La convergencia de España con los países más desarrollados
España quedó rezagada entre 1815 y 1950. El siglo XIX
y principios del siglo XX fueron testigos de un crecimiento sostenido del PIB per cápita
mientras que paradójicamente la brecha con los países industrializados se amplió entre 1883 y 1913.
La brecha se profundizó aún más durante la primera mitad del siglo XX. Este resultado va contra las predicciones de la teoría de la convergencia que postulan un crecimiento más intenso cuanto
más bajo es el nivel inicial de ingresos. Pero entre 1950 y 2007 se produjo tal convergencia.La Edad de Oro (1950-74), especialmente, el período desde 1960 (un rasgo común de los
países de la Periferia Europea: Grecia, Portugal, Irlanda) se destaca como una fase
de crecimiento sobresaliente que permitió acercarse a las naciones más avanzadas. Un crecimiento constante aunque más lento tras la ralentización que se produjo coincidiendo con la transición a la democracia (1974-84)
permitió a España seguir recuperando terreno hasta 2007, tendencia que se invirtió con la Gran Recesión.
En general, la posición relativa de España con respecto a los países occidentales ha evolucionado a lo largo de una forma amplia en U, deteriorándose hasta 1950 (excepto en las décadas de 1870 y 1920) y recuperándose.
(excepto para los episodios de la transición a la democracia y el Gran
Recesión)
Las causas
¿Cómo explicar esta inversión en la fuente del crecimiento de la productividad del trabajo de las ganancias de eficiencia a la acumulación de capital? Se puede plantear la hipótesis de que, en tanto que la economía crecía, España se acercó a la frontera tecnológica por lo que lograr nuevos avances en eficiencia resulta más difícil. Además, el cambio estructural, a saber, la transferencia de la mano de obra desde los sectores de menor productividad laboral a los de mayor productividad (es decir, desde la agricultura a la industria) es un cambio que se produce una sola vez y que en gran medida ya se había completado en el momento de la adhesión de España a la Unión Europea. De este modo, España habría agotado su potencial de converger con los países más ricos y las ganancias de eficiencia se ralentizaron al ajustarse a las tasas de crecimiento en la productividad total de los factores de los países más avanzados.
Sin embargo, una inspección sumaria de las pruebas sugiere que esto no es lo que ha ocurrido porque en términos de crecimiento de la productividad total de los factores, España se mantuvo en el nivel más bajo entre los países de la OCDE entre mediados de la década de 1990 y 2007, al producirse la Gran Recesión (Corrado et al., 2013). Por lo tanto, se requiere una explicación alternativa. Los datos comparativos indican que el gasto de las empresas en investigación y desarrollo
son menores en España que en la mayoría de los países de la OCDE, como también es el caso de la inversión en intangibles (propiedad intelectual) y en capital humano. El contexto se agrava aún más por el bajo grado de competencia de los mercados de productos y factores. Además, la reasignación de recursos hacia los servicios y la construcción ha tenido lugar en un contexto de menor inversión e innovación que condujo a una disminución de la eficiencia.
La evolución de la desigualdad
¿Cómo se pueden interpretar estas tendencias de desigualdad? En la primera fase de la globalización, desde principios del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial, la caída de la desigualdad durante las fases de apertura a la competencia internacional (finales de los años 1850 y principios de los años 1860, finales de los años 1880 y principios de los años 1890) y el aumento de la desigualdad (desde finales de los años 1890 hasta el final de la Primera Guerra Mundial) coincidieron con un retorno al proteccionismo estricto, podría predecirse dentro del marco teórico de Stolper-Samuelson que postula que las políticas proteccionistas favorecen los factores de producción escasos (tierra y capital, en este caso) mientras que penalizan el abundante (mano de obra). A principios del siglo XIX, esta tendencia se habría visto reforzada por el hecho de que la protección arancelaria no empujo a emigrar a los trabajadores como en otros países europeos proteccionistas (es decir, Italia y Suecia). La depreciación de la peseta en la década de 1890 y principios del siglo XX dificultó la decisión de emigrar, ya que el costo del pasaje aumentó drásticamente… Los datos cuantitativos muestran que, si no se hubiera depreciado tanto la peseta, la emigración española habría podido ser superior en más de un 40 por ciento durante el período 1892-1905 (Sánchez-Alonso 2000a)... Durante un período por lo demás totalmente favorable a la migración internacional debido a los bajos costos del transporte, la mayor demanda de mano de obra no calificada en las economías del Nuevo Mundo y las grandes diferencias salariales entre Europa y las Américas, la emigración de mano de obra siguió siendo baja en España en comparación con otros países del sur de Europa, como Italia. La emigración española estaba limitada por los ingresos de modo que los posibles emigrantes no podían hacer frente a los costes de migrar. (Sánchez-Alonso 2000b). La migración interna siguió siendo baja hasta la Primera Guerra Mundial. El modesto ritmo de la industrialización fue la principal razón… (Silvestre (2005)
Sin embargo, esto no explica el aumento de la desigualdad entre mediados de la década de 1860 y principios de la de 1880, que podría atribuirse a un aumento de los rendimientos del capital y de la tierra en relación con los salarios asociados a la construcción de ferrocarriles y a la explotación de los recursos mineros después de su liberalización, y no sólo al auge de las exportaciones agrícolas.
