Foto: Martín Donato @martindonato
En esta entrada resumiré las páginas 197 a 206 del libro Adam Smith, Father of Economics, de Jesse Norman al que he dedicado una entrada anterior. Estas páginas son de mi especial interés porque me han aclarado el proceso histórico de conversión del ser humano en el homo oeconomicus por parte del pensamiento económico. No había leído antes una explicación mejor de este proceso. El punto central es que el homo oeconomicus es un invento del utilitarismo del siglo XIX y no de la Ilustración ni de su proyecto científico que consistía en construir una Ciencia del Hombre a semejanza – pero no idéntica – a las Ciencias de la Naturaleza. Esta concepción de los actos morales no puede estar más alejada de la de Smith.
El proceso empieza – dice Norman – apenas una década después de la muerte de Adam Smith en 1790. Bentham publica sus Principios de Moral y Legislación donde, como es conocido, propone que la “bondad moral de una acción se defina, no en términos de las intenciones de la gente o de la virtud o sentido del deber sino exclusivamente en términos de sus consecuencias para la felicidad o el placer de la gente según… el principio de utilidad”. El placer o el dolor se pueden medir (cálculo hedónico) lo que permite una aproximación mucho más objetiva y “científica”. En lugar de la inconmensurable bondad, tenemos la medible “utilidad”.
El segundo paso lo dará Malthus y su Ensayo sobre el Principio de la Población (1798). La concepción del ser humano que utiliza Malthus para formular su famosa progresión aritmética de la producción de alimentos frente a la progresión geométrica de la reproducción humana es la de un agente al que mueven exclusivamente dos impulsos: el propio interés y la pulsión sexual. Así simplificado, el ser humano se vuelve más tratable: “menos de una década después de la muerte de Adam Smith, Malthus habrá dado el primer paso hacia lo que hoy se considera como el homo oeconomicus”.
El tercero lo dará David Ricardo en sus Principios de Economía Política (1817) donde formulará el principio de la ventaja comparativa (cada país debe concentrarse en producir el bien que puede producir a menor coste y comerciar con otros para abastecerse de los demás que necesita aunque, respecto de cualquiera de esos otros, pueda producirlos a un coste inferior a los del otro país con el que comercia). Lo que hizo Ricardo con el intercambio de mercado de Adam Smith fue desligarlo de los sujetos que intercambian. Los que intercambian no son “individuos” sino “países” – está hablando de comercio exterior – “Ricardo parece ser el primer intelectual de gran porte en introducir la idea de análisis de clase conscientemente en la Economía política británica”. Las partes del intercambio no son individuos humanos sino “agentes” – en este caso, países – Luego, Marx lo generalizará para explicar el reparto de la riqueza entre beneficios y salarios y el conflicto entre la clase de los propietarios-empresarios y la clase trabajadora. Aquí repite Norman la distinción entre reglas generales y leyes universales. En su opinión, Ricardo pasó de las primeras – de Adam Smith – a las segundas al decir, respecto a la validez del principio de la ventaja comparativa que “el principio de la gravedad no tiene un grado mayor de certeza”.
El mecanismo del mercado se convierte en una operación de leyes económicas fijas e inmutables, independientemente del lugar y las circunstancias. El efecto es que el sistema cauteloso, empírico y cualificado de Smith de <<< libertad natural>> se transforma en <<< un sistema de libre comercio perfecto>>. Esta capacidad de generalización radical fue una fuente crucial del poder de las ideas de Ricardo.
Y el paso final lo dará John Stuart Mill en 1836 en su ensayo Sobre la definición de la Economía Política donde la Economía Política no tiene ya por objeto la naturaleza y conducta humana en Sociedad, “se ocupa exclusivamente de un ser que desee poseer riqueza y que es capaz de juzgar la eficacia comparativa de los medios para obtener tal objetivo… Mill descarta el foco de Malthus en la pasión sexual y pone en su lugar una visión exclusivamente económica y aún más estrecha” y citando a Jevons, “Hace abstracción total de cualquier otra pasión o motivo humano; excepto aquellos que pueden ser considerados como principios perpetuamente antagónicos al deseo de la riqueza, es decir, la aversión al trabajo, y la pérdida del disfrute actual de costosos placeres".
Con estos planteamientos, el camino para la elaboración de modelos matemáticos que captaran la conducta humana así de estrechamente concebida estaba abierto. La entrada de las matemáticas en la Economía Política es cosa de la segunda mitad del siglo XIX y del siglo XX que permitió los dos grandes logros de la Economía neoclásica: la revolución marginalista y la teoría del equilibrio general. Y, más recientemente, la teoría de juegos. El ser humano desaparece de la escena y, en su lugar,
“los individuos dejan de ser vistos, cada vez más, como humanos y se conciben como meros agentes económicos, átomos separados de los demás, perfectamente racionales que operan sistemáticamente y sin excepciones en mercados sin fricciones con perfecta información”
El peor efecto de la matematización fue que invirtió el orden de la investigación económica. En lugar de plantearse problemas interesantes sobre la conducta y la naturaleza humana cuando se enfrenta a la necesidad de cubrir sus necesidades y procurarse medios para florecer como individuos y grupos (Julie Nelson)
El Homo oeconomicus se desarrolló originalmente como una ficción útil, cuyo propósito era reducir las preguntas complejas hasta los huesos de la estructura matemática, es decir, permitir que las simplificaciones necesarias para que las matemáticas se hicieran cargo del problema. En su lugar, fue capturada por el utilitarismo y los matemáticos del marginalismo, y se transformó en un meme culturalmente significativo que moldeaba el desarrollo de la propia Economía y provocaba una reacción política de gran alcance por parte de quienes estaban preocupados por el impacto de la economía neoliberal en la formulación de políticas.
De modo que, en contra de las advertencias de Arrow sobre las imposibles condiciones de los mercados de competencia perfecta, se empezó a asumir no ya que los mercados reales competitivos podían producir los beneficios esperados de los mercados de competencia perfecta, que es una asunción realista, sino que para lograr tales beneficios no hacía falta contar con humanos sociables y ultracooperativos, bastaba con contar con sociópatas a los que sólo movería el ánimo de maximizar el lucro.
Estos mercados reales que generan esos efectos semejantes a los de competencia perfecta son los de los productos de consumo que abarcan, en la actualidad, el 75 % del gasto privado en el caso de los EE.UU. según informa Norman. El propio Smith había afirmado que las dinámicas presentes en esos mercados eran suficientes – aunque no fuesen perfectos – para generar los beneficios sociales que se esperan de los mercados al señalar que las condiciones de la “libertad natural” y los incentivos de los individuos a mejorar su condición y su tendencia natural a intercambiar amable y pacíficamente conducían a la opulencia de la Sociedad. Smith dirá: “Si un país no pudiera prosperar sin haber disfrutado de la libertad y la justicia perfectas, no habría en el mundo nación alguna que hubiera prosperado jamás”
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