En el Financial Times se ha publicado una comparación de las emisiones de CO2 que produce una familia inglesa que decidiera pasar un fin de semana de esquí en los Alpes en función del sistema de transporte que utilizara. Bing-Copilot me ha dicho que el sector aéreo contribuye con el 2,8 % de las emisiones y que el sector aéreo representa el 3,5 % del PIB mundial. O sea que, tratándose de un sector enmarcado en el transporte, su aportación al PIB es superior a su aportación a las emisiones de CO2. La cosa tiene interés porque la extrema izquierda quiere limitar la posibilidad de viajar en avión y buena parte de los franceses – que son de extrema izquierda cuando se trata de prohibir a la gente hacer algo con su dinero o con su capacidad de trabajo – están de acuerdo con limitar ¡a cuatro! los viajes aéreos que uno puede hacer en su vida.
Dice el FT que estas son las emisiones que genera el fin de semana de esquí.
- Avión y taxi: Esta opción genera más de 1.500 kg de CO₂ por familia, incluyendo el vuelo de ida y vuelta desde Londres a Zúrich, el transporte en coche al aeropuerto y el taxi desde el aeropuerto a Klosters.
- Tren: Esta opción reduce drásticamente las emisiones de viaje a solo 43 kg de CO₂ por familia, pero implica varios cambios de tren y alquilar todo el equipo de esquí en el resort.
- Coche: Esta opción supone unas emisiones de 750 kg de CO₂ por familia, incluyendo una noche de alojamiento, pero permite llevar el propio equipaje sin problemas.
- Heli-esquí: Esta opción añade un impacto negativo considerable al viaje, ya que solo tres días de esta actividad elevan las emisiones de la familia por encima de los 8.700 kg de CO₂.
Además de las emisiones de viaje, la página web también menciona que las habitaciones y la comida de la familia en Klosters suman otros 185 kg de CO₂ por seis días, incluyendo la energía del resort para los remontes y los edificios.
Es fascinante. A primera vista, estos cálculos dan la razón a los que quieren restringir los viajes en avión a lo imprescindible. Pero, a la vez, dan la razón a los que reponen que es mejor utilizar mecanismos de mercado cuando el coste de la “intervención completa” es presumiblemente muy elevado. Este cálculo de emisiones no incluye más que una parte pequeña de los costes privados y sociales del “fin de semana de esquí” de esta familia. Y, recordemos, si sólo se trata de reducir las emisiones, lo que deberíamos hacer es prohibir el esquí. Que se queden en Londres y que en vez de esquiar, den paseos por el parque o se diviertan reciclando residuos orgánicos. La cuestión es que todo en la vida tiene costes y no tiene mucho sentido comparar costes en una dimensión entre varias alternativas para desarrollar una actividad sin tener en cuenta cómo se modifican los costes en las opciones alternativas a esa (en nuestro ejemplo, cuánto tiempo emplea la familia en llegar a Zurich desde Londres si viaja en tren o en coche, cómo aumenta el riesgo de retrasos y pérdida del forfait y de los alojamientos, cómo aumenta el riesgo de accidente, cómo aumentan los costes de proporcionarse esquíes y botas etc, cómo aumenta el riesgo de sufrir un robo…) y cómo se modifican los beneficios que obtiene la familia de esquiar. Si la familia utiliza el puente de la Constitución y necesita dos días para llegar a la estación de esquí y dos días para volver a su casa… O si la familia llega agotada al resort tras la paliza que supone hacerse 1500 kilómetros en coche o en tren con varios trasbordos…
Frente a todos estos inconvenientes, el mercado ofrece una solución “limpia” en todos los sentidos de la palabra: el precio del billete de avión de esa familia debe incorporar el coste de eliminar 1500 kilos de Co2 de la atmósfera. Y este recargo debería ser variable en función de la evolución de dicho precio y de los ahorros que las compañías aéreas y los constructores de motores de aviones consigan al respecto.
Pero la psicología humana nos hace a todos un poco de extrema izquierda. Mejor le decimos a la familia del periodista qué le conviene hacer con su familia este fin de semana y cómo debe hacerlo. Porque, como dijera Pinker, los mercados y los precios son “cognitively unnatural”. Sin embargo, recurrir al mercado en estos asuntos es lo más respetuoso con la libertad y, por tanto, lo único compatible con el mandato de maximización que contiene el art. 10.1 de la Constitución española.
Ayudando mucho a Bing – con Google –, he encontrado la página que narra la encuesta realizada en Francia sobre una propuesta para limitar a 4 el número de vuelos que alguien puede realizar en toda su vida. Y le he “sacado” estas respuestas:
Según la página, el 41% de los franceses está a favor de esta medida, y el porcentaje es mayor entre los más jóvenes (48%). La página también dice que el 64% de los franceses quiere reducir su uso del avión por razones ambientales…
El editorial sobre la propuesta de Jancovici dice lo siguiente:
La propuesta es irrealista e injusta porque no tiene en cuenta la demanda creciente de movilidad y la falta de alternativas al avión para muchos destinos… y penaliza a las personas que no han viajado mucho y que quieren descubrir el mundo, y favorece a los que ya han disfrutado de muchos vuelos.
La propuesta es contraproducente y peligrosa porque provocaría un mercado negro de cupos de vuelo y una fuga de pasajeros hacia otros países que no aplicaran la medida… podría generar un rechazo social y político a las políticas ambientales y a la cooperación internacional.
La propuesta es innecesaria e ineficaz… existen otras medidas más razonables y eficaces para reducir el impacto del sector aéreo en el clima, como el impuesto al queroseno, la inversión en tecnologías verdes, la compensación de emisiones y la sensibilización de los consumidores..
Pero nadie le habría hecho a Jancovici ni pajolero caso si no hubiera formulado su propuesta en términos de 4 viajes en toda tu vida. Este es el verdadero problema de nuestra época: que las políticas públicas las formulan y las ponen en marcha los activistas, no los expertos.
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