domingo, 3 de diciembre de 2023

La conjura contra España (xxviii): Jordi Gracia o la cursilería antiespañola del PSC

Foto: Pedro Fraile

La inteligencia ha abandonado PRISA como puede demostrarse comparando aleatoriamente la sección de Opinión de EL PAÍS en un ejemplar de cualquier día de los años noventa del pasado siglo y en otro de cualquier día de los años que van desde que Soledad Gallego-Díaz, la periodista más sobrevalorada de España, se hizo cargo del periódico en 2018. Y, claro, en PRISA, eso se lleva muy mal, de manera que, periódicamente, EL PAÍS suelta mala baba contra los que no son, ya no pueden ser, 'progresistas de estricta observancia' que significa hoy, ser de extrema izquierda y justificar cualquier desmán de Sánchez y su PSOE. Lo pasmoso es que el adjunto a la directora de EL PAÍS dedique su columna a criticar a otro columnista del mismo periódico. ¡Eso es pluralidad. Jordi Gracia, en efecto, repite la famosa diatriba contra Azúa, Savater etc del infumable Sánchez Cuenca, un aprendiz de cacique universitario (No olvidemos la altura moral del personaje)

La técnica retórica de Gracia es bien simple y de uso generalizado entre nuestros columnistas de extrema izquierda: 

omitir escrupulosamente cualquier referencia a la conducta previa por parte de los miembros de su tribu a la hora de explicar la conducta del individuo o grupo objetivo del ataque

Gracia, como, en el mismo ejemplar de EL PAÍS, Quadra-Salcedo o la propia Soledad Gallego-Díaz (SGD) critican la conducta de los de derechas como si las conductas de éstos se hubieran producido en el vacío. Si se me permite, recuerdan el chiste del acusado al que el fiscal pregunta: ¿No es cierto que usted golpeó con saña al querellante? y el acusado responde: "No, no, yo sólo me volví y le pedí por favor que dejara de echarme aceite hirviendo por la espalda". Los Gracia, SGD, Quadra-Salcedo se sorprenden y critican las conductas de los conservadores - y de los liberales - porque no son capaces ni siquiera de imaginar que se trata de reacciones más o menos moderadas a la conducta previa de los progresistas que monopolizan el poder político. 

Por ejemplo, 

  • se escandalizan porque haya un tercio de plazas vacantes en el Supremo pero no mencionan que el PSOE, con la ayuda del Tribunal Constitucional, prohibió al CGPJ hacer nombramientos mientras estuviera en funciones. 
  • Como la amnistía en abstracto cabe en la Constitución, la amnistía de Puigdemont a cambio de siete votos en el Congreso es constitucional y el que se indigna y aduce que se está deteriorando gravemente el Estado de Derecho queda descalificado como alguien que sostiene que en España hay una dictadura. 
  • Como todos los miembros de cualquier Tribunal Constitucional tienen ideología, este Tribunal Constitucional es tan legítimo en el ejercicio de sus funciones como cualquier otro que haya habido en los últimos cuarenta años a pesar de que nunca los gobiernos habían tenido la desfachatez de nombrar, en masa, para el TC a gente sin prestigio jurídico alguno y que trabajaban, hasta el día anterior a su nombramiento, para el presidente del Gobierno que los designa. 
  • Como nunca se impugnó el nombramiento de un presidente del Consejo de Estado, Magdalena Valerio es tan buena y legítima presidenta como Rubio Llorente. Así que, los que impugnaron el nombramiento son sospechosos de connivencia con la extrema derecha. 
  • Como corresponde al Gobierno designar al Fiscal General del Estado, es perfectamente legítimo renovar en el cargo a un mequetrefe que acaba de ser desautorizado por el Tribunal Supremo por hacer un nombramiento que es fácilmente calificable como prevaricador y el que así lo denuncia es porque no reconoce la legitimidad del Gobierno. 
En definitiva, el que protesta ante semejantes atropellos, ¡ay! es que se ha convertido en un 'neoconservador' que demuestra "lo peor de sí mismo" y exhibe "su disonancia con los nuevos liderazgos progresistas" (sic).

