En este trabajo, el autor trata de “probar” la siguiente tesis: los extremistas de derechas (los que mantienen posiciones xenófobas (antiinmigración, nacionalistas, reaccionarias en materia de moral sexual y familiar) ocultan sus preferencias por temor a la sanción social, sobre todo en entornos donde es hegemónica una suerte de corrección política basada en los principios liberal-progresistas. Si, una vez más, Adam Smith tenía razón y los individuos actúan, no para maximizar sus ganancias per se, sino porque haciéndose ricos logran la consideración de sus conciudadanos, esto es, logran honor y reputación social, la preocupación por la consideración social de alguien que vota a un partido de extrema derecha ha de ser, necesariamente, una explicación potente de la conducta de los individuos en un entorno tan social como el de una elección política.
Pues bien, cuando los grupos políticos que representan estas preferencias reaccionarias acceden al parlamento, los votantes extremistas entienden dicho acceso como una “señal de aceptación” social de su ideología que lleva a estos votantes a considerar que la oposición social a sus ideas y preferencias se ha debilitado y, “en consecuencia, será más probable que manifiesten abiertamente su apoyo a la derecha radical”. Para probar tal hipótesis, el autor – dice – hay que distinguir entre los votantes que son de extrema derecha pero lo ocultan de los que no lo son y por eso no se muestran como tales. La estrategia del autor para separar a estos votantes entre sí pasa por analizar las encuestas poselectorales y la respuesta a la pregunta sobre el recuerdo de voto (¿A quién votó usted?). Si el partido de ultraderecha accedió al parlamento y el acceso al parlamento es, como dice el autor, una señal de respetabilidad social del voto a la ultraderecha, los niveles de recuerdo de voto deberían ser más elevados para el partido de ultraderecha que en el caso de que dicho partido no hubiera accedido al parlamento.
Aunque no quiero desarrollarlo aquí, sería interesante realizar un análisis semejante respecto de los votantes de partidos de extrema izquierda. Mi impresión es que la moral social hegemónica (las normas sociales “vigentes”) no sanciona simétricamente las preferencias que se articulan en torno a los partidos de extrema izquierda lo que provoca que no haya “voto oculto” a dichos partidos ni que su acceso al Parlamento emita señal alguna de oposición de la Sociedad en general a las ideas defendidas por esos grupos. Si los partidos de la derecha radical son “norm defiers”, los partidos de la extrema izquierda no parecen serlo tanto lo que indicaría que las “normas sociales” hegemónicas están muy escoradas hacia la izquierda (p.ej.., en términos de restricción e incluso supresión de la libertad de empresa, trabajo y propiedad o en términos de establecer un sistema fiscal confiscatorio o con tipos elevadísimos para los que más ingresan o los que tienen más patrimonio o en términos de prohibición de titularidad privada de escuelas, universidades o medios de comunicación).
El resultado que permite al autor extraer la conclusión es el siguiente:
Los análisis muestran que, por cada diez individuos que votaron por un partido de la derecha radical, tres o cuatro más (dependiendo de la especificación del modelo) estaban dispuestos a decirle al entrevistador que lo habían hecho si el partido había logrado entrar en el parlamento por un margen estrecho que si no lo habían logrado por un margen estrecho.
Y lo que es más interesante
Los análisis también muestran que el efecto no se observa cuando se utiliza (para el análisis) a los partidos del centro-derecha. Además, el efecto no está impulsado por diferencias en las características sociodemográficas de los votantes que responden a las encuestas postelectorales después de que un partido de la derecha radical entre en el parlamento, y el efecto no está impulsado porque los partidos de derecha radical situados por encima del umbral sean más moderados que los partidos de derecha radical situados por debajo de dicho umbral.
Al fijarnos en los resultados de partidos que “por poco” entraron en el Parlamento o “por poco” no lo lograron, podemos estar relativamente seguros de que el efecto (decirle al entrevistador que habían votado por el partido de derecha radical) es debido a esa causa (el acceso al Parlamento) y, por tanto, concluir que el acceso al Parlamento “normaliza socialmente” a estos partidos. Sería interesante examinar el aspecto contrario: si el acceso al Parlamento desplaza hacia el “centro” a estos partidos, es decir, si les hace cambiar o ablandar sus postulados y propuestas.
El autor utiliza otras encuestas para confirmar su hipótesis que aprovechan si la entrevista se hacía cara a cara (“pública”), esto es, entre el entrevistador y el votante o no (privada) porque el votante contestaba al cuestionario en soledad. De nuevo se confirma que “la presencia de un partido de la derecha radical en el parlamento hace que los individuos informen que les gusta más el partido cuando la entrevista es pública que cuando es privada.
En fin, los resultados se confirman cuando se compara la disposición de los votantes de un partido de derecha radical a decir que han votado por él antes y después de que hubieran conseguido acceder al Parlamento. Se utilizan las encuestas a los votantes del UKIP británico.
¿Qué consecuencias se siguen para nuestro Vox? Que el acceso al Parlamento de Andalucía ha reducido el voto oculto a este partido en las próximas elecciones generales. De manera que cabe esperar que no haya una diferencia tan grande entre la intención de voto directa en las encuestas y el voto realmente emitido a su favor el día 28 de abril. ¿Tendrá algún efecto esta mayor “respetabilidad” de Vox sobre el volumen de voto oculto al PP?
Otra consecuencia tiene que ver con el uso y la tolerancia de la violencia. Los partidos de la derecha radical han estado asociados tradicionalmente con el empleo de la violencia (quizá solo reactivamente pero decidiendo muy libremente cuándo puede uno reaccionar a un gesto que se interpreta como agresivo por parte de otros grupos) y ha llamado la atención, en el caso de Vox, que al margen de su propuesta para liberalizar la tenencia de armas, no se ha producido ningún incidente violento en el que hayan participado miembros de Vox. Es más, en los que se han producido, los militantes de Vox han sido víctimas de la violencia de los partidos de la izquierda radical. Que Vox es consciente de que la mayoría social sancionaría severamente cualquier cultura violenta se muestra en que – dice el autor – sus “votantes tienen incentivos para falsear sus preferencias” esto es, a decir lo que no piensan y no decir lo que piensan “para evitar la reacción de la Sociedad en general en su contra”. De manera que la interpretación conclusiva de su análisis es que
la entrada en el parlamento de los partidos de derecha radical proporciona a los votantes de extrema derecha la señal necesaria para percibir que hay un número suficiente de (otros) ciudadanos que también están en desacuerdo con las normas sociales que sancionan la expresión de los puntos de vista de la derecha radical. Los umbrales electorales tienen una función de control de acceso. Tener un escaño en el parlamento significa que un partido es aceptado como un político legítimo. En consecuencia, la presencia parlamentaria de un partido de la derecha radical puede hacer que las personas que tienen preferencias de derecha radical las revelen con más tranquilidad”
Es decir, la entrada en el parlamento no significa solo que el votante de extrema derecha percibe que no está solo, sino que los que piensan como él ya no son unos parias sociales.
Valentim, Vicente, Into the Parliament and into the Mainstream: How Radical Right Parties Become Normalized (November 22, 2018).
1 comentario:
Tanto en la política, como en la vida, algunas veces, quizás no muchas, la razón está en los extremos, en ambos.
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