Una moral válida para cualquier ser racional, no solo para los humanos
Todo el mundo ha de confesar que una ley, para valer moralmente, esto es, como fundamento de una obligación, tiene que llevar consigo una necesidad absoluta; que el mandato siguiente: no debes mentir, no tiene su validez limitada a los hombres, como si otros seres racionales pudieran desentenderse de él, y lo mismo respecto de las demás leyes propiamente morales; que, por lo tanto, el fundamento de la obligación no debe buscarse en la naturaleza del hombre o en las circunstancias del universo en que el hombre está puesto, sino a priori exclusivamente en conceptos de pura razón, y que cualquier otro precepto que se funde en principios de la mera experiencia, incluso un precepto que, siendo universal en cierto sentido, se asiente en fundamentos empíricos, aunque no fuese más que en una mínima parte, acaso tan sólo por un motivo de determinación, podrá llamarse una regla práctica, pero nunca una ley moral… el hombre, afectado por tantas inclinaciones… es capaz de concebir la idea de una razón pura práctica (pero), no puede tan fácilmente hacerla eficaz in concreto en el curso de su vida.
(para que algo sea)… moralmente bueno no basta que sea conforme a la ley moral, sino que tiene que suceder por la ley moral… de lo contrario, esa conformidad será muy contingente e incierta, porque el fundamento inmoral producirá a veces acciones conformes a la ley, aun cuando más a menudo las produzca contrarias…
la metafísica de las costumbres debe investigar la idea y los principios de una voluntad pura posible, y no las acciones y condiciones del querer humano en general, las cuales, en su mayor parte, se toman de la psicología.
La buena voluntad
la buena voluntad (es) la indispensable condición que nos hace dignos de ser felices…La buena voluntad... no es buena por su adecuación para alcanzar algún fin que nos hayamos propuesto; es buena sólo por el querer, es decir, es buena en sí misma
Considerada por sí misma, es, sin comparación, muchísimo más valiosa que todo lo que por medio de ella pudiéramos verificar… Aun cuando, por particulares enconos del azar o por la mezquindad de una naturaleza madrastra, le faltase por completo a esa voluntad la facultad de sacar adelante su propósito; si, a pesar de sus mayores esfuerzos, no pudiera llevar a cabo nada y sólo quedase la buena voluntad -no desde luego como un mero deseo, sino como el acopio de todos los medios que están en nuestro poder-, sería esa buena voluntad como una joya brillante por sí misma, como algo que en sí mismo posee su pleno valor. La utilidad o la esterilidad no pueden ni añadir ni quitar nada a ese valor...
Seres configurados por la naturaleza para vivir pero dotados no solo de instinto, sino también de razón
Admitimos como principio que en las disposiciones naturales de un ser organizado, esto es, arreglado con finalidad para la vida, no se encuentra un instrumento, dispuesto para un fin, que no sea el más propio y adecuado para ese fin. Ahora bien; si en un ser que tiene razón y voluntad, fuera el fin propio de la naturaleza su conservación, su bienandanza, en una palabra, su felicidad, la naturaleza habría tomado muy mal sus disposiciones al elegir la razón de la criatura para encargarla de realizar aquel su propósito. Pues todas las acciones que en tal sentido tiene que realizar la criatura y la regla toda de su conducta se las habría prescrito con mucha mayor exactitud el instinto; y éste hubiera podido conseguir aquel fin con mucha mayor seguridad que la razón puede nunca alcanzar... en una palabra, la naturaleza habría impedido que la razón se volviese hacia el uso práctico y tuviese el descomedimiento de meditar ella misma, con sus endebles conocimientos, el bosquejo de la felicidad y de los medios a ésta conducentes; la naturaleza habría recobrado para sí, no sólo la elección de los fines, sino también de los medios mismos, y con sabia precaución hubiéralos ambos entregado al mero instinto.