La reducción de la desigualdad durante la década de 1920 y principios de la de 1930, un período de retroceso de la globalización, exigiría una explicación diferente, ya que otras fuerzas condicionaron la evolución de la desigualdad. El crecimiento acelerado, la intensificación del capital y el cambio estructural contribuyeron a reducir la desigualdad total en la década de 1920. La desigualdad salarial aumentó con la migración del campo a la ciudad y la urbanización, dado que los salarios en las zonas urbanas eran más altos y presentaban una mayor variación que los salarios en las zonas rurales, pero la diferencia entre el rendimiento de la propiedad y el de la mano de obra disminuyó. Las reformas institucionales que incluyeron nueva legislación social, especialmente la reducción del número de horas de trabajo por día, y la creciente voz de los sindicatos, contribuyeron a un aumento de los salarios en relación con los ingresos de la propiedad (Cabrera y del Rey 2002, Comín 2002).
El hecho de que la Guerra Civil estallara después de una década y media de disminución de la desigualdad y tras el crecimiento económico de la década de 1920, que condujo al alivio de la pobreza absoluta, exige hipótesis explicativas. ¿Tuvo raíces económicas la Guerra Civil? Las expectativas insatisfechas de compartir el aumento de la riqueza por parte de los que se encontraban en el punto más bajo de la distribución durante la II República (1931-36) pueden contribuir a explicar el malestar social que precedió a la Guerra Civil. Además, la disminución de la brecha entre el retorno a la propiedad y al trabajo en un contexto de malestar social, incluidas las amenazas a la propiedad, a principios de la década de 1930, ofrece una posible explicación para el apoyo prestado por un sector no desdeñable de la sociedad española al golpe de Estado militar que desencadenó la Guerra Civil (1936-39).
¿Cómo se puede interpretar el aumento de la desigualdad durante los años de la autarquía después de la guerra? La compresión salarial se produjo como consecuencia de la re-ruralización de la economía española (la participación de la agricultura aumentó tanto en la producción como en el empleo) y de la prohibición de los sindicatos. Paralelamente, se produjo una disminución de la concentración del ingreso en la cúspide durante la década de 1940 (Alvaredo y Saez, 2009). Así, en contraste con la experiencia de los años treinta, mientras que la desigualdad caía tanto en los rendimientos del trabajo como en los del capital, la polarización entre la propiedad y el trabajo causó un aumento de la desigualdad total. El aislamiento internacional, resultante de las políticas autárquicas, intensificaría estas tendencias, con el aumento de la desigualdad en la medida en que los factores escasos como la tierra y el capital, se veían favorecidos a expensas de la mano de obra, que era un factor abundante y más distribuido de manera más homogénea.
Una drástica disminución de la desigualdad comenzó a finales de los años cincuenta y llegó hasta principios de los sesenta, es decir, antes de la fase de liberalización y apertura que siguió a las reformas de 1959. El auge del crecimiento económico en la década de 1950 trajo consigo mejoras en los niveles de vida, la urbanización y un aumento de la participación de la mano de obra en el ingreso nacional. Además, las políticas populistas del ministro de Trabajo de Franco llevaron a un aumento sustancial de los salarios en 1956 (Barciela, 2002). Se requiere una investigación cuidadosa del proceso de reducción de la desigualdad durante la década de 1950.
