martes, 7 de agosto de 2018

Mercados financieros y capitalismo: del crecimiento de los mercados de productos al capitalismo financiero y el monopolio

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En el libro de Bas Van Bavel (The Invisible Hand?) se incluye

una teoría del capitalismo y de los ciclos económicos.

En sus páginas finales la formula en un par de páginas. Está compuesta de dos ideas fundamentales: la primera es que el desarrollo de mercados financieros no es un presupuesto del crecimiento económico y del desarrollo de una economía de mercado. Al contrario, es la acumulación de beneficios provocada por el desarrollo económico lo que induce a los que logran acumular riqueza a desplazar sus inversiones de la producción y el comercio a los mercados financieros, a menudo, comenzando por el mercado de deuda pública (recuérdese, por ejemplo, que en la Edad Moderna, los Austrias españoles fueron capaces de generar un mercado de deuda pública europeo y que miles sino decenas de miles de “ahorradores”-“capitalistas” invirtieran sus excedentes en deuda pública segura y rentable. Carlos I tenía que financiar, en un momento, a 300 mil soldados desplegados por Europa. Por tanto, en contra de lo que muchos estudiosos de las finanzas han sostenido, los mercados financieros desarrollados no son un requisito previo para que pueda haber crecimiento económico y economía de mercado. La relación de causalidad va en el sentido contrario.

La segunda idea es que deberíamos

distinguir entre economía de mercado y capitalismo,

reservando esta última denominación para la situación en la que se desarrollan mercados de los factores de la producción (trabajo, capital y tierra), de manera que éstos son de propiedad privada (en el sentido de individual, por oposición a formas de propiedad colectiva, que no nullius) y son objeto de intercambio en mercados más o menos desarrollados.

Lo primero que se desarrolla es el mercado laboral. El retroceso o la desaparición de la servidumbre (siervos de la gleba, esclavos) genera un mercado de trabajadores a sueldo que, normalmente, carecen de propiedades y cuyos ingresos están relacionados con niveles de subsistencia. Siguen el mercado de tierras y de capitales. La posición de Temin no está tan alejada de ésta de Bavel.

La acumulación de tierras y capitales en pocas personas genera excedentes concentrados en pocos individuos que han de invertir en deuda pública porque no hay oportunidades semejantemente atractivas en la producción y el comercio de bienes. A la vez, eso proporciona a esos grupos sociales una enorme capacidad de influencia sobre el Gobierno político de los territorios ya que financian normalmente las necesidades militares y de orden público de esos Estados. Los financiadores logran, así, modificar las relaciones de mercado a su favor. Los mercados de trabajo y de tierras y los mercados de productos dejan de funcionar competitivamente y pasan a hacerlo en régimen de monopolios a favor de los que financian al Estado (véase el caso de la serrata veneciana). Hemos pasado de la economía de mercado al capitalismo.

Hay dos aspectos interesantes de este análisis. El primero es que llama la atención sobre

la antigüedad de los mercados de producto en la historia de la humanidad

con lo que facilita la resolución de la disputa acerca de cuán antiguo es el sistema económico de mercado. Los mercados de productos (lugares físicos o no donde se intercambian mercancías que satisfacen las necesidades de los individuos) son tan antiguos como la aglomeración humana derivada del paso de la caza-recolección a la agricultura como forma general de vida. De manera que si consideramos suficiente la existencia de mercados de productos para afirmar que una economía es de mercado, la economía de mercado es tan antigua como la agricultura. Pero ¿y el capitalismo? Si reservamos la denominación para ese estado de la Economía y la Sociedad en el que hay mercados de significativa importancia para los factores de la producción (trabajo, tierra y capital), entonces los episodios históricos de capitalismo se reducen en el tiempo y en el espacio. Así, podríamos mirar al porcentaje de trabajo asalariado en una Economía – como la de Roma – o la existencia de frecuentes compraventas de fundos y de precios “de mercado” para las tierras o la existencia de sociedades anónimas y de bolsas donde se intercambien activos financieros para justificar la afirmación de si una Economía fue o no capitalista.