… (el) hombre vulgar… está más propicio a la dirección del mero instinto natural y no consiente a su razón que ejerza gran influencia en su hacer y omitir… otro y mucho más digno propósito y fin de la existencia, para el cual, no para la felicidad, está destinada propiamente la razón…
(si)… nos ha sido concedida la razón como facultad práctica, es decir, como una facultad que debe tener influjo sobre la voluntad, resulta que el destino verdadero de la razón tiene que ser el de producir una voluntad buena, no en tal o cual respecto, como medio, sino buena en sí misma…(esta) razón… no puede sentir en el cumplimiento de tal propósito más que una satisfacción de especie peculiar, a saber, la que nace de la realización de un fin que sólo la razón determina… una voluntad buena sin ningún propósito ulterior…
El concepto del deber… contiene el de una voluntad buena…
Prescindo aquí de todas aquellas acciones conocidas ya como contrarias al deber… También dejaré a un lado las acciones… conformes al deber… (que se llevan) a cabo porque otra inclinación le empuja a ello… Mucho más difícil de notar es esa diferencia cuando la acción es conforme al deber y el sujeto, además, tiene una inclinación inmediata hacia ella.
La mano invisible
Por ejemplo: es, desde luego, conforme al deber que el comerciante no cobre más caro a un comprador inexperto; y en los sitios donde hay mucho comercio, el comerciante avisado y prudente no lo hace, en efecto, sino que mantiene un precio fijo para todos en general, de suerte que un niño puede comprar en su tienda tan bien como otro cualquiera. Así, pues, los clientes son servidos honradamente. Mas esto no es ni mucho menos suficiente para creer que el comerciante haya obrado así por deber, por principios de honradez: su provecho lo exigía; mas no es posible admitir además que el comerciante tenga una inclinación inmediata hacia los compradores, de suerte que por amor a ellos, por decirlo así, no haga diferencias en el precio. Así, pues, la acción no ha sucedido ni por deber ni por inclinación inmediata, sino simplemente con una intención egoísta…
El deber de conservar la propia vida
... conservar cada (ser vivo)... su vida es un deber, y... todos tenemos una inmediata inclinación a hacerlo así. Mas, por eso mismo... la máxima que rige ese cuidado carece de un contenido moral… En cambio, cuando las adversidades y una pena sin consuelo han arrebatado a un hombre todo el gusto por la vida, si este infeliz, con ánimo entero y sintiendo más indignación que apocamiento o desaliento, y aun deseando la muerte, conserva su vida, sin amarla, sólo por deber y no por inclinación o miedo, entonces su máxima sí tiene un contenido moral.
Inclinaciones y deberes
Ser benéfico en cuanto se puede es un deber; pero, además, hay (quienes)…encuentran un placer íntimo en distribuir alegría en torno suyo… en tal caso, semejantes actos, por muy conformes que sean al deber, por muy dignos de amor que sean, no tienen, sin embargo, un valor moral verdadero y corren parejas con otras inclinaciones; por ejemplo, con el afán de honras, el cual, cuando, por fortuna, se refiere a cosas que son en realidad de general provecho, conformes al deber y, por tanto, honrosas, merece alabanzas y estímulos, pero no estimación; pues le falta a la máxima contenido moral, esto es, que las tales acciones sean hechas, no por inclinación, sino por deber. (Solo)… cuando ninguna inclinación le empuja a ello… realiza la acción benéfica… sólo por deber, entonces, y sólo entonces, posee esta acción su verdadero… un hombre… honrado… de temperamento frío e indiferente a los dolores ajenos, acaso porque él mismo acepta los suyos con el don peculiar de la paciencia y fuerza de resistencia, y supone estas mismas cualidades, o hasta las exige, igualmente en los demás… desprovisto de cuanto es necesario para ser un filántropo, ¿encontraría… en sí mismo cierto germen capaz de darle un valor mucho más alto que el que pueda derivarse de un temperamento bueno? ¡Es claro que sí! Precisamente en ello estriba el valor del carácter moral, del carácter que, sin comparación, es el supremo: en hacer el bien, no por inclinación, sino por deber…
Asegurar la felicidad propia es un deber... pues el que no está contento con su estado... pudiera fácilmente ser víctima de la tentación de infringir sus deberes… sin embargo, aquí, como en todos los demás casos, una ley, a saber: la de procurar cada cual su propia felicidad, no por inclinación, sino por deber, y sólo entonces tiene su conducta un verdadero valor moral.
