viernes, 30 de mayo de 2025

La democracia accionarial y la falacia del espantapájaros

 

Art Institute Chicago en Unsplash

La falacia del espantapájaros, también conocida como falacia del hombre de paja o falacia del monigote, es una falacia lógica que consiste en tergiversar o distorsionar el argumento de un oponente para luego atacar esa versión distorsionada en lugar de atacar el argumento original. Se hace esto para que el ataque sea más fácil y efectivo, haciéndolo parecer que el oponente defiende una posición más débil o absurda

 

Esto es lo que hace el artículo "The Shareholder Democracy Lie" en una tendencia que observo se está haciendo frecuente entre los autores que pretenden decir algo nuevo sobre el gobierno corporativo (v., por ejemplo este que "rechaza la premisa de la primacía de los beneficiarios para los fondos públicos de pensiones y, en su lugar, aboga por un interés público más amplio" lo que provocará que los contribuyentes tengan que aportar más para que los funcionarios cobren la pensión que se les ha prometido; o este que insiste en incorporar a la discusión jurídica conceptos y construcciones sociológicas o económicas sin 'traducirlos' en conceptos e instituciones jurídicas que sean operativos).


Nadie ha dicho nunca que la "democracia accionarial" y las democracias políticas sean comparables. Comparar una sociedad anónima con un Estado democrático es tan absurdo como comparar un templo mesopotámico o egipcio con la fundación Rockefeller. 


Lo que tienen en común la sociedad anónima y el Estado es que en ambos casos estamos ante corporaciones, un invento occidental que sirve, en general, para articular la cooperación de los individuos humanos cuando el fin perseguido exige coordinar a un gran número de personas y se pretende que éstas sean fungibles o intercambiables. Y lo característico de las corporaciones, en lo que a su 'gobierno' se refiere es que los miembros de la corporación participan en él. Es la regla medieval quod omnes tangit. (y también aquí, aquí y aquí). Y es la regla que definía la 'democracia' en la Edad Antigua: la participación en los asuntos públicos. Pero esa participación no era ni democrática, ni generalizada (solo los varones que eran 'jefes de familia' participaban en las asambleas). Es la regla tamién que obliga a que haya órganos en los que participan los miembros y a que sus reuniones sean públicas y previamente convocadas. Es la regla, en fin, de que las decisiones de la corporación son las que prefiera la mayoría (que puede ser la maior pars o no. Los juristas medievales se referían a la sanior pars). 


Junto a la idea de participación de los miembros en las decisiones corporativas, la otra característica relevante de la corporación es su carácter voluntario (subrayada especialmente por Joe Henrich para destacar la importancia de las corporaciones en la evolución cultural de occidente hacia el individualismo). Sobre todo a partir de la Edad Media, la adhesión a muchas corporaciones era voluntaria (gremios, consulados, órdenes militares y religiosas) lo que las hacía más estables y fáciles de gobernar y dejaron de ser monopolísticas, bien por su rango geográfico (Europa estaba muy fragmentada políticamente y las corporaciones tenían una extensión geográfica ligada a la polis), bien porque las autoridades que podían permitir la constitución de una corporación estaban entre sí en competencia (así ocurrió con las universidades, que podían ser constituidas con una autorización papal - eclesiástica o real - parlamentaria). 


¿Qué interés y qué podemos aprender de comparar la sociedad anónima con el Estado contemporáneo? Ninguna. Pero es facilísimo escribir, no uno, sino una serie de artículos larguísimos describiendo las diferencias entre la junta de accionistas y un parlamento democrático. Los autores se centran en el derecho de 'voto' de los accionistas y, claro, cuando se compara con el voto en las elecciones legislativas, el de los accionistas sale malparado. Pero, repito, la comparación no tiene ningún interés salvo para subrayar que en una democracia, el gobierno es elegido, en última instancia, por los ciudadanos mientras que en una sociedad anónima, los titulares del patrimonio corporativo - los accionistas - deciden quién gestionará su patrimonio. 


Las conclusiones son, correspondientemente, de escaso valor

La distribución de la propiedad accionaria no es democrática. Más bien, es el resultado desigual de leyes y prácticas parcialmente injustas. Solo uno de cada cinco hogares posee acciones de la empresa directamente, mientras que un alto porcentaje de las acciones (y sus votos) están en manos de un pequeño número de familias súper ricas. Por lo tanto, solo uno de cada cinco hogares tiene su voz escuchada en las empresas estadounidenses, y las voces de unas pocas familias son mucho más fuertes que todas las demás.

Eliminen "accionaria" y el significado de la frase no cambia. Naturalmente que la distribución de la propiedad no es democrática. Desde los albores de la civilización agrícola lo sabemos. 

La gobernanza de los accionistas tampoco es democrática: aunque la mayoría de los propietarios - beneficiarios son seres humanos, la mayoría de las acciones son propiedad y sus votos son ejercidos por inversores instituciones. Las instituciones (no los individuos) tienen poderes de voto hegemónicos e influencia sobre las sociedades anónimas..., el problema de agencia que surge cuando los administradores de fondos y los empleados de los fondos votan las acciones adquiridas con el dinero de las empresas en las que invierten ha aislado progresivamente a las corporaciones de las personas físicas.

¡Pues claro! porque el derecho de voto en las sociedades anónimas es instrumental del objetivo para el que se constituyó la sociedad anónima. El voto de un accionista no se le concede para que 'se exprese' como individuo ni como miembro de una tribu. Se le reconoce porque facilita la consecución del fin para el que ese accionista invirtió su dinero (o el dinero de cientos o miles o millones de ahorradores) en esa sociedad anónima: multiplicarlo. Por tanto, el voto de los accionistas no sirve para que los administradores de las sociedades atiendan "a las necesidades y las preocupaciones del ciudadano corriente". Sus "votantes" son unos seres abstractos que sólo quieren una cosa: maximizar el valor de su inversión. Lo último es realmente absurdo

Además, nuestro gobierno corporativo antidemocrático y la distribución de la participación accionaria han amplificado la redistribución ascendente de la riqueza y el ingreso, con salarios estancados para gran parte de la población, que ha caracterizado la mayor parte del período desde la década de 1980.

Exprópiese. Pero no se culpe de eso a la 'democracia accionarial'. Esta está diseñada para inducir a los ahorradores a invertir sus ahorros en proyectos empresariales que puedan ser rentables. 

La consecuencia ha sido la desafección de demasiados estadounidenses del sector corporativo y del capitalismo de mercado mixto. La estructura y la dinámica de poder de las corporaciones empresariales son marcadamente diferentes a las de las democracias políticas. No hay espacio para la oposición leal en el derecho corporativo, y se permite que la administración actual use los recursos corporativos para perpetuar su poder. Los accionistas a menudo recurren a la salida en lugar del compromiso; Esto es tanto una consecuencia como una causa de la falta de democracia, que empodera aún más a las instituciones y a las fuerzas hegemónicas.

Esto es todavía más absurdo. La 'oposición leal' no tiene hueco en una corporación que no sea monopolística. Hay oposición al gobierno de una nación porque la minoría derrotada no puede constituir su propio Estado. Pero si alguien no le gusta como gestiona su dinero un consejo de administración, solo tiene que vender sus acciones y formar otra SA.  

Gramitto Ricci, Sergio Alberto and Greenwood, Daniel J.H. and Sautter, Christina M., The Shareholder Democracy Lie, 2025 

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