EL MUNDO ha publicado una entrevista con Laffer, el de la curva de Laffer, en la que dice cosas muy discutibles pero también algunas interesantes como la de que si las condiciones son localmente diferentes, las medidas para contener una epidemia han de estar adaptadas a las condiciones locales. Además, dice que el COVID-19 sería un “virus darwiniano” porque mata a los ancianos débiles y enfermos.
Es una forma de verlo. Pero puede, también, verse como una expresión del gran éxito de nuestra sociedad que ha conseguido – digamos – paralizar los efectos de la selección natural permitiéndonos mantener vivos por muchos años a los “ancianos, débiles y enfermos”. En otros términos, la epidemia de coronavirus pone de manifiesto que la “robustez” o “antifragilidad” de un sistema social, económico, financiero o político no es – no puede ser – una comida gratis. El virus ha puesto de manifiesto que tenemos un sistema de atención a los ancianos que es frágil porque los contagios acaban con la muerte en masa de los que están internados en residencias. Pero, visto de otro modo, lo que el virus también pone de manifiesto es el éxito de nuestras sociedades en mantener viva a tanta gente que, en condiciones menos “artificiales” habría muerto de modo que podemos decir que los centenares de miles de muertos de esta pandemia son expresión, no de un fracaso, sino del gran éxito que nuestras sociedades. Que los italianos y españoles sean los que tienen una esperanza de vida más alta del mundo se debe, en alguna medida, a que los ancianos italianos y españoles son los mejor cuidados del mundo.
Dietrich Vollrath, en el libro que sirve de imagen a esta entrada, explica que la reducción de la tasa de crecimiento económico en el siglo XXI es el precio que hemos pagado a cambio de aumentar extraordinariamente la incorporación de la mujer al trabajo y garantizar una vida digna a una población envejecida. Del mismo modo, cuando se pone la fragilidad del sistema de atención a los ancianos en una de los platillos de la balanza, debe ponerse en el otro el coste de poner en marcha y mantener un sistema más robusto y resistente frente a una epidemia. Esta perspectiva puede reducir el valor de la robustez de los sistemas. Al final, un sistema muy robusto frente a amenazas improbables – aún catastróficas - que produce ganancias de bienestar más reducidas no es preferible a un sistema más frágil frente a tales amenazas pero que produce ganancias de bienestar superiores. La robustez del sistema debe incluirse en la comparación, como todo.
Lo que sí es útil es comparar entre lo que es comparable que, en este caso, se salda claramente, a favor del modelo alemán (incluso en comparación con Taiwan) porque Alemania ha contenido el virus sin haber padecido las pandemias anteriores, que son con las que aprendió Taiwan. El sistema de salud pública de Alemania es robusto porque estaba planificado. Y - como dice Laffer - "no puedes tomar decisiones en estado de pánico... o borracho..." Alemania las tomó en 2012 para no tener que tomarlas en medio de un colapso hospitalario. Pero sobre todo, Alemania las tomó cuando no había ningún interés político en diseñar las medidas de una forma u otro o en conservar el control de las decisiones en manos políticas. Se recurrió al Derecho en lugar de a la "sabiduría política" que diría Sigmar Gabriel. Y, una vez más, el Derecho ha salvado a Alemania.
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