El segundo es que, desde el punto de vista teórico,

los mercados de productos realmente existentes son, normalmente, mucho más competitivos que los mercados de los factores de la producción realmente existentes.

Es decir, que, en términos de análisis de equilibrio general, los economistas pueden afirmar con seguridad que los mercados de productos realmente-existentes se corresponden razonablemente con sus modelos de pizarra y, en consecuencia, podemos predecir que aumentarán el bienestar general y la riqueza de la Sociedad (y aún así, la conversión de las relaciones de intercambio instantáneo en relaciones de largo plazo entre consumidores y empresas puede obligar a cambiar esta conclusión). Pero tal afirmación es mucho más discutible para los mercados de los factores de la producción por la propia naturaleza de estos (la fuerza de trabajo no es divisible, las tierras disfrutan de un monopolio “natural” porque no puede haber dos fundos en el mismo sitio, el crédito implica “confianza” y, por tanto, la cesión del uso del dinero no puede ser simultánea con lo que costes de transacción están necesariamente presentes…). Sen y muchos otros economistas en esa tradición han llamado la atención de este hecho para explicar por qué los contratos de trabajo no responden a la lógica de un intercambio de mercado (donde el carácter voluntario y la ausencia de violencia o intimidación garantizan que las dos partes del intercambio salen beneficiadas) o por qué las relaciones en el seno de las empresas, a pesar de ser voluntarias no pueden modelizarse como intercambios de mercado entre los titulares de los factores de la producción.

Recuérdese, las empresas, en sentido económico, son combinaciones de los factores de la producción e implican sustituir al mercado como mecanismo de asignación por la “autoridad” del jefe de la empresa aunque Coase llamara la atención sobre el hecho de que los que participan en la empresa aportando factores de la producción – trabajadores, inversores de capital – lo hagan voluntariamente, de nuevo, el “contrato” por el que realizan tal aportación no es, ni de lejos, tan eficiente para asegurar que todos están mejor tras celebrarlo como cuando celebran un contrato de intercambio en el mercado de productos. Por tanto, dado que los mercados de producto donde vende su producción la empresa no son perfectamente competitivos, no pueden hacer irrelevantes las relaciones en el seno de la empresa.

En consecuencia, los economistas neoclásicos han tenido enormes dificultades para encajar, en la teoría neoclásica el funcionamiento de las empresas, el funcionamiento de los mercados de trabajo o el de los mercados de tierras. Donde parecen haber tenido mucho más éxito es en el ámbito de los mercados financieros. Recuérdese que la teoría de los mercados eficientes surge para explicar el funcionamiento de las bolsas.


De hecho se ha considerado que el mercado bursátil es el modelo de mercado de competencia perfecta con información completa y miles de oferentes y demandantes, ninguno con poder de mercado y con concentración de la oferta y la demanda en un mismo lugar

Si Bavel tiene razón, el análisis de los mercados de los factores de la producción y, en especial, de los mercados financieros ha sido completamente erróneo. No pueden analizarse del mismo modo que se analizan los mercados de productos. Y, al utilizar las mismas herramientas de análisis, hemos legitimado la mayor apropiación de rentas por parte de un grupo social de la historia, apropiación que ha sido posible porque, como cuenta Bavel, tras acumular beneficios y prestárselos al Estado, los titulares de los medios de producción acabaron por controlar al Estado.

Así lo explica Bavel

En los tres episodios históricos estudiados (Irak en el siglo VIII, las ciudades del norte de Italia en los siglos XIII a XVI y los Países Bajos en los siglos XV a XVII) (la traducción es nuestra),