La apertura de los años sesenta y principios de los setenta favoreció el trabajo como factor abundante y, por lo tanto, contribuyó a reducir la desigualdad, al tiempo que estimuló el crecimiento y el cambio estructural que, a su vez, desempeñó un papel nada despreciable en el mantenimiento de la desigualdad en niveles moderados.
El aumento del ahorro, ayudado por el desarrollo financiero que acompañó al crecimiento económico, facilitó el acceso a la propiedad de la vivienda, lo que, a su vez, contribuyó a reducir la concentración de los ingresos de la propiedad (Comín, 2007; Martín Aceña y Pons, 2005). La difusión de la educación seguramente jugó un papel en la disminución de la desigualdad al reducir la concentración de capital humano (Núñez, 2005). Además, la disminución de las disparidades regionales, condicionada por la convergencia tecnológica, la generalización de la educación básica y la convergencia en la composición del empleo (de la Fuente 2002, Martínez Galarraga et al., 2015), también debe haber incidido en la distribución del ingreso. Además, el aumento del gasto social en el último franquismo (1960-75) debe haber tenido un efecto en la reducción de la desigualdad.
El aumento de la participación política tras el restablecimiento de la democracia en 1977 condujo a una reforma fiscal progresiva y a aumentos sustanciales del gasto público en transferencias sociales (desempleo, pensiones), educación y salud que tuvieron un fuerte impacto redistributivo. Sin embargo, las fases de disminución y aumento de la desigualdad han alternado desde la restauración de la democracia, con el resultado de que los niveles de desigualdad se han mantenido dentro de un rango de 30-35 Gini.
Así, se puede argumentar que las transferencias sociales y la fiscalidad progresiva aportadas por el Estado del bienestar han permitido la contención de los niveles de desigualdad dentro del rango de 30-35 Gini, mientras que el Gini de " mercado " (es decir, la medida de la desigualdad antes de las transferencias sociales) se incrementó. De hecho, la evidencia para el siglo XXI muestra que, en ausencia de transferencias sociales, la desigualdad de ingresos alcanzaría niveles similares a los de principios de la década de 1950. Un resultado similar se obtiene para los países de la OCDE (OCDE, 2016). Por qué España, junto con otras sociedades de la OCDE, se han vuelto tan desiguales antes de que los impuestos progresivos y las transferencias sociales exige una investigación cuidadosa.
El fracaso de la Revolución industrial española y la emigración
La evidencia cuantitativa arroja serias dudas sobre el argumento de que la agricultura fue la clave del `fracaso' de la Revolución Industrial Española. (Prados de la Escosura 1988; Simpson 1995). La producción agrícola creció tanto en términos absolutos como per cápita durante el siglo XIX. Sin embargo, en el contexto de las naciones de Europa Occidental, la agricultura española no es tan boyante: la productividad experimentó menores tasas de crecimiento, y las diferencias con Gran Bretaña y Francia (ya de por sí grandes en 1800) tendieron a ampliarse durante el siglo XIX, y no hubo una reducción significativa durante el siglo XX (O'Brien y Prados de la Escosura 1992). Las diferencias en la mezcla de productos y en la producción por hectárea son factores clave, no síntomas del retraso agrícola español. Qué parte de la culpa corresponde a factores naturales o sociales es una cuestión que requiere aún más investigación.
No todas las interpretaciones culpan a la agricultura exclusivamente por el atraso económico de España en comparación con Europa Occidental. Una investigación reciente ha puesto de relieve el bajo rendimiento industrial a finales del siglo XIX (Carreras 1984; Prados de la Escosura 1988).Varios estudiosos subrayan las actitudes de los empresarios españoles que buscaban protección en lugar de enfrentarse a su competencia en los mercados internacionales (Tortella 1981; Fraile 1991).
