Eduardo Malta
In order to turn against radical politics, a nation has to suffer quite tangibly from it.
La pasada campaña electoral me la pasé pidiendo a mis conciudadanos que votaran 'popperianamente', es decir que juzgaran con su voto al gobierno saliente y votaran al PSOE - o a Sumar - si creían que el gobierno lo había hecho bien y que votaran a la oposición - o sea, al PP - si creían que el gobierno lo había hecho mal. Que las elecciones van - como dice Popper - de derribar pacíficamente malos gobiernos para tener, así, malos gobiernos el menor tiempo posible. Que es un error utilizar el voto para juzgar a la oposición o para comparar el desempeño - real y efectivo - del gobierno con el potencial desempeño que tendría la oposición si ganara las elecciones y pudiera gobernar. No se pueden comparar eficazmente ambos extremos.
Los resultados electorales confirmaron que los votantes españoles votan ideológicamente que es el segundo criterio para decidir el propio voto: votar a los que comparten con uno el tipo de sociedad que le parece deseable. O, como dice Meritxell Batet, a los que comparten con uno "un proyecto colectivo que busca, por encima de todo, mejorar la vida de las personas y transformar la sociedad" (que los que no conozcan a Batet pueden pensar que suena de lo más totalitario)
Hay todavía un tercer criterio para decidir a quién vota uno: el tribal. Uno vota a los de su tribu, a los de su nación en sentido pre-contemporáneo, a los de su etnia o cultura ("a los míos, con razón y sin ella"). Este voto tribal ha desaparecido de casi todos los países occidentales como consecuencia de la desaparición de los imperios y de la consolidación de los estados - nación. Si a cada Estado le corresponde una nación y viceversa, la probabilidad de que se presenten a las elecciones partidos que representan a una tribu (nación) de las muchas que forman parte de un imperio en el parlamento nacional es pequeña (por eso cada territorio del Imperio disponía de su propio parlamento 'nacional' que enviaba representantes a la Dieta imperial)..
Históricamente, la diferencia entre votar popperianamente y hacerlo ideológicamente no era muy importante si se daban tres condiciones añadidas en el país correspondiente:
(i) Que hubiera consenso sobre los aspectos básicos - económicos y políticos - del modelo de sociedad, esto es, que la gran mayoría de la población se situara en un arco que iría desde las posiciones conservadoras - demócratacristianas hasta las socialdemócratas-neocomunistas;
(ii) que existiera una cierta estabilidad en los valores sociales dominantes (igualdad de sexos, libertad en la vida privada, tolerancia...) y
(iii) que se hubiera asentado una Administración Pública e instituciones contramayoritarias (judicatura, tribunal constitucional, organismos de control...) independientes, esto es, tal como dice el art. 103 CE que actúen con imparcialidad y en interés público.
En estas circunstancias, que la gente no vote popperianamente y, por el contrario, lo haga ideológicamente no es un gran problema también por dos razones
(i) porque la política no decide más que sobre una pequeña parte de la vida de la gente (las elecciones no son tan importantes)
(ii) porque no hay por qué suponer diferencias grandes de aptitud y capacidad de gestión entre los dos partidos mayoritarios y, sobre todo, porque aunque la hubiera, esa diferencia no se vería reflejada - para mal - excesivamente en el desempeño económico del país porque la Administración, los servicios públicos y el funcionamiento independiente de las instituciones limitarían mucho los daños que unos políticos incompetentes podrían causar. Si estos políticos incompetentes no tienen 'malas intenciones' - no son cleptócratas ni psicópatas -, seguirían, normalmente, los consejos de los técnicos y expertos en parecida medida.
España ha sufrido la tormenta perfecta a partir de la gran recesión de 2007 y hoy se encuentra a punto del naufragio si los españoles no votan popperianamente de forma sistemática. Explico el porqué.
En primer lugar, la evolución en la forma en que se selecciona a los que lideran los partidos (primarias) ha aumentado el valor del votante extremo, activista, militante y ha disminuido los incentivos y el valor del voto pragmático, popperiano. Esto lo explica muy bien Sheri Berman en relación con los EE.UU.
En segundo lugar, este sistema de selección no hace avanzar al líder mejor preparado técnicamente y de más talento derribando al líder que ha presentado un pobre desempeño (éste no se presenta, normalmente, a las elecciones primarias una vez que ha sido expulsado del gobierno), sino al más extremista y agresivo en relación con los rivales dentro y fuera de su partido.
A esto se añade la fragmentación política que favorece el sistema proporcional y la circunscripción electoral provincial.
El resultado es un fenómeno de 'selección adversa'.
Se selecciona a los más zoquetes y osados. A los más agresivos. A los que tienen más propensión al riesgo, lo que les hace proclives, naturalmente, a saltarse las reglas, debilitar el Estado de Derecho y las instituciones y renegar de los usos y tradiciones políticos del país.