En efecto, el amor, como inclinación, no puede ser mandado; pero hacer el bien por deber… es el único que puede ser mandado...una acción hecha por deber tiene su valor moral, no en el objetivo o propósito que por medio de ella se quiere alcanzar, sino en la máxima por la cual ha sido realizada…
Máxima y ley práctica
el deber es la necesidad de una acción (hay que realizar la acción) por respeto a la ley (porque la ley lo ordena)… objeto del respeto, y por ende mandato, sólo puede serlo aquello que se relacione con mi voluntad como simple fundamento… que (domine)… mi inclinación… la descarte por completo… no queda, pues, otra cosa que pueda determinar la voluntad, si no es... la ley y, subjetivamente, el respeto puro a esa ley práctica, y, por tanto, la máxima de obedecer siempre a esa ley, aun con perjuicio de todas mis inclinaciones. Así, pues, el valor moral de la acción no reside en el efecto que de ella se espera… pues todos esos efectos -el agrado del estado propio o incluso el fomento de la felicidad ajena -pudieron realizarse por medio de otras causas, y no hacía falta para ello la voluntad de un ser racional, que es lo único en donde puede, sin embargo, encontrarse el bien supremo y absoluto
Máxima es el principio subjetivo del querer… radica en las necesidades e inclinaciones… el principio objetivo —esto es, el que serviría de principio práctico, aun subjetivamente, a todos los seres racionales, si la razón tuviera pleno dominio sobre la facultad de desear— es la ley práctica.
El respeto por la ley
... el respeto es, efectivamente, un sentimiento, (pero)… no es uno de los recibidos mediante un influjo, sino uno espontáneamente originado por un concepto de la razón… Lo que yo reconozco inmediatamente para mí como una ley, lo reconozco con respeto, y este respeto significa solamente la conciencia de la subordinación de mi voluntad a una ley, sin la mediación de otros influjos en mi sentir.... respeto... es... (un)... efecto de la ley sobre el sujeto… El objeto del respeto es, pues, exclusivamente la ley, esa ley que nos imponemos a nosotros mismos… Todo respeto a una persona es propiamente sólo respeto a la ley de la cual esa persona nos da el ejemplo. Como la ampliación de nuestros talentos la consideramos también como un deber, resulta que ante una persona de talento nos representamos, por decirlo así, el ejemplo de una ley —la de asemejarnos a ella por virtud del ejercicio—, y esto constituye nuestro respeto...
La ley universal
¿Cuál puede ser esa ley cuya representación mental... tiene que determinar la voluntad, para que ésta pueda llamarse buena en absoluto y sin restricción alguna?
Como he sustraído la voluntad a todos los afanes que pudieran apartarla del cumplimiento de una ley, no queda nada más que la universal legalidad de las acciones en general como único principio de la voluntad: no debo obrar nunca más que de modo que pueda querer que mi máxima deba convertirse en ley universal.
Cumplir las promesas
... por ejemplo... ¿me es lícito, cuando me hallo apurado, hacer una promesa con el propósito de no cumplirla? … sin duda, muchas veces es prudente hacer una falsa promesa… (pero) hay que considerar detenidamente si la mentira no me ocasionará luego muchos más graves contratiempos que estos que ahora consigo eludir; y… puede suceder que la pérdida de la confianza en mí sea mucho más desventajosa… que el daño que pretendo ahora evitar... (en estas circunstancias) habré de considerar si no sería más sagaz… adquirir la costumbre de no prometer nada sino con el propósito de cumplirlo. Pero pronto veo claramente que una máxima como ésta se funda sólo en las consecuencias inquietantes.
