domingo, 18 de abril de 2021

Marsilio de Padua, la ley y la mayoría

 


foto: Pedro Fraile

“El legislador o la causa eficiente primera y propia de la ley es el pueblo, es decir, la asociación de los ciudadanos o su parte preponderante. Para sustentar esta proposición frente a los argumentos en favor del gobierno de uno o de un reducido número de sabios, Marsilio nos lleva de nuevo a las proposiciones evidentes por sí mismas’ que dicen que ‘todos los hombres aspiran a la vida suficiente y rehúyen su contrario’ y que ‘la naturaleza no se encuentra en estado de carencia en la mayoría de los casos’, a las que añade que ‘nadie se daña a sí mismo a sabiendas’. De ello se deduce que el bien común será lo que la mayoría del pueblo desee: la acción legislativa por el pueblo o por su parte preponderante tendrá, pues, buenos resultados, mientras que la legislación por uno o por unos pocos puede perfectamente no resultar en el el bien común. Este argumento llama la atención por cuanto identifica el bien común como la suma de los intereses individuales.

A continuación, la mayoría no sólo está guiada por mejores intenciones, sino que también es más sabia y más juiciosa que cualquier grupo parcial, incluso el de los sabios. Porque muchas personas de menor inteligencia pueden realizar un juicio mejor que unas pocas de mayor inteligencia debido al factor acumulativo de los números … basado en Aristóteles. La mayoría puede ser sabia o experta o puede no serlo, pero es capaz de reconocer la sabiduría en otros y en las propuestas formuladas por otros, puede utilizar, por tanto el consejo de personas mejor informadas y puede realizar juicios acertados acerca de las propuestas legislativas que le sean presentadas por comisiones de expertos. Además, ‘cada todo es mayor que su parte’. Las leyes que todos han hecho serán mejor observadas porque ‘cada uno parece habérselas impuesto a sí mismo’; esos ciudadanos son libres porque no están bajo el dominio legislativo de otros. Los individuos pueden errar y todo el mundo puede errar en la voluntad o el entendimiento a veces, pero: ‘la mayoría de los ciudadanos ni son malvados ni carecen de discernimiento en relación con la mayoría de los asuntos y durante la mayor parte del tiempo. Porque todos o los más son de buen juicio y razón y tienen la justa apetencia de la vida en sociedad política y de la scosas necesarias para su conservación, como leyes, estatutos y costumbres… Porque aunque no pueda cualquiera ni la mayor parte de los ciudadanos idear las leyes, puede, no obstante, cualquiera juzgar de las inventadas y las que le son propuestas a él por otro, discernir si hay algo que añadir, suprimir o cambiar

El pueblo o asociación de ciudadanos o su parte preponderante también tienen autoridad para elegir a la parte gobernante. Marsilio pensaba que la autoridad de los reyes y de los príncipes en general, incluido el emperador, dimanaba de esa fuente. Por consiguiente, es el pueblo el que posee la autoridad última de ‘instituir las otras partes del estado’, incluido el clero. Al pueblo le incumbe asimismo el cometido de corregir y deponer a los gobernantes. Después de ponderar las ventajas y desventajas del gobierno electivo y del gobierno hereditario, con una referencia más específica al Imperio... Marsilio expresaba la necesidad de que toda ciudad o reino fuera ‘unificado en número’ no necesariamente a través del gobierno de un solo hombre, sino a través de la existencia, tanto en una monarquía como en una aristocracia o un sistema político ‘república’ democrático, de una sola cadena de oficios, tribunales y funcionarios. En caso contrario, ‘entre los ciudadanos habrá división y oposición, lucha y escisión y finalmente la ruina de la ciudad’… sumisión voluntaria del pueblo a un solo gobierno…la autoridad coactiva y legislativa sólo puede pertenecer al pueblo o a aquellos en quienes éste delegue… y la propia Iglesia, definida como la ‘asociación de los fieles creyentes’, al igual que en la esfera secular, son los creyentes, los que actuando como cuerpo, ejercen o facultan a otros para ejercer todos los poderes pertenecientes al orden eclesiástico

Antony Black, El pensamiento político en Europa 1250-1450, pp 100-104

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