En el trabajo que resumo a continuación se narra que en una tribu que habita en las islas Fiji, los Yasawan, existe un elevado grado de contribución de los individuos a la producción de bienes colectivos tales como la limpieza del pueblo o la construcción de edificios comunitarios. Parecería que los Yasawan son más prosociales que otros pueblos. También resulta llamativo el mecanismo que sostiene la cooperación. No parece ser el de la reciprocidad indirecta (reputación) y el castigo social, que son los mecanismos que se observan en los países occidentales. Parece que la explicación es que la represalia y el castigo prosocial son herramientas típicas de los mercados para asegurar el cumplimiento de los contratos que articulan los intercambios, de manera que se necesita un amplio desarrollo de los mercados para que esos mecanismos de sostenimiento de la cooperación puedan funcionar.
Entre los Yasawan, no hay represalias ni
castigo prosocial. Lo que sostiene la cooperación es que cuando un individuo no contribuye a las tareas comunes del pueblo y lo hace repetidamente,
se chismorrea sobre su conducta y su reputación decae. A partir de aquí, el gorrón queda al margen de la – diría – “comunidad jurídica”. Se puede robar en su huerto o su granja sin que el grupo reaccione frente a tales delitos que es lo que normalmente ocurriría si el que ha sufrido el robo es alguien con reputación de ser cooperativo.
El que roba a un ladrón tiene cien años de perdón es, pues, una norma propia de sociedades primitivas en las que la imposición de sanciones está
descentralizada (autotutela) y en la que aquellos individuos que más odian al gorrón tienen incentivos – apropiarse de los bienes ajenos – para aplicar el castigo. Obsérvese que el castigo, en este caso, genera un beneficio y no como en el caso normal de castigo "prosocial" en el que la imposición del castigo al infractor supone un coste para el que impone el castigo. Recuérdese la Ley de las XII tablas: los acreedores podían - incluso - descuartizar al deudor
sólo trans Tiberim, esto es, al otro lado del río de Roma porque allá el ciudadano romano carecía de derechos.
La "eficiencia" de este sistema social para sostener la cooperación se encuentra en que
es mucho menos exigente que un sistema de enforcement centralizado de las sanciones. La reputación no puede sostener la cooperación si no podemos “interpretar” las omisiones de los demás miembros del grupo. Para poder
interpretar las omisiones de los demás como “negativa a cooperar” y reaccionar en consecuencia (desechando a ese sujeto como
partner en la cooperación, imponiendo castigos prosociales…) el volumen de conductas omisivas que merezcan la calificación como cooperativas debe ser muy bajo o, más específicamente, las conductas omisivas cooperativas deben carecer de relevancia reputacional, esto es, no deben contribuir a la reputación del sujeto, ni a realzarla, ni a perjudicarla.
La intuición es sencilla de explicar. Imaginemos que en unas oficinas públicas, los empleados roban con mucha frecuencia material de oficina. En ese entorno, si A no roba material de oficina se desprende de su "omisión" que es alguien “cooperativo” y, por tanto, compañero deseable para emprender conjuntamente con él actividades cooperativas. Pero como no todo el mundo está robando todo el tiempo,
el “no robo” por parte de A no informa a bajo coste a los demás de su “alta calidad” como colega (así se entiende
el deber de garante como requisito de los delitos de omisión en el Derecho Penal).
Por tanto, antes de que se puedan construir reputaciones individuales que permitan sostener elevados niveles de cooperación, el grupo – la oficina pública en nuestro ejemplo – ha de mantener a raya el nivel de robo.
Si nadie o casi nadie roba, la omisión deja de ser una conducta difícil de interpretar. Es la conducta debida. Y robar deviene saliente. Viceversa. La omisión, el “no hacer” cuando se espera que se haga (ej., el socorrista en la playa que no se lanza a salvar al niño que se ahoga en la orilla) se interpretará, negativamente, como no cooperar, lo que contribuirá a la – mala – reputación del que omite la conducta. Pero el escenario es sencillo de interpretar: el socorrista no se ha levantado de su silla. Que alguien no robe material de oficina en su trabajo en un momento determinado no es una conducta unívoca que indique la fiabilidad del sujeto.
En definitiva, para que la reputación – la opinión que los demás tienen sobre uno respecto a su capacidad y disposición a cooperar con los demás y contribuir a la producción de bienes colectivos – sea el mecanismo que asegure elevados niveles de cooperación en el seno de un grupo, es preciso que los miembros del grupo
puedan deducir de la conducta de los demás si éstos están realizando actos que realzan o que perjudican su reputación. Y esta observabilidad no puede predicarse de las omisiones. Pero las omisiones tienen un elevado contenido informativo en relación con la reputación, porque
tenemos muchas más oportunidades de abstenernos de aprovecharnos de los demás (no robar, no matar, no explotar, en general, la debilidad o la ignorancia ajenas) que de ayudar activamente a los demás.
De manera que las teorías basadas en la capacidad de la reputación para sostener la cooperación (teorías de la reciprocidad directa y, sobre todo, en grupos de cierto tamaño, indirecta)
requiere que podamos interpretar la “omisión” – “inacción” de alguien como una negativa a cooperar. Y para eso, el volumen de conductas omisivas que signifiquen justamente lo contrario tiene que ser reducido. Es decir, tienen que ser escasos los escenarios de dilemas cooperativos negativos, donde “
cooperar significa ver tal oportunidad de explotar a alguien, pero dejarla pasar (no hacer nada)”. Si “no hacer nada” puede significar tanto que el sujeto inactivo es un cooperador como que es un no-cooperador, no pueden construirse reputaciones que puedan dar lugar a premios y castigos por parte de los demás miembros del grupo.