“en las últimas fases del ciclo, los mercados financieros y la deuda pública jugaron un papel más grande y prominente. Al principio, mercados financieros más seguros en combinación con una mejor definición y mayor protección de los derechos subjetivos debió de ayudar a poner en uso activos ociosos, permitiendo a los que poseían riqueza invertirla de forma productiva de manera que la gente corriente conseguía crédito y con ello se estimulaba el crecimiento en la dirección del argumento avanzado por Hernando de Soto, por ejemplo. Hay quien podría argumentar incluso que, por lo tanto, los mercados financieros están en la base del desarrollo y del crecimiento económicos. Esta posición es la que mantiene Richard Sylla que sostiene que todas las economías exitosas en la historia han pasado, previamente, por una revolución financiera que creó sistemas financieros sólidos, con mercados de activos financieros (bolsas), un sistema bancario y mercados de deuda y de acciones, antes de lograr el éxito económico. Sylla se refiere a los casos – también tratados en este libro – de Estados Unidos, Inglaterra, Holanda y, con menos seguridad, el norte de Italia. Sin embargo, la cronología que utiliza Sylla es incorrecta. El crecimiento económico en esos casos empezó antes de lo que Sylla acepta, porque él fundamenta su trabajo en las cifras, desactualizadas proporcionadas por Maddison.  y el crecimiento económico comenzó mucho antes y el crecimiento efectivo de los mercados financieros mucho más tarde de lo que supone Sylla. Además, las revoluciones financieras que él menciona no hicieron sin establecer los fundamentos de un sistema financiero funcional, pero el crecimiento efectivo de tales mercados y su papel potencial para la economía sólo se advierte mucho más tarde de lo que expone Sylla. Es llamativo que en las primeras fases del crecimiento económico… basadas en estimaciones del PIB más recientes, los mercados financieros no existían todavía o se limitaba a préstamos comerciales y de consumo o, simplemente, tenían un papel marginal.

De manera que el crecimiento económico empezó mucho antes y el mercado financiero se desarrollo más tarde de lo asumido por Sylla. Si se usa la cronología correcta, se demuestra que la causalidad va en el sentido contrario al que propone Sylla. No es que los mercados financieros fomenten el crecimiento económico, los merecados financieros se desarrolla como consecuencia del crecimiento y la acumulación de riqueza. En las fases últimas del ciclo, se invierte más dinero y, especialmente, se emite deuda pública que genera un rendimiento seguro, incrementado aún más por posiciones de monopolio, lo que induce a los propietarios de la riqueza a desplazar sus inversiones desde la producción y el comercio al sector financiero, como ocurrió en Italia entre los siglos XIV y XVI, en la república holandesa en los siglos XVII y XVIII, en Inglaterra en la segunda mitad del siglo XIX y en los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX. Estos periodos muestran una expansión de los mercados financieros y altos niveles de deuda pública y privada… tal como funcionaban, sólo beneficiaron a un pequeño segmento de la Sociedad… los dueños de grandes riquezas y al reducido número de trabajadores de las altas finanzas. En contraste con sectores como la industria, el transporte, el comercio, no generaron una prosperidad que pudiera favorecer a una amplia clase media”

… El capitalismo puede definirse como la dominación de los mercados en la asignación e intercambio de tierras, trabajo y capital (los factores de la producción). Este es el primer elemento, en el que el aumento de la proporción de trabajo asalariado es lo más sobresaliente y se encuentra al comienzo de cada uno de los ciclos (históricos) analizados. En cada uno de los casos, se produjo la acumulación de tierras, riqueza y bienes de capital y, a su lado, una división entre jornaleros que no tenían propiedades e inversores/empresarios que eran propietarios privados de los factores de la producción… (ambos grupos)… dependían de los mercados de productos y de los mercados de los factores… Esta situación puede definirse como una economía de mercado que, en palabras de Braudel, se caracteriza por intercambios en mercados cotidianos, por la transparencia e incluye muchos productores y muchos comerciantes.. El capitalismo, por parte, carece de transparencia, se caracteriza por la especulación, por cadenas largas y sofisticadas de intercambios y por una desigualdad fundamental de los actores, enormes beneficios, acumulación del capital y por el gran volumen del capital que permite a los que lo detentan lograr una posición privilegiada y obtener la concesión de monopolios en los mercados de productos. Esta fase es la fase de final de ciclo.

En el caso de las ciudades del norte de Italia, la decadencia de su economía, el cierre institucional, la oligarquización de su constitución política y la rampante desigualdad coincidieron con la pérdida de la posición de Italia como el gran centro “reexportador” desde Oriente al Norte de Europa, y viceversa

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