En el capítulo III de su muy interesante libro sobre los aspectos filosófico-jurídicos del sexo, el matrimonio y la familia, Pablo de Lora se ocupa del matrimonio y la reproducción. En él, expone y analiza los difíciles problemas de conciliar la Biología – y por tanto, la evolución vía selección natural – y la Cultura – y, por tanto, la evolución cultural – con las transformaciones sociales y las consecuencias de los avances científicos y, por tanto, tecnológicos en el ámbito de la reproducción humana.
Llama la atención la correspondencia entre los temas tratados por de Lora y los tratados por Stewart-Williams en su magnífico libro-manual de Evolución publicado poco después que el de De Lora lo que sugiere que las discusiones filosóficas podrían ganar en rigor si se hicieran eco y aceptaran las constricciones que resultan de lo que la Biología y sus especialidades van dejando demostrado o refutando. Por ejemplo,
(i) en la página 146, de Lora compara el estatuto jurídico de Adán – donante de esperma – con el de Adán – padre a su pesar –. Adán es el padre biológico del Caín o Abel de turno en ambos casos, pero en el primero no ostenta ningún derecho ni deber respecto de Caín o Abel (ni siquiera tiene derecho el niño a saber quién fue su padre) mientras que en el segundo escenario (la Eva de turno se queda embarazada a pesar de las precauciones y decide seguir adelante con el embarazo en contra de la voluntad de Adán) Adán es padre a todos los efectos civiles. Cita entonces de Lora a Luara Ferracioli que dice que
“la reproducción natural discurre en términos moralmente adecuados cuando las parejas pueden calibrar cuán buen padre o madre será a aquel o aquella con quien se desarrolla una relación amorosa. Ello exige un contexto de intimidad y el paso de un cierto tiempo que permita confirmar las primeras impresiones de la otra persona, verbigracia, sus cojndiciones para ser buen padre o madre. Si de resultas de esa valoración concluimos que nuestra pareja no será suficientemente amorosa, cariñosa, diligente o responsable con sus hijos, tenemos la obligación moral, nos instruye Ferracioli, de no procrear. Este tipo de proceso es el que queda anulado en la reproducción humana asistida en las condiciones actuales en la que, en la inmensa mayoría de las jurisdicciones, se produce la donación o, en su caso, venta de gametos”.
Si uno vuelve la vista al libro de Stewart-Williams (p 109 ss) se encuentra con las explicaciones evolutivas de la monogamia en los humanos (que se permita la poligamia no quiere decir que haya sociedades humanas donde la poligamia esté generalizada) y, antes, la muy distinta “inversión parental” del varón y la mujer, esto es, las mujeres invierten mucho más en sacar adelante a los hijos que los hombres (además de las oportunidades de encontrar pareja pero eso lo dejo para otra ocasión). Desde hace cientos de miles de años y en todas las sociedades humanas. No es difícil entender, a partir de este hecho, que sean las mujeres las que seleccionan al hombre con quien quieren tener hijos y tengan en cuenta su capacidad para contribuir a la crianza a la hora de elegir uno u otro. Obsérvese el paralelismo entre esta explicación evolutiva y la afirmación “moral” de Ferracioli. Lo que llama la atención es que Ferracioli plantee en términos morales algo que se corresponde con el propio interés del individuo que ha de tomar la decisión. Va en el interés de cualquier potencial madre – dado que será ella la que invierta más en el cuidado del niño – seleccionar a su pareja-padre en función de que reúna esas características. Y es la madre la que tiene incentivos de ser selectiva. No el varón. Su decisión de escoger a uno u otro varón no es, pues, “moral”. Es una decisión egoísta en la que debe calibrar qué es lo que le dicta el propio interés. La Evolución ha internalizado esas conductas en mujeres y hombres porque, si no hubiera sido el caso, la especie humana se habría extinguido si se tiene en cuenta la incapacidad de una mujer sola para lograr que sus crías lleguen a la edad adulta. La conclusión a la que querría llegar es ¿cómo se pueden discutir estas cuestiones si los filósofos no incorporan los avances de la Biología y de los estudios de la evolución cuando examinan el comportamiento humano?
(ii) Y con eso paso al segundo punto. De Lora explica ampliamente las opiniones de Beauvoir y cómo la gran escritora francesa puede ser “madrina” tanto de un feminismo liberal igualitario, que acepta que hombre/mujer son realidades biológicas diferentes (Stewart-Williams dice sarcásticamente que el hombre y la mujer son diferentes para todo el mundo excepto para los científicos sociales) como del feminismo de género que concibe el género como una construcción social no determinada por el sexo masculino o femenino que la biología impone a cada individuo. ¿Debemos descartar las opiniones de Beauvoir porque son contradictorias entre sí? No parece que debamos aplicar tal forma de análisis a las opiniones de un mismo autor. Diremos – eso sí – que no puede tener razón en ambas opiniones si son, entre sí, contradictorias. Pero ¿qué criterio hemos de seguir para preferir a una Beauvoir o a la otra? Al final, el único criterio universalizable es el de su mejor correspondencia con la que resultaría de aplicar al fenómeno analizado el “método científico”. Y es evidente que la Beauvoir de sus memorias es más “científica” que la Beauvoir de “El segundo sexo”. Sin embargo, existen centenares si no miles de artículos y libros “académicos” que se fundan en esta segunda Beauvoir. Y, lo que es peor, esta Beauvoir disparatada encuentra el camino, a través de grupos políticos populistas de extrema izquierda, del Boletín Oficial del Estado.
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