Llevamos un par de años oyendo a toda clase de expertos y no expertos pero con púlpito explicarnos por qué la austeridad puede funcionar o por qué no y cómo salimos de la crisis. Los términos más sencillos para entender el debate son los que se refieren al euro.
Sin moneda única, la pérdida de competitividad de la economía española (salarios excesivos, rigideces en los mercados de productos y servicios, despilfarro público) se resolvía devaluando la peseta. Este gráfico refleja la devaluación de la peseta frente al dólar y la evolución del euro frente al dolar. Si hubiéramos seguido fuera del euro, probablemente, ahora estaría el dolar a 170 pesetas y el euro a más de 200. Zapatero habría tenido que devaluar la peseta y Rajoy, probablemente, también. El Estado estaría pagando unos tipos de interés elevados para que los mercados le prestasen dinero ante la perspectiva de los inversores de que el proceso de devaluación siguiera imparable, como ha sucedido históricamente:
… la cotización de la peseta descendió claramente en los mercados monetarios internacionales en los últimos años de la Dictadura del General Primo de Rivera, lo que probaba su depreciación . Para contenerla, el señor Calvo Sotelo, en un discurso ante la Asamblea Nacional, propugnó el establecimiento del patrón oro, que, con mayor o menor pureza, seguían los pueblos más importantes del mundo. A dicho efecto se nombró una Comisión, el 10 de enero de 1929, que presidió el ilustre economista don Antonio Flores de Lemus, y de la que formaban parte los señores Virivales, Bernis y Amengual. El dictamen mantenía el criterio de que la depreciación en el valor de la Peseta era la causa de los males económicos de la nación, lo que había que corregir con la restauración de su curso, mediante el establecimiento del patrón oro, estabilización del cambio exterior de la peseta, y nivelación de la balanza de pagos. Más el dictamen no tuvo, por desgracia, una gran influencia política, porque como se dijo entonces, el trabajo no resolvía el problema monetario en su fase aguda. De aquí que la peseta siguió depreciándose como se prueba por los siguientes datos de la Bolsa de Nueva York: El dólar se cotizaba en 1913 a 5,57 pesetas y a 69,60 en diciembre de 1967, la libra esterlina, entre las mismas fechas, ha pasado de 27,13 pesetas a 167,20 pesetas; el marco alemás, de1,33 pesetas a 17,48 pesetas, y el franco suizo, de 1,08 en 1913 a 16,13 pesetas en diciembre de 1967. …Así, partiendo de las equivalencias de carácter oficial de la peseta de unos arios con el valor de las pesetas de 1935, resulta que en 1940 la peseta valía 57 céntimos de la peseta de 1935; en 1950 valía una peseta 17 céntimos; en 1960 valía sólo 8 céntimos; en 1965 descendió a 6 céntimos y en noviembre de 1967, cuando nuestro signo monetario fue devaluado, la peseta valía únicamente 5 céntimos de la de 1935. El poder adquisitivo de la peseta, tomando como base el año 1913 = 100, ha descendido a finales de 1967 a 3 céntimos y medio; y si tomamos como base el año 1935 ----- 100, la peseta valía exactamente una peseta en esta fecha y 61 céntimos de la peseta de 1913.
Con posterioridad a 1967, esta trayectoria siguió imparable. Boyer, en los años ochenta, fijo el tipo de cambio con el dolar en 127 pesetas. En 1992, el cambio con el ECU – el predecesor del euro – se fijó en 140 pesetas. Es decir, que, cuando entramos en el euro, habíamos perdido más de un 25 % de poder adquisitivo respecto de 1992.
Esto quiere decir que, si no fuera por el euro, los españoles habríamos perdido casi todo el poder de compra de nuestros ahorros, habríamos sufrido de una inflación muy elevada (recuérdense cómo afectaron a España las crisis del petróleo de 1973 y 1979) y “no nos habríamos puesto las pilas” en términos de exportaciones. Seguiríamos exportando mano de obra como venimos haciendo desde el siglo XVIII. Huerta de Soto ha defendido el euro sobre la base de que es un patrón-oro, solo que más débil. Porque impide a los Estados las devaluaciones competitivas.