… para contestar... sin engaño alguno, la pregunta de si una promesa mentirosa es conforme al deber, me bastará preguntarme a mí mismo: ¿me daría yo por satisfecho si mi máxima -salir de apuros por medio de una promesa mentirosa- debiese valer como ley universal tanto para mí como para los demás? ¿Podría yo decirme a mí mismo: cada cual puede hacer una promesa falsa cuando se halla en un apuro del que no puede salir de otro modo? Y bien pronto me convenzo de que, si bien puedo querer la mentira, no puedo querer, empero, una ley universal de mentir; pues, según esta ley, no habría propiamente ninguna promesa, porque sería vano fingir a otros mi voluntad respecto de mis futuras acciones, pues no creerían ese mi fingimiento, o si, por precipitación lo hicieren, me pagarían con la misma moneda; por tanto, mi máxima, tan pronto como se tornase ley universal, se destruiría a sí misma… la razón, empero, me impone respeto inmediato por esta universal legislación… y que la necesidad de mis acciones por puro respeto a la ley práctica es lo que constituye el deber... es la condición de una voluntad buena en sí...
Es… imposible determinar por experiencia y con absoluta certeza (si)…la máxima de una acción… ha… tenido su asiento exclusivamente en fundamentos morales y en la representación del deber (pero eso no importa)… ser leal en las relaciones de amistad no dejaría de ser exigible a todo hombre, aunque hasta hoy no hubiese habido ningún amigo leal, porque este deber reside, como deber en general, antes que toda experiencia, en la idea de una razón, que determina la voluntad por fundamentos a priori.
Una moral universal vigente para todos los seres racionales: voluntad y razón
(Además, la ley moral)… tiene vigencia, no sólo para los hombres, sino para todos los seres racionales… de modo absolutamente... incondicionado; por lo cual resulta claro que no hay experiencia que pueda dar ocasión a inferir (la ley moral. Solo a estas leyes)… podemos tributar un respeto ilimitado… ¿de dónde tomamos el concepto de Dios como bien supremo? Exclusivamente de la idea que la razón a priori bosqueja de la perfección moral y enlaza inseparablemente con el concepto de una voluntad libre…
Sólo un ser racional posee la facultad de obrar porque se representa las leyes, esto es, por principios; posee una voluntad. Como para derivar acciones de las leyes se exige razón, resulta que la voluntad no es otra cosa que razón práctica. Si la razón determina indefectiblemente la voluntad, entonces … la voluntad es una facultad de no elegir nada más que lo que la razón, independientemente de la inclinación, conoce como prácticamente necesario, es decir, bueno… si la acción es buena sólo como medio para alguna otra cosa, entonces es el imperativo hipotético; pero si la acción es representada como buena en sí, esto es, como necesaria en una voluntad conforme en sí con la razón, como un principio de tal voluntad, entonces es el imperativo categórico… Este imperativo puede llamarse el de la moralidad...… el mandato incondicionado no deja a la voluntad ningún arbitrio como respecto al objeto y, por tanto, lleva en él aquella necesidad que exigimos siempre en la ley...
El imperativo categórico... puede formularse: obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal de la naturaleza… Hay que poder querer que una máxima de nuestra acción sea ley universal.
Ejemplo: un individuo… se ve apremiado por la necesidad a pedir dinero en préstamo.
