lunes, 4 de marzo de 2019

¿Por qué se siente vergüenza cuando otros creen erróneamente que uno ha hecho algo malo?


Elizabeth Taylor and Roddy Mcdowall (1948).
En 1998, Joseph Dick, un marino de la Armada norteamericana destinado en el USS Saipan, fue acusado de la violación y asesinato de Michelle Bosko (Bikel, 2010). Confesó. Fue juzgado y condenado. Estuvo 12 años en prisión. Finalmente, expresó lo avergonzado que estaba por este acto y se disculpó públicamente con la familia de la víctima. Parece que, en principio, no hay aquí misterio alguno. Nadie se sorprende cuando una persona declarada culpable de un delito se avergüenza de lo que ha hecho. Tal persona ha sido forzada a enfrentarse a su propia deficiencia moral y a darse cuenta de su fracaso personal. La mayoría de la gente probablemente se sentiría avergonzada en esa situación. 
Lo que sucede es que Dick no pudo cometer los delitos por los que profesaba estar avergonzado. En el momento del asesinato, estaba de servicio a bordo de su barco y no pudo haberlo abandonado. No había pruebas físicas que lo relacionaran con el delito. Y las pruebas del ADN acusan a otro hombre, que testificó que cometió el delito en solitario. Sin embargo después de un gran número de interrogatorios agresivos por parte de la policía, que insistió en que Dick era el responsable, Dick se rindió y confesó. Frente a una situación en la que mucha gente insistía en su culpabilidad, en que era culpable, llegó a sentirse responsable y avergonzado por algo que en realidad no había hecho… 
El sentimiento de vergüenza se debe a que uno no está a la altura de sus propias exigencias o aspiraciones, y los propios actos proporciona una imagen negativa de uno mismo

Diferencia entre vergüenza y culpa.


Para unos la vergüenza es un sentimiento público mientras que el sentimiento de culpa es privado. Para otros la diferencia está en las “exigencias o aspiraciones” que se ven defraudadas por nuestra conducta. Si son parte de nuestro “ser estable”, esto es, de quien somos, entonces sentimos vergüenza. Si se deben a una caída pero nuestros actos no ponen en cuestión nuestra condición moral o intelectual, entonces sentimos culpa. Por ejemplo, vergüenza se siente por no haber aprobado un examen porque nos consideramos tontos mientras que se siente culpa por suspender cuando no se ha estudiado lo bastante.
Cuando uno se avergüenza, el yo total es visto como defectuoso, y esta, de acuerdo con las teorías atribucionales, es la razón por la cual la experiencia de la vergüenza es tan desagradable. El dolor de verse a sí mismo como contaminado es tan repugnante y debilitante que se despliegan diversas medidas defensivas con el fin de evitar la sensación de vergüenza. Estas defensas incluyen culpar a otros, cólera y agresión.

Pero ¿cómo se explica que uno sienta vergüenza por algo que no ha hecho?
la vergüenza se activará en la mente de una persona cuando otros se enteran (o pueden enterarse) de una información negativa sobre esa persona. Por hipótesis, este programa de emociones está diseñado para (a) motivar a una persona a ser especialmente cautelosa a la hora de tomar medidas que puedan exacerbar la devaluación en una situación social ya de por sí precaria, b) limitar la propagación de la  información potencialmente dañina a más gente de la que ya la conoce, y c) limitar los costes de la consiguiente devaluación en la consideración social. Así las cosas, los inocentes pueden sentir vergüenza simplemente si saben o sospechan que otros los ven negativamente. Esto se debe a que son principalmente las creencias de otros -y no los hechos -, los que determinan la reputación de una persona, esto es, la valoración de los demás.

¿Por qué es tan importante evolutivamente la valoración que los demás tengan de nosotros? Porque la supervivencia de los individuos en un entorno peligroso y donde la posibilidad de morir era una experiencia cotidiana, la dependencia de unos miembros de un grupo pequeño de los demás es absoluta. Los autores cuentan que en una tribu hortoculturalista de Ecuador, en la Amazonía, el 65 % de los miembros del grupo necesitaban, en algún momento, ser cuidados y alimentados por otros miembros del grupo (por no hablar ya de las posibilidades de encontrar pareja y reproducirse). Por tanto, su supervivencia dependía críticamente de que los demás los valorasen lo suficiente como para prestarles ayuda en situaciones de necesidad (enfermedad, accidente). En este marco, la vergüenza – la humillación pública – es una forma muy eficaz de limitar la pérdida de reputación social. Si uno de los miembros del grupo no está en condiciones de convencer a los demás que su comportamiento no fue reprobable, puede intentar, al menos, demostrar a los demás cuán arrepentido y avergonzado está, cómo ha intentado reparar el daño de manera que la valoración a los ojos de los demás no caiga hasta el fondo.

Los autores realizan varios experimentos de los que concluyen que

“la devaluación real o potencial en la consideración de los demás es suficiente para generar un sentimiento de vergüenza con independencia del contenido de las acciones que uno ha desarrollado”.

Es decir, nos avergonzamos sólo con pensar que otros pueden pensar mal de nosotros y nos avergonzamos cuando nos excluyen de un grupo a pesar de que hemos contribuido y cooperado con él al máximo de nuestras posibilidades: “los datos que resultan de estos estudios sugieren con firmeza que lo que hace saltar el sentimiento de vergüenza es la percepción negativa de uno que tengan los demás, no la percepción negativa de uno mismo del propio sujeto”.


Theresa E. Robertson Daniel Sznycer, Andrew W. Delton, John Tooby, Leda Cosmides, The true trigger of shame: social devaluation is sufficient, wrongdoing is unnecessary, Evolution and Human Behavior 39 (2018) 566–573

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