Exagerando, los partidos hacen lo contrario que hacían las bandas de homo sapiens hace cientos de miles de años según Wrangham: en vez de ejecutar a los machos que muestran mayor agresividad reactiva, los ponemos al frente de la banda como hacen los chimpancés.
En tercer lugar, estos líderes poco competentes técnicamente y, sobre todo, carentes de la experiencia que, normalmente, proporciona una vida laboral con cierto éxito, tienden a rodearse de personas poco valiosas porque la forma en que ascienden dentro del partido les convierte en 'grandes deudores' de todos aquellos que le ayudaron a ascender, cuyo perfil es semejante lo que les obliga a repartir cargos apetecibles con base en criterios distintos del meritocrático, fundamentalmente, el de la lealtad pasada y futura. Los que, ajenos a la política, podrían prestar su expertise, no lo hacen porque no quedan puestos acordes con sus conocimientos, formación y experiencia.
Por último, en España la Administración General del Estado era relativamente meritocrática y la carrera funcionarial llegaba teóricamente hasta el cargo de viceministro. Hemos asistido en la última década a una politización progresiva de todas las Administraciones - especialmente las autonómicas, piensen sólo que el 66 % de los maestros catalanes votan a ERC - y a la ocupación por políticos de buena parte de los puestos directivos que, tradicionalmente, ocupaban funcionarios de carrera y esto acompañado de una pérdida grave de capacidad estatal porque la Administración se paraliza en periodos electorales y llevamos desde 2015 en permanente campaña electoral.
La conclusión no se deja esperar: estas cuatro circunstancias han llevado a que las diferencias en la capacidad de gestión de cada uno de los dos grandes partidos sean mucho más relevante que en el pasado. De manera que, hoy, para España, es mucho más importante que los españoles voten popperianamente que en el pasado y que si un gobierno del PSOE lo hace mal, lo sustituyamos rápidamente por uno del PP y, viceversa. Sólo si el gobierno poco exitoso en su desempeño pierde las elecciones se generarán los incentivos en el seno de los partidos para seleccionar dirigentes prometedores en su capacidad para gestionar exitosamente.
Pero hay algo más. España es el único país europeo - con el Reino Unido por el caso escocés - donde los electores votan, no ya ideológicamente, sino tribalmente. Varios millones de españoles (todos los votantes de Bildu, PNV, Coalición Canaria, BNG, UPN, Geroa Bai, Junts, CUP, ERC, Compromis, Mes, Teruel Existe, Adelante Andalucía, Unión del Pueblo Leonés, Foro Asturias, PRC ¿me dejo alguno?) votan a los de su tribu, a los de su 'nación' en el sentido que la palabra tenía en el Antiguo Régimen, no ya en las elecciones regionales, sino también en las elecciones nacionales.
Si los españoles no dejan de votar ideológica y tribalmente y se concentran en juzgar el desempeño del gobierno saliente, no cabe esperar otro resultado que la decadencia progresiva de España en los planos económico y social y la divergencia creciente respecto del desempeño de los países del norte y el centro de Europa. Simplemente, es imposible que los españoles tengamos 'buenos gobiernos' e instituciones que funcionen si unos y otras están dominados por políticos de escasos méritos, cargada ideología y preferencias marcadas por los que hablan su mismo dialecto y se enroscan la boina de la misma manera.
La comparación de la evolución en los últimos cuarenta años de los PIGS prueba lo que se ha explicado:
España partía con ventaja en 1980 porque su Administración Pública era meritocrática y su sistema de selección de líderes políticos aseguraba cierta calidad media y la cooperación voluntaria con cualquiera de los dos partidos mayoritarios de los 'expertos' (científicos, académicos, altos funcionarios, empresarios...). Ni en Italia, ni en Grecia ni en Portugal tenían tanta suerte. Italia lleva estancada desde 1990. Portugal y Grecia no han conseguido reducir su diferencia en riqueza con España.
Pero hoy, la posición de España es muy distinta. No sólo no hemos hecho el sorpasso a Italia sino que se han agrandado las diferencias en nuestra contra. ¿Por qué? Lo que distingue a España de Italia en las últimas décadas no es la calidad de los políticos y de la gestión gubernamental - Italia lleva padeciendo malos gobiernos desde los años noventa -. Es el nacionalismo. Los nacionalistas vascos primero y catalanes después están convirtiendo a España en un país cada vez más pobre y dividido.
En otras palabras: las ventajas españolas se reducen por la pésima calidad del material humano de nuestros líderes y las desventajas aumentan por la persistencia del tribalismo en algunas regiones españolas. En estas circunstancias y con el invierno demográfico que nos acecha, o los españoles votan popperianamente, o nos convertiremos en el país europeo más rico de Latinoamérica.