martes, 20 de agosto de 2019

Decálogo del buen profesor de Derecho




Lyrissa Lidsky, una profesora de Derecho de la Universidad de Missouri ha publicado en Twitter un decálogo de consejos para profesores de Derecho. Como me han parecido de mucho interés, difíciles de cumplir y algunos de ellos discutibles, los reproduzco aquí en español con algún comentario. Un par de observaciones previas: Derecho es un posgrado en los EE.UU. Los estudiantes son mucho más maduros (y han pagado un dineral) que nuestros estudiantes de Derecho, de manera que no cabe esperar el mismo tipo de relación profesor-alumno ni la misma reacción por su parte. Mi experiencia es que, a menudo - no siempre -, incluso alumnos de quinto año, esperan ser tratados como si estuvieran en el Instituto lo que me lleva a pensar que ese es el trato que han recibido en los cuatro años anteriores de la carrera. Vamos con los consejos de la profesora Lidsky.

El primero es completamente contradictorio con el “ser” de un profesor (a los que se paga en vanidad). Nos pide Lidsky que recordemos que la clase no va del profesor. La clase va de los estudiantes. “No trates de impresionarlos haciendo alardes de tu inteligencia. Impresiónalos mostrando cuán inteligentes son ellos”. Aquí se podría hacer algún chiste. Pero yo, en particular, no, porque mis alumnos – de la doble de Derecho y ADE – son inteligentes. Dado lo que se ha dicho sobre que Derecho en los EE.UU. es un postgrado, la presunción de inteligencia puede aceptarse para el estudiante medio.

El segundo es un consejo muy sensato pero difícil de llevar a la práctica: mantener elevadas las expectativas respecto de lo que pueden hacer – de su capacidad  - los alumnos “es una forma de respetarlos”. Es fácil de aceptar (si los consideras inteligentes, no es difícil esperar mucho de ellos) pero difícil de cohonestar con los consejos que vienen a continuación: si los alumnos son listos y puedes esperar mucho de ellos ¿qué haces cuando te decepcionan porque se comportan como “vagos y maleantes” (es broma)? ¿Les haces ver que te han decepcionado? ¿les pasas la mano por el lomo y les dices que se porten mejor la próxima vez? ¿les haces creer que todo vale?

El tercero es que, en las primeras clases, sientes el nivel del curso. Porque forzar la máquina y aumentar la exigencia más adelante es imposible. Relajar ésta, por el contrario, es perfectamente posible. Es un buen consejo. Me recuerda a lo de Marguerite Yourcenar y la relación entre el caballo y el jinete. Este podía adaptarse al caballo sólo una vez que lo había domado. Si los alumnos se convencen de que el que trabaja seriamente aprueba, el nivel de control de su conducta puede relajarse.

“Respeta el tiempo de los estudiantes. Los estudiantes agradecen y te incitan a que te vayas por las ramas e irse por las ramas ocasionalmente hace la clase mas llevadera. Pero hay que ver todo el programa. Esta es una regla de profesionalidad. Si te sientes obligado a hablar de cosas que no están en el programa, a lo mejor tienes que cambiar el programa. Pero, entretanto, asegúrate de que “cubres el programa”. Los programas de las asignaturas de Derecho merecen cambios profundos (Bolonia no lo hace fácil); hay que aligerarlos mucho de contenido y centrarlos en el estudio de un par de problemas intelectualmente importantes y que proporcionen herramientas que los estudiantes puedan utilizar para resolver problemas prácticos de la profesión de abogado o juez.

El quinto no lo entiendo. Lo dejo en inglés: “You teach who you are, whether you mean to or not”. Supongo que quiere decir que no puedes evitar ser tú mismo cuando estás encima de la tarima.

El sexto es muy bueno (y también difícil de llevar a la práctica): a veces basta con “levantar las cejas, hacer una pausa un pelín larga o hacer una broma” para indicar que el alumno se ha equivocado o para controlar cualquier incidente en la clase. Todo ello es preferible a levantar la voz o soltar una regañina. De nuevo, tener estudiantes de 25 años de edad o de 18 es muy diferente.