Los que piden que se acabe con la austeridad tienen argumentos potentes en términos de crecimiento económico: si se reduce el gasto público y la demanda privada está deprimida, la contracción de la economía se refuerza. La única forma de salir de esa espiral es la llamada “devaluación interna”, esto es, reducir precios y salarios en España de manera que los costes de producir en España sean correspondientemente más bajos y mejorar radicalmente la balanza de pagos y por cuenta corriente: incremento de las exportaciones.
Los defensores de la austeridad tienen a su favor, por un lado, que hay casos de éxito, como los países bálticos y, por otro, que no ha existido verdadera austeridad porque el problema de España es que se lanzó a un crecimiento del gasto público brutal durante el comienzo del siglo XXI sin contar con financiación estable (la base de los impuestos estaba muy vinculada a la construcción de manera que desapareció un 30-40 % de los ingresos públicos cuando estalla la burbuja inmobiliaria).
El discurso de los partidarios de la austeridad se ha enriquecido en los últimos tiempos con la idea de las reformas. Para hacer sus economías más competitivas, países como España han de reformar sus economías eliminando rentas que se llevan grupos de interés bien organizados: los políticos, los que están cerca de los políticos y grupos de particulares que reciben salarios o remuneraciones muy superiores a las que obtendrían en un mercado competitivo.
Alemania comenzó la “pelea” en términos muy duros. Cuando parecía que el euro se iba a la porra, Draghi dijo aquello de que haría todo lo que fuera necesario para garantizar la supervivencia del euro. Esas palabras eran mágicas porque convencieron a los que prestaban dinero a España de que España les devolvería sus préstamos en euros. Y que si España no tenía euros para devolver esos préstamos, el Banco Central Europeo, que los tiene casi infinitamente, prestaría euros a España para que España los entregase a los prestamistas. Que España no pueda, a su vez, devolver al BCE el dinero pedido prestado es lo de menos. En algún momento, el BCE perdonará esas deudas a los países periféricos y, en cantidades semejantes, a los países del centro y norte de Europa, o lo que es lo mismo, habrá hecho lo que hicieron los gobiernos españoles e italianos a lo largo del siglo XX: devaluar el euro a base de emitir muchísimos euros. Obsérvese que, hasta hoy, cada euro que el BCE entrega (a los bancos que luego se lo entregan a los Estados a cambio de títulos de deuda pública que los bancos depositan a su vez en el BCE como garantías para nuevos préstamos) se corresponde con un apunte en su balance: el BCE tiene un “crédito”. Es decir, el BCE no “le da a la maquinita de imprimir euros” sin más. Crea euros que presta a alguien que se compromete a devolverlos algún día.
El gran jubileo (la-mayor-impresión-de-dinero-de-toda-la-historia) ocurrirá en algún momento en los próximos cuatro o cinco años: los Estados que forman parte del euro acordarán una emisión brutal de euros que los Estados destinarán a pagar su deuda pública y que terminarán en el BCE cuando los bancos que tienen la deuda pública devuelvan lo que deben al BCE.
El jubileo no se produce inmediatamente porque los alemanes no quieren. Y no quieren (¡que se fastidien los acreedores que recibirán euros devaluados!) por varias razones, ninguna de las cuales tiene que ver con que un jubileo beneficie a los vagos y corruptos mediterráneos. Si se produce el gran jubileo, los alemanes y los españoles se beneficiarán en la misma medida. Por ejemplo, a 5000 euros por ciudadano europeo, lo que significaría emitir un billón quinientos mil millones de euros si en la zona euro hay 300 millones de habitantes (que no son tantos), o sea, una vez y media el PIB español.
Los alemanes temen dos cosas. La primera es que, como le pasó a España con la peseta, una devaluación semejante del euro lo convierta en una peseta europea. Los acreedores dejarán de confiar en la moneda europea (como lo hacían con el marco alemán); la financiación de la deuda pública se encarecerá; la inflación aumentará y no habrá estabilidad económica fundamental para el crecimiento. Y la segunda es que los alemanes piensan, con razón, que el euro tiene que ser como el marco y, para eso, los mediterráneos deben olvidarse para siempre de las devaluaciones competitivas.