Así que para sostener elevados grados de cooperación “positiva”, primero, un grupo humano tiene que
tener bajo control las “ubicuas oportunidades de aprovecharse los unos de los otros” especialmente de los más débiles de la comunidad. Cuando nadie se aprovecha de estas oportunidades en un grupo, la inacción/omisión adquirirá significado social: falta de disposición a cooperar:
“el desafío central superado por la reciprocidad indirecta negativa es que la cooperación negativa, es decir, no explotar a otros, es típicamente inobservable y, por lo tanto, no puede mejorar la reputación de forma fiable. Curiosamente, la solución puede llevar a una presión sobre las capacidades cognitivas asumidas por muchos modelos existentes de cooperación humana, que los individuos pueden reconocer y coordinar rápidamente sobre normas arbitrarias compartidas”
Recuérdese lo que he dicho en otro lugar acerca de el
lento ascenso de la sociedad anónima como mecanismo de cooperación: tener bajo control los costes de agencia costó siglos porque los gestores tenían incentivos para explotar a los inversores y éstos escasos medios para controlar la conducta de aquellos. Sólo
oportunidades de ganancia enormes eran suficientes
para vencer la resistencia de los ahorradores a entregar su dinero a cambio de acciones de una sociedad anónima. En ese entorno, el mercado de la cooperación colapsa.
Además, dicen los autores, la cooperación genera ganancias de las que uno puede apropiarse, de manera que si no se controla a los gorrones y abusones, los pardillos desaparecerán rápidamente y la cooperación colapsara:
“por ejemplo, nuestra tribu podría cooperar para crear un almacén comunitario de comida para el invierno. Pero, luego, durante los meses del largo invierno, los ladrones nocturnos podrían robar la comida poco a poco”.
En tal escenario, es difícil que al año siguiente existan incentivos para cooperar en tal empresa.
En tercer lugar, hay rendimientos decrecientes/crecientes a la cooperación negativa:
“si una persona de buena reputación es ayudada varias veces, es probable que experimente una disminución de los rendimientos marginales. Un poco de comida cuando uno se muere de hambre proporciona un beneficio enorme, mientras que una gran cantidad de comida cuando uno está lleno sólo proporciona beneficios incrementales. Por otra parte, la explotación repetida puede poner a las víctimas en situaciones cada vez más graves, con consecuencias cada vez más graves para su estado físico (por ejemplo, el robo repetido de alimentos a las personas hambrientas y débiles)”.
En cuarto lugar, la “buena” reputación no puede decaer porque el reputado omita una conducta si no hay acuerdo respecto de lo que constituye una omisión (“robar/no robar” la comida del inválido). Y la reputación sólo tiene valor para inducir la cooperación cuando puede tanto mejorar como empeorar.
También
dejar pasar la oportunidad de engañar a otros es un dilema negativo, un dilema especialmente grave en especies como la humana donde la cultura es tan relevante en la supervivencia. Los autores añaden que
“la capacidad para resolver los dilemas negativos ha de haberse desarrollado antes que la de resolver dilemas positivos y nuestra psicología proporciona algunas pruebas” La gente hoy en día es más sensible al daño que a la ayuda (sesgo de negatividad), y al daño por comisión que por omisión. La información negativa (es decir, sobre los actos dañinos de otros) tiene un efecto mucho más potente sobre la reputación que la información positiva, y la gente juzga en mayor medida que existió intencionalidad cuando se produce un resultado negativo asociado a una conducta que cuando se produce un resultado positivo. Los niños pequeños e incluso los bebés de tres meses de edad encuentran a los malhechores más repugnantes que a los benefactores. Si nuestros antepasados hubieran tenido un sesgo tan negativo como el nuestro, los dilemas cooperativos negativos habrían empequeñecido a los positivos a la hora de determinar la distribución de la reputación a largo plazo. La gente condena más severamente las transgresiones morales de otros cuando son el resultado de acciones deliberadas, en comparación con las inacciones iguales pero intencionales… En consecuencia, la gente parece menos dispuesta a transgredir por acción que por omisión, especialmente si pueden ser castigados por otros. Estos efectos... parecen peculiares de las comisiones negativas
Los autores conforman un modelo del que concluyen que el sostenimiento de la cooperación mediante la acción requiere, como presupuesto, controlar la explotación entre los miembros del grupo (tal como el robo o la violación) y, a partir de ahí,
Construyendo a partir de prerrequisitos cognitivos mínimos... hemos trazado un camino hacia formas más amplias de cooperación humana, primero suprimiendo la explotación dentro del grupo (como el robo o la violación), y luego aprovechando la explotación para sostener actos arbitrarios y costosos de realzamiento de la reputación.... como compartir la carne o la defensa de la comunidad...
Estos presupuestos se dan:
- los humanos y los primates prefieren interactuar con otros que sean prosociales;
- están dispuestos a incurrir los costes de ver cómo se castiga a otros cuando se comportan antisocialmente;
- el grado de socialidad se utiliza para elegir compañeros de juego o trabajo y la información al respecto se transmite lo que indica que se trata de gestionar la propia reputación.
- Los niños incluso muy pequeños tienen un sesgo negativo: encuentran especialmente aversivos a los sujetos que molestan a otros, más que atractivos a los que ayudan a otros.
De modo que puede concluirse que
si los miembros de la comunidad son lo suficientemente reacios a explotar a sus colegas de buena reputación, las fuerzas selectivas mantendrán y aumentarán esta renuencia, perpetuando comunidades armoniosas (es decir, no explotadoras). Esto es particularmente probable si hay muchas oportunidades de explotar a otros que benefician poco a los perpetradores en relación con el daño que causan a sus víctimas.
Rahul Bhui, Maciej Chudek, Joseph Henrich, How exploitation launched human cooperation, Behavioral Ecology & Sociobiology, May 2019