Jordi Gracia opera en dos fases. Primero se enrolla demostrando cuánto sabe de algunos escritores españoles del primer tercio de siglo XX. Y luego, sin que tenga mucho que ver, acusa a Savater y semejantes (Azúa, José Luis Pardo, Jon Juaristi o Andrés Trapiello e incluso Cebrián) de haber perdido las formas y la cabeza como reacción a haber perdido influencia social y política. Veámoslo más despacio.

Gracia no se explica que los intelectuales públicos españoles que acaparaban las páginas de EL PAÍS en los años noventa se hayan sentido "agredidos y ofendidos con el cuestionamiento del relato beato y triunfal de la Transición". No es para ponerse así, es "catastrofismo derogatorio". Fue el auge del independentismo en Cataluña lo que acabó con la paciencia de estos intelectuales ("dio la puntilla contra la paciencia" dice el profesor de Literatura de PRISA). Lo que le pasó a estos ancianos, viene a decir Gracia, es que no pudieron con todo: feminismo, corrección política, ecologismo ("evidencia cruda de la emergencia climática" dice el profesor) y las redes sociales (¡no faltaba más!). En este nuevo entorno, no mandaban nada y, enfadados, se han pasado al bando de la extrema derecha. ¿Cómo? Escribiendo columnas en las que se ponen histéricos ("magnificación nerviosa alimentada por un concentrado de patriotismo encendido y resistencialismo conservador") y exageran sobre los males de la patria mostrando un "poso tóxico de un rencor difuso" (sic). Su "encono" abarca "las izquierdas del siglo XXI, incluso anteriores a la emergencia de Podemos, lo que incluye... la etapa de... Zapatero", un encono que "no ha hecho más que crecer". 

¿Lo ven? Gracia parece querer decirnos que no se explica esta evolución. Un virus. Ha debido de ser un virus, porque el tumor - como explicación à la Woody Allen de los pensamientos conservadores - no vale para explicar una 'epidemia' 

Savater lleva escribiendo diatribas contra el nacionalismo vasco y catalán incluido el terrorismo nacionalista vasco y contra la inmersión lingüística casi desde que era pequeño (véase esta columna de EL PAÍS de 2008), de manera que es más probable que el que haya cambiado de opinión al respecto sea el diario EL PAÍS y no Savater. Lo que la edad ha hecho a Savater, como a cualquier viejo, es volverlo más desinhibido e incauto. Pero Gracia carece de la habilidad analítica como para explicar, sencillamente, por qué a sus 76 años, a Savater se le escapan de vez en cuando comparaciones desafortunadas (mira que podría haber adquirido experiencia en ese análisis con su compañero Vidal Folch que es cinco años más joven que Savater y las dice muy, muy gordas periódicamente).

¿Qué pecado ha cometido Savater?

... deplora los asesinatos masivos de ETA durante décadas, los asesinatos selectivos en España, Francia y otros lugares del terrorismo yihadista y considera indispensable situar en medio de ese sándwich atroz el queso fundido del drama de los niños catalanes sin enseñanza en castellano (que es la lengua hegemónica de los escolares en Barcelona, evidentemente). El desafuero de equiparar los asesinatos de cualquier terrorismo con el terrorismo lingüístico de la Generalitat está en el hit (supongo que falta parade) de las aberraciones que la pasión patriótica ha inducido a Savater.