En esta partida, los alemanes tienen la sartén por el mango porque sin su consentimiento, no hay gran jubileo que valga. Solo tenemos a Draghi que no puede “perdonarnos nuestras deudas”, solo darnos carrete. Los mediterráneos tienen a su favor que Francia se parece cada vez más a un país mediterráneo y menos a un país del norte de Europa. Que la política es la política y que podemos tolerar protestas sociales en Grecia pero no en el corazón de Europa y a escala europea.
¿Cómo acabará la partida? Como acaban todas las partidas europeas: con un acuerdo en el que todos ceden algo y todos sacan algo. Alemania conseguirá que los Estados mediterráneos vivan con los medios que pueden arrebatar a sus contribuyentes (déficit público cero en 2017 y control europeo de los presupuestos nacionales) y que, si quieren crecer, lo hagan no a través de devaluaciones competitivas, sino a través de devaluaciones internas y de reformas. Además, evitará catástrofes futuras de carácter nacional (a partir de entonces las catástrofes serán europeas y habrá que resolverlas como las resuelve EE.UU.) porque el control del sistema financiero también se habrá traspasado a Europa. A cambio, aceptará devaluar la deuda pública de todos los países de la zona euro permitiendo una "devaluación controlada” del euro una vez que los procesos de reforma, control del gasto etc se hayan consumado. Esta devaluación permitirá a España o Italia no caer en default respecto de su deuda pública aunque, de aquí a 2017 no crezcamos lo suficiente como para que los ingresos del Estado aumenten más de lo que lo está haciendo la deuda pública. Naturalmente, el plazo de 2017 se puede alargar si Alemania comprueba que los países mediterráneos no están haciendo “los deberes”. Mientras tanto, Draghi provee de liquidez a la espera del gran jubileo.
Claro que, si los mediterráneos saben que, más pronto o más tarde, habrá un gran jubileo ¿por qué van a hacer todas esas cosas? ¿por qué iban a cumplir “su parte” del trato? Porque Alemania puede salirse del euro o crear un euro-tan-sólido-como-el-deutsche-mark el día que esté convencida de que los mediterráneos no van a cumplir su parte. Esta amenaza garantiza la seriedad de la posición alemana. Y, a la vez, es una amenaza muy eficiente – en términos de Williamson diríamos que es un rehén – porque salir del euro supone unos enormes costes también para Alemania, sobre todo, si se va haciendo cada vez más real – la amenaza – y los europeos trasladan masivamente sus ahorros a Alemania para el día después. El gran jubileo de Merkel es perfecto, no cada siete años, ni siquiera cada cincuenta. El gran jubileo se producirá cuando los deudores se hayan comportado como deben y, por tanto, se hayan hecho merecedores del perdón de las deudas.
Todo esto no tiene que ver con la política económica interna de Alemania. Muchos alemanes y europeos pueden considerar razonablemente que Alemania tendría que crecer más estimulando su demanda interna; que no tendría que reducir su deuda pública sino aumentarla ya que puede financiarse a tan bajo coste destinando los ingresos a los ciudadanos alemanes de manera que puedan comprar más productos en otros países europeos y estimular el crecimiento en toda Europa. Pero eso no tiene que ver con el gran jubileo.
2 comentarios:
Basta ya de pedir por parte de Alemania,creemos aranceles para los productos que vienen de fuera de Europa y juguemos todos con unas reglas iguales.
Excelente post. De los mejores que he leído, teniendo en cuenta que los taxistas aciertan igual que los expertos en prospección económica.
Yo una vez propuse inducir una "deflación controlada", que creo que es lo que usted llama "devaluación interna. Claro que eso tendría el inconveniente de "arrebatar los derechos que al puevlo le ha costado tanto conseguir"
Un saludo
C.A.
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