miércoles, 2 de mayo de 2018

Costes de transacción mentales: Spotify como sociedad mutua de los que escuchan música

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Arnold Kling ha publicado una entrada sobre los costes de transacción mentales, es decir, los gastos de energía que provoca el decidir. Recuérdese que el cerebro consume el 20 % de la energía de todo el cuerpo. Decidir es costoso, de ahí que haya dicho muchas veces que el Derecho de protección de los consumidores debe basarse más en dar a los consumidores “buenos consejos” que en darles más información. Los consumidores no quieren decidir, especialmente, cuando no hay nada placentero ni creativo ni realizador en la decisión. ¿Qué interés tiene escoger entre una marca de dentífricos y otra salvo para alguien obsesionado con la gengivitis? Muchas de las decisiones económicas entran dentro de esta categoría. Pero no son las únicas en las que, como Bartleby, preferiríamos no tener que decidir. Precisamente aquellas decisiones respecto de las que la Psicología Económica nos advierte que adoptamos irracionalmente (la decisión de asegurarnos frente a la enfermedad y la de ahorrar para la vejez) son decisiones muy costosas energéticamente y que producen ansiedad, no sólo por la posibilidad de equivocarse, sino por las renuncias que implican en términos de consumo presente. Una sociedad que se pretenda respetuosa con el individuo y su libertad de decisión como son todas las occidentales; que ponga en el centro al individuo, su dignidad y su libertad para elegir sus fines en la vida y los medios para alcanzar tales fines no tiene, necesariamente, que remitir a los individuos todas las decisiones. Bajo el velo de la ignorancia y en pleno uso de su libertad, muchos preferiríamos, como Bartleby, no tener que tomar decisiones que no nos producen ningún placer. ¿Cómo se explica, de otro modo, que se gaste tantísimo dinero en delegar en otros las decisiones de inversión de nuestros ahorros?

Dice Atul Awande:

Nuestro modelo sobre lo que corresponde hacer a un médico es el del Doctor Informador. El médico le proporciona a Vd., los datos sobre la enfermedad que padece y sobre las opciones de tratamiento que existen. Está esta posibilidad, esta otra y esta otra. La primera tiene estos riesgos y estas ventajas, esta otra tiene estos inconvenientes pero… En fin, ¿qué quiere usted que hagamos? Es una conversación en la que el 95% de la conversación lo lleva el médico y el paciente el 5%.

Los médicos del futuro deben reorientar su actuación y ponerse en “modo-asesor”, es decir, no solo señalar cuáles son las opciones sino también deducir o extraer del paciente sus objetivos vitales para, de esta forma, realizar la recomendación que mejor se ajuste a tales objetivos en términos de cantidad y de calidad de vida. La gente tiene más prioridades que la mera supervivencia. 

Un buen grupo de decisiones que deben eliminarse son aquellas a las que se refiere Kling en su entrada: las que no superan un análisis coste-beneficio en términos de costes energéticos para nuestro cerebro de adoptar la decisión y beneficios de elegir una de las dos alternativas. De hecho, cuando se dice que la tecnología no es más que inteligencia situada fuera de nuestro cerebro, bien podría añadirse que la tecnología no es más que una forma de automatizar decisiones. Se refiere Kling a la crítica de Shirky a los “micropagos” como forma de retribuir a los artistas por escuchar sus canciones. Spotify, con su tarifa plana, es una forma mucho más eficiente de retribuir a los artistas. Los que escuchamos música hacemos un fondo común que se distribuye – a través de Spotify – entre los artistas (¡ojalá! es obvio que las grandes discográficas retienen la mayor parte de esos ingresos) en función de cuántas veces oímos cada una de las distintas composiciones musicales. Lo propio ocurre con Amazon Prime. Se refiere finalmente a negocios como el de Netflix o HBO. ¿Cuánto tardará en aparecer un agregador?

Como explicamos en esta entrada, resumiendo a Levinson/Odlyzko, la tarifa plana reduce “los costes de evaluar las distintas ofertas con precios diferentes en términos de esfuerzo mental”. Kling aplica el razonamiento a los tratamientos médicos. Y, en efecto, es probable que los costes de transacción mentales sean especialmente elevados si se nos pide que nos decidamos por uno u otro tratamiento en función de su diferente coste. Tal decisión debería tomase sólo en función de la eficacia del tratamiento. Y, cuando somos los pacientes, nuestros incentivos nos llevan a elegir el tratamiento más eficaz con independencia de su coste – si estamos asegurados – lo que explica por qué los sistemas – como el norteamericano – en los que no hay “racionamiento” de los tratamientos médicos para aquellos que pueden pagar la prima correspondiente, el coste de la asistencia sanitaria se dispare en comparación con países que centralizan la financiación de la misma. Como dice Kling, asignar a los médicos las decisiones sobre los tratamientos convenientes “nos ahorra costes de transacción mental”. Kling sigue creyendo, no obstante, que es mejor que los pacientes conozcan los precios, lo que no es incompatible con esta “delegación” de la decisión en los médicos.

No obstante, creo que, a menudo, tomar la decisión de delegar la decisión en el grupo o en un tercero es lo más eficiente. Aunque los costes de transacción mentales puedan ser relevantes, es probable que no sean los más relevantes. Si deferimos la decisión a otro o al grupo es porque, de esa forma, obtenemos las ventajas de las economías de escala y la especialización en la adopción de decisiones (eliminando millones de transacciones individuales) y aumentamos las probabilidades de adoptar la decisión correcta, reduciendo el despilfarro y la comisión de errores.

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