañías proveedoras en un entorno regulatorio axfisiante: lo que quieren estas compañías es proporcionarnos información, historias, opiniones etc y productos o servicios que no puedan llevar a la compañía ante los tribunales o ante el comisario del ramo de la Comisión Europea. Productos y servicios tan 'blancos' que incluso puedan servirse a los habitantes del régimen más totalitario del planeta como es el chino o el norcoreano.
¿Es un desarrollo fatal éste que consiste en que dejamos de elegir porque somos muy vagos y muy incompetentes tomando decisiones sobre lo que queremos? No lo creo. Recuerden lo que pasó en el mercado de las telecomunicaciones. La multiplicación de tarifas de las compañías telefónicas de hace treinta o veinte años ha desaparecido. La barra libre es la regla (y las compañías de telecomunicaciones han dejado de tener beneficios supracompetitivos). Lo mismo pasará con Iberia y con las tecnológicas. La inteligencia artificial aprenderá también a detectar lo que nos enfada (ahora se dice 'frustra') y lo que nos hace sentir bien individualmente. Lo único que no tiene remedio es que salga el comisario de la Comisión Europea o la ministra de igualdad del gobierno de España y regañe a las empresas diciéndoles que ellos, los políticos, saben mejor que los ciudadanos lo que los ciudadanos quieren. Y promulguen toneladas de nueva regulación que sólo nos hace a todos más pobres y a algunos mucho más ricos (los consultores, los abogados y los políticos).
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2010: ¡Please sell songs for a song! (no existía Spotify). En 2011 ¿Una suscripción única a todo el contenido de pago?; 2015 ¿Se ha reducido la asimetría informativa? 2017 Los consumidores prefieren la tarifa plana; 2018 Costes de transacción mentales: Spotify como sociedad mutua de los que escuchan música; Pero lean esta, también de 2018, cuando creía que era posible para Facebook alterar el resultado de las elecciones norteamericanas.