Savater, en la columna que cita Gracia, dijo lo siguiente:

Durante años oímos la misma canción: “Esto solo se arregla con diálogo”. En el País Vasco, cuando morían españoles todas las semanas, en Cataluña cuando los niños no podían estudiar en castellano, en Londres, París o Madrid cuando un atentado demencial asesinaba a docenas de inocentes… ”Hace falta diálogo, más diálogo, ¡diálogo entre civilizaciones!” (siempre hay uno más bobo o más caradura que hace subir la apuesta). ¿Pero no están para eso los parlamentos? No, demasiados formulismos, hace falta más diálogo. ¿Y los encuentros entre educadores, empresarios, profesionales, líderes religiosos, debates en medios de comunicación, cine, arte, conciertos multiétnicos…? No, son paños calientes, distracciones que apartan de lo esencial, lo que necesitamos es diálogo verdadero, diálogo de pura cepa, diálogo en vena. O si no tendremos conflicto sin remedio, enfrentamiento, guerra a muerte. Y uno, desesperado, se preguntaba qué sería esa pócima curalotodo del diálogo, cómo se lograría que funcionase para resolver de una vez lo que parecía irresoluble.

La hipérbole traída por Savater es sólo una hipérbole. Trata de demostrar que apelar al diálogo en esos contextos supone asumir que agresores y víctimas deben ser colocadas en el mismo plano. La apelación al diálogo no se le cae de la boca a los líderes de la izquierda española sea cual sea el problema. Pero la apelación al diálogo sólo es legítima cuando dos partes han de negociar para hacer compatibles sus respectivos derechos o intereses legítimos y, por tanto, están en condiciones de igualdad. La izquierda española apela al diálogo para que Putin deje de asesinar ucranianos; para que Maduro deje de asesinar venezolanos y apelaba al diálogo para que los nacionalistas vascos dejaran de matar españoles. Y los del PSC apelan al diálogo para tratar el tema de la inmersión lingüística (desjudicialización). No. Para acabar con los asesinatos de ucranianos basta con que Putin deje de matarlos. Para acabar con los asesinatos de venezolanos basta con que Maduro deje de asesinar. Para acabar con los asesinatos en el País Vasco y en el resto de España bastaba con que los nacionalistas vascos de izquierda dejaran de matar. Y para acabar con la discriminación que supone la inmersión lingüística en catalán obligatoria basta con que los nacionalistas catalanes dejen de imponerla. No hace falta ningún diálogo. De manera que meter en la misma columna el terrorismo de ETA y la inmersión lingüística puede no ser afortunado por inducir a creer que son problemas o conductas semejantes moralmente pero, analíticamente, es una comparación correcta para el objetivo perseguido por el autor.

Veamos ahora la coherencia de Jordi Gracia respecto de este asunto de la inmersión lingüística. En 2015, Jordi Gracia escribía en EL PAÍS, en efecto, que en Cataluña hay consenso (consenso significa "acuerdo sobre algo entre todas las personas que forman una colectividad") en que 
"la inmersión lingüística es intocable... dado su incontestable e irreversible éxito, y dada la absoluta ausencia de conflicto lingüístico que merezca ese nombre (fuera de paranoicos e incendiarios de ambos lados)"

Observen al moderado Gracia. Excluye del "diálogo" a los que se oponen a la inmersión lingüística. No son nadie. No son parte de la colectividad que es Cataluña porque su desacuerdo no cuenta. Y quedan excluidos del diálogo porque son "paranoicos e incendiarios". Son paranoicos e incendiarios los padres que han pedido, sin quemar ningún contenedor ni cortar calle alguna, enseñanzas en español para sus hijos. Not very moderado, Jordi. La moderación de Gracia - no es un neofascista como Puigdemont - consiste en que él pide "flexibilidad". Esta consiste - la ha hecho suya el gran mentiroso de Salvador Illa, en obligar a los niños cuya vida transcurre "en" español a cursar todas las asignaturas en catalán (porque así saldrá del sistema escolar dominando el catalán pero ¿cómo dominarán el español culto?) y a los niños cuya vida transcurre "en" catalán a cursarlas en español (¿Cómo dominarán el catalán culto?). A lo mejor, Jordi Gracia quiere acabar con la inmersión lingüística y sustituirla por un 50-50 pero no se atreve a decirlo no vaya a ser que lo expulsen del "consenso" y deje de ser "alguien" en la colectividad catalana. En todo caso, él sabe mejor que los padres de esas criaturas lo que les conviene y les explica que 

