La larga pervivencia de Franco en la imagen de España se debe, naturalmente, a que fue uno de los últimos dictadores de Europa Occidental y a que murió en su cama. La recuperación de la democracia en España se retrasó treinta y cinco años en comparación con en el resto de Europa. Por culpa de Franco. En Francia, Alemania o Italia, el fin de la segunda Guerra Mundial supuso, también, el fin de los gobiernos totalitarios o autoritarios. No en el caso de España. No en el caso de Portugal.
Hay algo más que la más tardía recuperación de la democracia. Hay un mito superpuesto al franquismo que lo equipara con regímenes totalitarios como el fascismo italiano o el nacionalsocialismo alemán. De manera que no es difícil explicar por qué la imagen de la España franquista sigue viva y coleando. Todos los españoles mayores de cincuenta años vivieron bajo Franco con uso de razón. Y todos los que tienen más de 70 trabajaron en la España de Franco. Y, desde fuera, parece como si el Mussolini español hubiera muerto en 1975.
No hay muchas dudas de que el régimen de Franco se aproximaba mucho al régimen de Mussolini y bastante menos al régimen de Hitler en los años de la guerra civil y de la posguerra. Pero es mucho más dudoso que esa comparación se sostenga a partir de los años sesenta. Cuando Franco muere, en 1975, sigue siendo un gobernante autoritario pero el Estado no es un Estado totalitario ni ejerce un control masivo sobre la Sociedad.
Franco, a diferencia de otros dictadores europeos, no basó su control del país en un partido de masas. Desmontó la Falange – unificando a todos los grupos políticos que apoyaron la rebelión contra la República – y, tras la derrota del Eje en la 2ª Guerra Mundial, los echó del gobierno. A partir de 1959, cuando acaba la posguerra de verdad, el Régimen de Franco tiene cada vez menos parecido con los regímenes totalitarios previos a la guerra.
A partir de los años sesenta, Franco no infiltró a los miembros del partido en las administraciones públicas. Franco no hizo depender el acceso a las prestaciones – escasas – públicas de la pertenencia al partido único. No había que ser miembro del partido para acceder a un puesto de funcionario. No llenó los barrios de las ciudades españolas de “comités de defensa del movimiento”. No vigiló masivamente lo que hacían los ciudadanos. El sistema operaba excluyendo a los opositores que no se habían exiliado tras los miles de fusilamientos y penas de muerte en los años inmediatamente posteriores al fin de la guerra.
De manera que, para los españoles, la transición, tras la muerte de Franco, era algo “natural”. España, en 1975 no era Rumanía en 1989. Porque Franco había dejado de ser Ceacescu, si es que alguna vez lo fue, al menos en 1960. España en 1975 no era la Francia liberada por De Gaulle que ajusta cuentas con el Régimen de Vichy. Ni Italia en 1945 cuando los partisanos cuelgan a Mussolini y a unos cuantos miembros del aparato del régimen.