El séptimo lo sufrimos especialmente desde que el sistema de Bolonia se ha implantado: los estudiantes quieren seguridad jurídica y exigen un contrato detalladísimo cuyo cumplimiento vigilarán hasta el más mínimo detalle. Basta con ver cuán detallados son los syllabus de los profesores norteamericanos para darnos cuenta de que esa “comprensión contractual” de la relación entre profesores y alumnos se ha extendido a España. Lo dejo en inglés “Students want to know what to expect both in the course as a whole and day-by-day”. Y Lidsky reconoce que “I don’t always do as well on this front as I want to”. Yo tampoco. Aunque, tras varios años de dar la misma asignatura, los materiales son más que suficienteS y las sesiones están muy rodadas, hacer cambios que me parecen adecuados es, normalmente, un desastre. Mucho que mejorar, por ejemplo, en la evaluación. Mi predicción es que los exámenes tipo test ganarán terreno por esa exigencia de los alumnos de seguridad jurídica y de hiperregulación de la docencia y evaluación de las asignaturas. El examen tipo test es un arma defensiva del profesor muy potente cuando todos los suspensos vienen a la revisión y al profesor le pueden abrir un expediente por una nadería.

El octavo es también exacto. Los estudiantes son benevolentes si creen que el profesor se esfuerza y se preocupa porque aprendan (no te dejes guiar por las encuestas, siempre hay una minoría que tiene incentivos para poner a parir al mejor docente del mundo) y perdonarán errores.

Con el noveno también estoy de acuerdo: si no te apasiona la asignatura que enseñas ¿por qué les iba a gustar a tus estudiantes? Uno de los mejores comentarios que he recibido en las encuestas de docencia rezaba: “El problema de este profesor es que, como a él le interesa mucho lo que cuenta, cree que a nosotros tiene que interesarnos también en el mismo grado”. O algo así. Tenía razón el alumno. El profesor no debería nunca perder de vista que lo normal es que sus alumnos no estén interesados especialmente en la materia – sobre todo si no la han elegido, pero aunque la hayan elegido porque pueden haberlo hecho por cualquier razón espuria – y podrá darse con un canto en los dientes si al final del semestre algunos estudiantes dicen que el profesor ha conseguido interesarles por la asignatura. Ser consciente de esta falta de interés ayuda a ser mejor profesor porque obliga a esforzarse por ser claro y por formular las ideas de forma atractiva.

Con el décimo no estoy completamente de acuerdo. Dice “Respect and honor different perspectives. The tone you set will dictate whether your students respect and honor different perspectives”. Las “perspectivas” no merecen ni respeto ni honor. Leyendo el consejo de Lidsky in bonam partem, quizá lo que quiere decir es que si no presentas una cuestión desde distintas perspectivas, los estudiantes pueden percibir equivocadamente que la cuestión es sencilla, esto es, no compleja. Y si presentas las distintas perspectivas, entonces sí, has de hacerlo sin convertirlas en espantapájaros o deformándolas de cualquier otra forma. En este punto, de todas formas, yo soy más del club de Coase y “The Market for Goods and the Market for Ideas”. Prefiero que las perspectivas diferentes de las mías se las enseñen y expliquen los que las defienden. La vida es corta y los semestres universitarios sólo tienen catorce semanas.

Como bonus, Lidsky sugiere que comprobemos frecuentemente y sin riesgo para los estudiantes si están aprendiendo o no. Pero “administering them is burdensome”.

Véase las excelentes "apostillas" de Presno Linera en su blog 

2 comentarios:

Er Tato dijo...

Muy interesante el artículo y aplicable a profesores de cualquier materia, no sólo de Derecho.

Y con cierto grado de autocrítica -no muy habitual entre profesores, como bien reconoce el primer consejo-, lo que lo hace doblemente interesante.

Un saludo

Anónimo dijo...

Aunque cada profesor tiene (y debe tener) su propio estilo e interpretación de la materia,y resulta necesaria la preparación personal de las clases, creo que en España pecamos de un excesivo individualismo, y que sería eficiente compartir recursos educativos intradepartamentales. Se me ocurre que se podría estudiar bonificar las aportaciones computándolas como horas de dedicación, o, al menos, como méritos. Y, en su caso, que haya una comisión encargada de la revisión y aprobación de los materiales. Preparar clases "alternativas" resulta especialmente "burdensome" para el profesor y muchas veces queda en agua de borrajas por falta de tiempo. Repartirse la programación, si cada participante no rehuye su "parte", podría ser muy ventajoso.

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