puede que incluso lo agradezcan... los escolares, cuando empiecen a buscarse la vida y lo hagan, gracias a fervientes nacionalistas españoles y catalanes, fuera de Cataluña y fuera de España, por ejemplo en la anchísima América, espabilando ellos solos, y un tanto escamados si el entorno en el que han crecido ha sido impermeable por razones sociales, familiares o ideológicas al uso natural e indistinto de las dos lenguas. De ese lujo gratuito no debería quedar fuera nadie, y menos todavía desestimarlo como lujo.

¿De verdad cree Gracia que el catalán será de mucha utilidad a nadie en América? ¿De verdad cree Gracia que la razón por la que hay que imponer a los niños catalanes el aprendizaje en catalán (no del catalán) tiene algo que ver con el bienestar de los niños y no con la obsesión de los nacionalistas por la construcción de la nación catalana? ¿Qué utilidad tiene para nadie aprender una lengua cuyos hablantes - todos - son bilingües en la lengua común? 

Dejemos la inmersión. Y quedémonos con que Gracia ha elevado a categoría la anécdota: sí. En España todos los columnistas, de derecha e izquierda, han elevado el tono y mucho. Pero eso no nos dice mucho de nada intelectualmente interesante más allá de constatar la creciente polarización de la sociedad española.

Pero claro, Gracia es profesor de Literatura y sólo es capaz de formular "grandes teorías" (el año que viene o el siguiente le darán el Premio Nacional de Ensayo) no observaciones banales. Tras el repasito a Savater, el columnista - que es experto en escritores españoles del siglo XX - se ocupa de otros escritores que, bien desde el principio, o bien cuando se hicieron viejos, decidieron que eran conservadores. Se permite incluso calificar como el seudónimo "más cursi de las letras españolas" el de Azorín. Lo que dice de Baroja no he logrado entenderlo pero valora que fuera igual hasta la muerte. Y tampoco entiendo - demasiado literario para mi gusto - lo que dice de Unamuno, que sufría de "adicción compulsiva a la efusividad pública y, casi necesariamente, a la contradicción viciosa". Luego sigue con Ramiro de Maeztu, Antonio Machado, que se fue haciendo más de izquierdas con el paso del tiempo... Azaña. Pero no perdona a nadie que no sea de izquierdas. Por ejemplo no puede evitar decir de Juan Ramón Jiménez que es "irritantemente almidonado" y que, aunque "ajeno a la rebatiña (sic) político-social" se mantuvo en la misma posición política antes y después de la Guerra Civil. Y se hace unas preguntas retóricas tan literariamente formuladas que tampoco las entiendo:

¿Fue María Zambrano una neofascista por coquetear durante un breve tiempo con quienes después iban a ser ideólogos del falangismo? Claro que no.

¿Fue la brevedad del "coqueteo" lo que impide considerar a Zambrano una fascista? ¿O que los que iban a ser los ideólogos del falangismo no lo eran cuando Zambrano coqueteó con ellos? ¿O que ella seguía hablándoles aunque no comulgara con sus ideas, como hago yo con muchos amigos que siguen votando al PSOE a pesar de que desprecio profundamente a Sánchez y creo de buena fe que está llevando a España a la ruina? Nos deja en ascuas Gracia. Pero intenta ayudarnos repitiendo el ejercicio con Unamuno

¿Fue Unamuno profranquista por haber mantenido la misma incontinencia de toda su vida, sin darse tiempo a entender lo que pasaba y saber qué significaba la sublevación militar de la iglesia y el reaccionarismo más compacto contra la Segunda República? Tampoco.

