Simone Martini, I Uffizi
Dice Toscano, hablando de Weber, sobre las virtudes que deben adornar al político vocacional quela conferencia de Weber
… pone en evidencia los defectos de los políticos al uso. Su exposición de esos vicios profesionales confirma el argumento sobre el nexo necesario entre convicción, responsabilidad y mesura. El más común de esos defectos es naturalmente la vanidad, que Weber considera enemiga mortal de toda entrega a una causa y también de la mesura, en este caso con respecto a uno mismo. En no pocos casos, además, vienen a coincidir la carencia de convicciones y la falta de responsabilidad. Weber se fija en el demagogo que tiene que medir siempre el efecto que causa, lo que le lleva a comportarse como un actor vanidoso, más pendiente de la impresión que produce que de las consecuencias de sus actos. Cuando el afán de poder que caracteriza al político no está al servicio de una causa, cuando se convierte en un profesional del poder sin convicciones, ahí ve Weber el pecado mayor contra la política. Así los duros pasajes que dedica a los políticos de poder, detrás de cuyas formas ostentosas detecta la perfecta vacuidad de quien carece de fines y proyectos más grandes que su propia carrera. Como afirma, siempre tiene que haber una fe; sin ella los éxitos aparentemente más sólidos llevan consigo la “maldición de la inanidad”…
Y sobre la pretendida oposición entre ética de la convicción y ética de la responsabilidad
¿Quién puede juzgar cuándo un fin bueno justifica medios moralmente dudosos o efectos colaterales indeseables? ¿O cuándo el valor ejemplar justifica un acto a pesar de que la probabilidad de éxito sea mínima? Nadie puede responder de una vez por todas a preguntas así. Por eso no podemos prescribir cuándo obrar según una u otra ética. Pero su conferencia se dirige a estudiantes, pacifistas o revolucionarios, que creen obrar movidos por sus ideales. Y pone ante sus ojos verdades incómodas: que la política es lucha por el poder; que quien aspira al poder debe contar con los hombres como son, satisfaciendo pasiones e intereses poco nobles; o la irracionalidad ética del mundo, porque del bien no siempre se sigue el bien y el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Lejos de juzgar inferior una ética de la convicción, lo que hace Weber es dudar de la solidez y consistencia de muchos de los que dicen seguirla. En cambio, le parece admirable quien, llegado a un cierto punto, sintiendo la responsabilidad por las consecuencias, dice como Lutero: “no puedo hacer otra cosa, aquí me detengo”. Entonces la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción deben contemplarse en realidad “como elementos complementarios que han de concurrir para formar al hombre auténtico, al hombre que puede tener vocación política”. Una conclusión bien lejos del cliché.Manuel Toscano, Max Weber: la convicción y la responsabilidad, Letras Libres 2017
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