Bien sabe que no podrá pagar, pero sabe también que nadie le prestará nada como no prometa formalmente devolverlo en determinado tiempo. Siente deseos de hacer tal promesa, pero aún le queda conciencia bastante para preguntarse: ¿no está prohibido, no es contrario al deber salir de apuros de esta manera? Supongamos que decida, sin embargo, hacerlo. Su máxima de acción sería ésta: cuando me crea estar apurado de dinero, tomaré a préstamo y prometeré el pago, aun cuando sé que no lo voy a verificar nunca. Este principio del egoísmo o de la propia utilidad es quizá muy compatible con todo mi futuro bien estar. Pero la cuestión ahora es ésta: ¿es ello lícito? Transformo, pues, la exigencia del egoísmo en una ley universal y dispongo así la pregunta: ¿qué sucedería si mi máxima se tornase ley universal? En seguida veo que nunca puede valer como ley natural universal, ni convenir consigo misma, sino que siempre ha de ser contradictoria, pues la universalidad de una ley que diga que quien crea estar apurado puede prometer lo que se le ocurra proponiéndose no cumplirlo, haría imposible la promesa misma y el fin que con ella pueda obtenerse, pues nadie creería que recibe una promesa y todos se reirían de tales manifestaciones como de un vano engaño…
Personas y cosas
todo ser racional, existe como fin en sí mismo, no sólo como medio para usos cualesquiera de esta o aquella voluntad; debe en todas sus acciones, no sólo las dirigidas a sí mismo, sino las dirigidas a los demás seres racionales, ser considerado siempre al mismo tiempo como fin.... el valor de todos los objetos que podemos obtener por medio de nuestras acciones es siempre condicionado. Los seres cuya existencia no descansa en nuestra voluntad, sino en la naturaleza, tienen, empero, si son seres irracionales, un valor meramente relativo, como medios, y por eso se llaman cosas;
en cambio, los seres racionales llámanse personas porque su naturaleza los distingue ya como fines en sí mismos, esto es, como algo que no puede ser usado meramente como medio, y, por tanto, limita en ese sentido todo capricho (y es un objeto del respeto)… la naturaleza racional existe como fin en sí mismo… El imperativo práctico será, pues, como sigue: obra de tal modo que uses la humanidad (encarnada), tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio.
No se piense que pueda servir en esto de directiva o principio el trivial dicho: quod tibi non vis fieri... (Lo que no quieras que te hagan a tí, no se lo hagas a los demás) Pues éste es derivado de aquél, aunque con diferentes limitaciones; no puede ser ley universal, pues no contiene el fundamento de los deberes para consigo mismo, ni tampoco el de los deberes de caridad para consigo mismo, ni tampoco el de los deberes de caridad para con los demás (pues alguien podrá decir que los demás no deben hacerle beneficios, con tal de quedar él dispensado de hacérselos a ellos), ni tampoco el de los deberes necesarios de unos con otros, pues el criminal podría fundamentar en esa máxima que el juez no debería condenarle, etc…
Mas el sujeto de todos los fines es todo ser racional (no solo los hombres), como fin en sí mismo, según el segundo principio; de donde sigue el tercer principio práctico de la voluntad, como condición suprema de la concordancia de la misma con la razón práctica universal, la idea de la voluntad de todo ser racional como una voluntad universalmente legisladora.
Aplicaciones
Si, para escapar a una situación dolorosa, alguien se destruye él a sí mismo, hace uso de una persona como mero medio para conservar una situación tolerable hasta el fin de la vida.
… (promesas falsas)… el que lesiona los derechos de los hombres está decidido a usar la persona ajena como simple medio.
Dignidad de los seres racionales como partícipes en la legislación universal: autonomía
En el reino de los fines todo tiene o un precio o una dignidad. Aquello que tiene precio puede ser sustituido por algo equivalente, en cambio, lo que se halla por encima de todo precio y, por tanto, no admite nada equivalente, eso tiene una dignidad…
Y ¿qué es lo que justifica tan altas pretensiones de los sentimientos morales buenos o de la virtud? Nada menos que la participación que da al ser racional en la legislación universal… Pero la legislación misma, que determina todo valor, debe por eso justamente tener una dignidad, es decir, un valor incondicionado, incomparable, para el cual sólo la palabra respeto da la expresión conveniente de la estimación que un ser racional debe tributarle. La autonomía (darse las propias normas) es, pues, el fundamento de la dignidad de la naturaleza humana y de toda naturaleza racional… Dondequiera que un objeto de la voluntad se pone por fundamento para prescribir a la voluntad la regla que la determina, es esta regla heteronomía;
Manuel Kant, Fundamentación de la Metafísica de las costumbres, traducción de Manuel García Morente, 1921, 2020
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