La evidencia cuantitativa arroja serias dudas sobre la interpretación tradicional del atraso industrial de España, según la cual la demanda interna fue el principal obstáculo para el crecimiento de las manufacturas durante el siglo XIX. La incapacidad de la industria para vender en el mercado internacional y el bajo nivel de productividad industrial parecen tener un buen valor explicativo de este fenómeno. En este contexto, las actitudes y estrategias de los empresarios industriales españoles cobran especial relevancia. En vista de la competencia internacional, reorientaron sus esfuerzos hacia el mercado interno en busca de rentas y protección gubernamental (Fraile 1991). La baja renta per cápita asociada a un sector agrícola atrasado ya no es una explicación suficiente para el rezagado crecimiento industrial español durante el siglo XIX.
No hay pruebas concluyentes que apoyen la opinión de que la pérdida del Imperio fuera responsable del retraso económico de España a largo plazo. A pesar de los indudables efectos negativos a corto plazo sobre la formación de capital, los ingresos públicos, el comercio de bienes y servicios y la industria manufacturera, el impacto global sobre el PIB fue mucho menor (menos del 8% del PIB) de lo estimado por los historiadores, y se concentró en determinadas regiones (Prados de la Escosura, 1993). A partir de la evidencia cuantitativa disponible, se puede sugerir que la pérdida de las colonias parece haber tenido un impacto menos profundo y generalizado en la economía española de lo que la literatura histórica ha sugerido. Los sectores más competitivos y flexibles de la economía se adaptaron finalmente a las nuevas circunstancias, en particular la agricultura comercial que orientó la oferta hacia los mercados en crecimiento del noroeste de Europa.
En cuanto al cambio de los mercados coloniales a los europeos, el hecho es que los primeros ya representaban una parte más pequeña antes de la independencia colonial.
Desde finales del siglo XIX, las restricciones a la competencia, tanto interna como externa, ayudan a explicar la lentitud del crecimiento durante 1883-1920, a pesar de la estabilidad institucional de Restauración (1975-1923), que debería haber proporcionado un entorno favorable para la inversión y el crecimiento.
La autarquía
La débil recuperación posterior a la Guerra Civil implicó que el nivel máximo del PIB per cápita de antes de la guerra (1929) no se alcanzó hasta 1954, en contraste con los 6 años que, en promedio, se tardó en volver al nivel máximo anterior a la Segunda Guerra Mundial en Europa Occidental. En la búsqueda de explicaciones del comportamiento idiosincrático de España, se puede plantear la hipótesis de que la mayor pérdida de capital humano frente al capital físico que contribuyó a la reconstrucción retrasada, ya que la destrucción de capital físico durante la Guerra Civil fue aproximadamente igual a la media de Europa Occidental durante la Segunda Guerra Mundial, pero el exilio después de la Guerra Civil y, posiblemente en mayor medida, el exilio interno resultante del nuevo régimen. la represión política, significó un agotamiento significativo del limitado capital humano de España (Prados de la Escosura y Rosés, 2010; Núñez, 2003; Ortega y Silvestre, 2006")”
2 comentarios:
Si tuviera que resumir el post el dos líneas, y simplificando quizá demasiado, diría que en España ha existido actividad industrial pero no ha existido clase industrial como tal, sino un estamento nobiliario, propietario de las tierras y de las escasas estructuras industriales, y con una fuerte aversión al cambio propia de los estratos sociales elevados en los países meridionales.
El milagro español de los sesenta y setenta se debe - entre otros factores - a la consolidación de las ciudades como polos de desarrollo económico (inmigración interna), generalización de la educación superior y estabilidad política (franquismo y tecnocracia): abundancia de recursos humanos capacitados en un entorno previsible y favorable.
El descuelgue post recesión se debe a la terciarización de la economía, que comenzó tras la adhesión a la CEE (los servicios en países industrializados tienen mayor valor añadido que los de los países que carecen de industria), a una idiosincrática visión cortoplacista de la empresa (los frutos de la I+D tardan en llegar), y para qué vamos a negarlo, una censura sorda de la riqueza que arraiga en el secular catolicismo fatalista, y por lo tanto igualitarista.
Muy interesante el post. Sin embargo al final se llega a una omisión. Se habla de la autarquía sin desarrollarla mucho y sin tener en cuenta que no fue una elección voluntaria del régimen. Los aliados intentaron matar a España de hambre tras la Segunda Guerra Mundial y sólo las ventas a crédito de trigo y carne de Argentina evitaron una catástrofe humanitaria.
Publicar un comentario