Bárbara Blasco escribe extraordinariamente bien, condición necesaria pero no suficiente para escribir buenas columnas periodísticas. Es imprescindible, además, saber de lo que se habla. Los 'escritores' que tienen una columna en algún periódico, a menudo, escriben como si fueran expertos sin serlo. Para ocultar su ignorancia, escogen temas en los que no puedan decir disparates fácilmente detectables. Observarán que hay muy pocas columnas periodísticas sobre lo que nos cuesta razonar estadísticamente, o sobre si existe un sesgo antinorteamericano de las decisiones de la Comisión Europea en materia de competencia o sobre si Madrid ha crecido más y mejor que Barcelona por culpa de las políticas nacionalistas o que aborden cuestiones sociales con fundamentos científicos (por ejemplo, ¿nos hemos vuelto más ingratos? ¿qué explica la violencia en la pareja?) o reformas jurídicas desde una perspectiva informada y técnica (¿cómo mejorar la Administración de Justicia?).
Cuando los columnistas se ocupan de asuntos políticos, lo que se necesita, además de saber escribir, es experiencia. La experiencia que tienen, sobre todo, los periodistas. No es raro que los mejores columnistas políticos sean periodistas.
Cuando los columnistas se ocupan de asuntos que constituyen la materia prima de la literatura - de las obras de ficción -, los escritores profesionales son imbatibles. Si escriben sobre libros de literatura o ensayos de humanidades, es una delicia leerlos. Pero también cuando recuerdan las fotografías que había en los comedores de las casas de hace cien años o recuerdan a otros escritores.
El problema, como en el chiste del matrimonio entre Einstein y la mujer de extraordinaria belleza pero escasa inteligencia, es que la combinación entre una buena escritura y un contenido fundamentado es excepcional y son muy frecuentes los casos en los que gente que no sabe escribir tiene una columna y gente que sabe escribir pero que no sabe de los temas de los que habla se empeña en ocuparse de ellos una y otra vez. La culpa, naturalmente, es de los directores de Opinión de los periódicos.
Vamos con la preciosa columna escrita por Bárbara Blasco sobre la feliz convivencia entre argentinos pro-Milei, "chicos de Vox", parejas de funcionarios que votan a Podemos e inmigrantes rumanos que regentan bares en la España vacía. La columnista describe lo bien que se lo pasó y constata que, en el pueblo, "cada uno tiene sus ideas pero podemos estar todos juntos" y que el chico de Vox dice que eso "en Barcelona no pasa". Blasco cree que la política ha invadido y envenenado las relaciones sociales. Como trata de persuadir al lector, utiliza el nosotros. "se nos volvió todo política", "caímos en esa trampa", "nos convertimos en peones al servicio de unas siglas"... Y propone "relegar la política a un segundo plano".
Pero ¡ay! ¿qué es relegar la política a un segundo plano?
Estar atentos a las acciones, a los valores, a los sentimientos de quien tenemos delante y no tanto a las siglas. Al fin y al cabo, todos conocemos a gente de nuestra cuerda a la que estrangularíamos con esa misma cuerda, o a gente cuyas ideas están en las antípodas y, maldición, son encantadores.
Esta afirmación parece ingenua. Blasco cree que, cuando "el chico de Vox", simpático y deportista exprese sus "valores" o cuente lo que hizo este invierno en Barcelona, el "encanto" de este chico no se disipará. Cree que si el chico de Vox dice que hay que dar preferencia a los españoles cuando se trata de contratar a alguien, Blasco no empezará a pensar que lo estrangularía. Porque Blasco dice, inmediatamente, que ella no dejaría de reaccionar ante "una injusticia, convencida de que el racismo, el machismo, el egoísmo, cualquier ismo nos estrecha como istmos". Cualquier afirmación por parte del chico de Vox que ella interprete como racista o machista o egoísta le llevaría a reaccionar y, naturalmente, el "chico de Vox" negaría que sus opiniones o acciones sean racistas o machistas por lo que intuyo que el karaoke del viernes pasado será el último al que asistan ambos. Así que la única solución es prohibirnos recíprocamente hablar de política, esto es, hablar de los problemas, acontecimientos y propuestas para la vida en común, pues esa es la definición de política, lo relativo o perteneciente a la vida en común de un grupo de personas de cierto tamaño.
Y añade dos paradojas falsas en mi opinión:
Hoy todo es política, lo que quiere decir que nada es política.
... Porque es precisamente en un mundo cuyas fronteras difuminó Internet, donde el poder de los Estados es cada día más limitado y una crisis inmobiliaria supera cualquier política estatal, cuando todos nos hemos vuelto tremendamente políticos. Tal vez para compensar.
Blasco destroza la columna con estas deducciones.
No se entiende por qué si "todo es política" (que es una afirmación metafórica por su obvia falsedad) "nada es política". No se entiende qué concepto de "política" tiene Blasco.
Y la segunda es un párrafo bien escrito pero altamente discutible. Las fronteras nacionales se han difuminado por lo que se conoce como la "globalización" que se produjo a partir de la entrada de China en la OMC y la caída de la URSS. El poder de los Estados no es más limitado. Al revés. No hace sino aumentar. En España, en concreto, el Estado ha pasado de controlar el 44 % de lo que producimos a controlar el 50 % en pocos años. Otra cosa es que los estados nacionales compitan entre sí.
Pero la afirmación final, cabría en un poema o en una novela en la que Blasco nos explicara lo que le pasa por la cabeza a un personaje. No puede creer que "nos hemos vuelto tremendamente políticos" para compensar la globalización y la pérdida de poder de los estados o porque hubo una crisis financiera provocada por la expansión del crédito hipotecario. Por eso tiene razón Arcadi Espada cuando critica la mezcla de ficción y no ficción. Las varas de medir (y, por tanto, de criticar) son distintas. Y un columnista hace el ridículo cada vez que nos pasa un fragmento de una novela por un texto de "no-ficción".
¿Tiene algo interesante que decir Blasco sobre las causas de la polarización política en la última década y, en particular, sobre si hay causas específicamente españolas? Yo creo que no. Porque si tal fuera el caso, se habría referido a la rebelión nacionalista y a la discriminación que sufren los que no saben ni quieren hablar catalán o vascuence; al auge del populismo de Podemos ("lo personal es político"), a la invasión de la vida privada de las personas por las normas jurídicas o a la voluntad declarada de la mayoría de obligar a todos a expresar su conformidad con los valores que ellos defienden o a adoctrinar a los niños en los "valores" que se consideran preferibles por una parte de la sociedad en las leyes de educación en la conciencia de que esos "valores" no son compartidos por todos o, en fin, a la hegemonía de una corriente del feminismo que podemos llamar posmoderna.
Si queremos tener una conversación pública vibrante, productiva y estimulante, necesitamos que cada uno de los que participan en ella hagan lo que saben hacer mejor. Zapatero a tus zapatos.