No entiendo qué tiene que ver la incontinencia con ser pro-franquista. El pobre Unamuno querría haberse dado "tiempo" pero se murió en diciembre de 1936. Y no creo que ningún historiador de prestigio esté de acuerdo con que la Guerra Civil fuera el resultado de la sublevación "militar" de la Iglesia y los reaccionarios. ¿O unos pocos españoles reaccionarios les ganaron la guerra a la grandísima mayoría socialdemócratas? 

Es raro que los profesores de literatura escriban grandes ensayos sobre cuestiones que no son estrictamente literarias (el último premio nacional de Ensayo es muy mediocre). La razón es muy simple: sus herramientas analíticas y sus conocimientos no son las de las Ciencias sociales ni, por supuesto, las de la Ingeniería o las Ciencias. Con unos cuantos ejemplos estrictamente seleccionados, Gracia se permite formular una regla general sobre la evolución vital del pensamiento de los "intelectuales de primer nivel". La regla es que "no existe ley alguna" que les obligue "a evolucionar hacia posiciones conservadoras". Una buena estupidez, claro. Sería fascinante para los estudiosos de la complejidad y del libre albedrío conocer que un profesor de literatura ha podido formular una ley sobre la evolución del pensamiento político de los "intelectuales de primer nivel" (donde parece incluir exclusivamente a los literatos). Y concluye pomposamente:

No, no existe ley alguna que obligue al intelectual de primer nivel a evolucionar hacia posiciones conservadoras. El advenimiento en Europa de los totalitarismos sedujo a un buen número de escritores y mientras unos mantuvieron una fidelidad indestructible a su nazismo nativo, como Ernst Jünger o Carl Schmidt (sic) otros se redimieron de sus infiernos ideológicos y escaparon de ellos, como hicieron Ignazio Silone en Italia o Dionisio Ridruejo en España.

¡Y luego acusa Gracia a Savater de hacer comparaciones inaceptables! Observen como equipara a conservadores y nazis en el mismo párrafo. 

Pero el científico social que tiene debajo de esa gruesa capa retórica de literato le lleva a formular otra ley sobre la evolución ideológica de los "intelectuales de primer nivel": cuando pierden influencia social y poder, se vuelven conservadores. O no. Lo que dice es que los intelectuales poderosos, como los políticos poderosos se corrompen. O no. Lo que dice es que todos los intelectuales acaban siendo apartados por otros intelectuales más jóvenes que, naturalmente, les llevan la contraria. O no. Lo que dice es que Ortega y Gasset ejerció una influencia desastrosa sobre la vida pública española. O no. Lo que dice es que Ortega es responsable de "la mejor herencia" que dejaron a las generaciones siguientes: ¡la Segunda República! O no. Lo que dice es que Ortega fue un traidor a la República y que traicionó a la República porque no le dejaron mandar. No porque previera su terrible final. En fin, parece que según Gracia, los intelectuales progresistas se vuelven conservadores cuando los progresistas dejan de hacerles caso. Pero eso parece aplicarse sólo a Ortega, no a los otros que ha mencionado, así que parece más bien un texto de ficción basado "en hechos reales" que diría Arcadi Espada. 

La última parte del artículo de Gracia es un ejemplo acabado de concatenación de falacias. Veamos. Se pregunta - de nuevo retóricamente - 

si los Savater y cía no estarían sufriendo algún tipo de enajenación mental que les habría hecho caer en la "desesperación ante el curso de los... últimos veinte años". 

¿Y qué es lo que ha pasado en estos veinte años? 

