La acuñación de monedas es, sin duda, un gran facilitador del intercambio comercial: monedas de cobre, en particular, para pequeñas transacciones. En ausencia de monedas, los lingotes de oro o plata para grandes operaciones comerciales y el trueque para los menores pueden ser mucho más sofisticados de lo que podríamos suponer inicialmente. Pero el trueque requiere cosas que la acuñación hace innecesarias: la necesidad de que ambas partes sepan, en el momento del acuerdo, exactamente lo que quieren de la otra parte; y, particularmente en el caso de un intercambio que implique que una de las partes reciba su prestación en el futuro, un alto grado de confianza entre los que intercambian. Si quiero cambiar una de mis vacas por un suministro regular de huevos durante los próximos cinco años, puedo hacerlo, pero sólo si confío en el criador de gallinas. El trueque se adapta a las pequeñas comunidades en las que las transacciones tienen lugar cara a cara, en las que la confianza entre las partes ya existe o donde el cumplimiento puede asegurarse fácilmente gracias a la reputación
Este párrafo de BryanWard-Perkins, The Fall of Rome and the End of Civilization, Oxford 2005 tiene
mucho interés. Uno tendía a pensar que el trueque tenía el gran inconveniente
de que exigía encontrar a alguien – con quien permutar – que tuviera lo que tú quieres
y quisiera lo que tú tienes y que lo quisiera y lo tuviera en el momento en el
que tú también tienes y quieres. Tal coincidencia de oferta y demanda
recíprocas en un mismo lugar y momento es algo realmente difícil por lo que el
volumen de intercambios debía de ser muy reducido y con ello, el grado de
especialización y división del trabajo en esa economía, también muy reducido.
Es decir, en las palabras ahora más usadas, asistiríamos a un grado reducido de
“complejidad” de la economía.
Tal parece que fue lo que ocurrió
a la caída del imperio romano donde la división del Imperio Romano de
Occidente en numerosos reinos formados
por los distintos pueblos bárbaros que lo ocuparon, terminó con la pax
romana (uno se entera de que había una ley romana que prohibía a los
particulares tener armas y el ejército – 600 mil soldados – era completamente
profesional lo que sugiere que los tiempos del Imperio Romano debieron ser los
últimos siglos “tranquilos” que vio Europa Occidental hasta la segunda mitad
del siglo XX) y, al parecer también, con el comercio a gran escala que había
caracterizado, según el autor, al Imperio Romano incluyendo el bajo imperio.
Son muchos los indicios de esa pérdida de complejidad de la economía europea
tras las invasiones bárbaras. Pero una interesante es que deja de acuñarse
moneda. Probablemente porque no hay confianza en su valor y en que sería
aceptada en intercambios y probablemente también porque el comercio de larga
distancia – posible solo y sobre todo gracias al transporte fluvial y marítimo
(esto no se subrayará nunca lo bastante) – se redujo en muy notable medida en
los siglos V a VII en comparación con los siglos anteriores.
Pero lo que interesa a un jurista
es cómo los particulares intentan reducir los costes de intercambiar porcualquier vía posible. Obsérvese que una moneda que conserve su valor y que sea
aceptada generalizadamente permite el
intercambio impersonal porque permite convertir una permuta en la que
una de las partes da crédito a la otra (como en el ejemplo de Ward-Perkins) en
dos (compraventas) intercambios en los que las partes ejecutan su prestación
simultáneamente. Es decir, en lugar de intercambiar una vaca por un suministro
quinquenal de huevos, unos romanos habrían vendido una vaca y habrían comprado
huevos periódicamente.
Esto no es muy interesante y loexplicó perfectamente Armen Alchian hace muchos años. Lo que a mí me ha interesado
es que es precisamente la falta de acuñación de moneda resultado de que – dice Ward-Perkins
– los reyes godos no consideraban que debieran ofrecer tal servicio público a
sus súbditos permitió que se desarrollara el crédito y los instrumentos
sustitutivos de la moneda para ejecutar los intercambios como compraventas en
lugar de como permutas. Por ejemplo, sabemos que los romanos no conocieron la
letra de cambio (ni la sociedad anónima a pesar de que “inventaron” las
corporaciones). Parece que no era una economía basada en el crédito como sí lo
sería la medieval y la de la Edad Moderna. Pues bien, es probable que los
límites de la permuta y la ausencia de moneda abundante acelerara la aparición
y generalización de instrumentos de crédito y la utilización masiva de la
escritura para documentar las transacciones y, por tanto, establecer quién
debía qué a quien. Que es lo que se observa en el comercio medieval.
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