Nada. No ha pasado nada pero estos ancianos creen que se acerca el apocalipsis. No está mal para unos a los que considera las cabezas "más sugerentes y emancipadoras, las más brillantes y fecundas de las dos o tres primeras décadas de la democracia"

Porque, en realidad, en estos 20 años (recuérdese, España no ha crecido económicamente, hemos tenido un golpe de estado posmoderno, gestionamos la pandemia peor que ningún otro país comparable en términos de recesión económica y en tiempo de recuperación, hemos sufrido el sorpasso en riqueza de media docena de países europeos, nuestra educación es una birria en términos relativos y el deterioro del estado de Derecho es alarmante se mire como se mire, incluso antes de la proposición de ley de Amnistía) lo único que ha pasado según Gracia es la "felonía de una amnistía" (es sarcástico) 

por un gobierno con una izquierda populosa (pero nada más que socialdemócrata) o por la extensión de derechos civiles a minorías maltratadas con ferocidad"

Aquí el chiste que viene al caso es de ¡uy cómo se ha puesto porque se le ha muerto el loro! En España no ha pasado nada y no pasa nada ahora tampoco. Y porque se haya muerto el loro (la ley de amnistía) no hay que ponerse así. Los intelectuales se han enajenado y sufren "fobia maníaca contra un gobierno de izquierdas". Se han entregado "a la derecha y a veces a la ultraderecha"

Pero afortunadamente, esta enajenación colectiva no ha alcanzado a las escritoras. Las chicas siguen fieles a la izquierda ("Victoria Camps, Maruja Torres, Rosa Montero, Rosa Regàs" ¿Por qué no cita a Muñoz Molina?) Lo que no les perdona (sí que se lo perdona a las chicas y chicos que escriben en la prensa progresista barbaridades contra la derecha) es que la expresión de estos intelectuales de primer orden 

ha dejado de ser contingente y analítica para ser esencialista y compulsiva: el brillo del sarcasmo o el machetazo verbal llegan dictados por la furia defensiva más que por la alegría contagiosa de difundir una perspectiva impugnadora o una dislocación conceptual y luminosa, como tantas veces sucedió décadas atrás. La invocación frecuente de un pasado idealizado (y liofilizado) delata un desorden presente que a menudo está fundado en la frecuentación de entornos herméticos que retroalimentan su misma desesperación ante el rumbo catastrófico, milenarista, de los nuevos tiempos.

¡Qué barbaridad! No puedo imaginarme incluir en el mismo párrafo "liofilizado" frecuentación" "milenarista" y "dislocación". 

¿Qué les ha pasado? Que se han atrincherado en una razón política "vieja" (aunque corresponda con la Constitución en vigor) y en una "intransigencia" ante "una realidad cambiante". 

No nos aclara Gracia si estos intelectuales tienen o no razón en sus críticas a los protagonistas de la nueva "realidad cambiante". Es decir, si su actitud es de 

resistencia cabal a la banalidad de las nuevas gentes y sus discursos adanistas o, peor, radicalmente desnortados. 

Parece que Gracia cree que no, porque, como se ha visto, aquí lo único que ha habido es un gobierno socialdemócrata y reconocimiento de derechos a minorías maltratadas ferozmente. De manera que la actitud de los viejos no está justificada y sólo les perjudica porque les hace aparecer como 

una vieja élite destronada y refugiada hoy sobre todo en un paradójico cantonalismo irredento. El sentimiento conmocionado de vivir en un país en quiebra ha colonizado las antenas y los sensores y los ha insensibilizado para captar, tasar y valorar los matices, las diferencias, la diversidad que incuba el profuso ruido de la calle, a menudo sin nada que ver, ni de cerca ni de lejos, con el fantasma de una nación rota.

No me digan que no es bonito lo del "cantonalismo irredento" (¿se refiere a los de Cartagena?), las antenas y sensores "colonizados" "la diversidad que incuba el profuso ruido de la calle" que no indica nada acerca de la descomposición de España. 

Y termina diagnosticando el mal de estos ancianos intelectuales: es españolismo. ¡Con lo que hicieron en su juventud Savater y compañía por desespañolizarnos! Como los del PSC, que han hecho todo lo posible por descatalanizar a los catalanes, porque Gracia y otros de su edad "primero éramos ciudadanos y después, quizá, catalanes"

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