martes, 24 de junio de 2025

Somos seres conscientes porque tenemos emociones

 

Ohkii Studio by Angela Mckay

La ley del afecto sugiere que las conductas o comportamientos que nos hacen sentir bien —a nosotros y a otros animales— son los que tendemos a repetir, mientras que evitamos aquellos que nos hacen sentir mal. 

Las emociones son reales y están profundamente presentes en nuestra conciencia. Desde su origen en las capas más antiguas del cerebro, irrigan el terreno árido de las representaciones inconscientes y las dotan de vida mental. Lo que distingue a los estados afectivos de otros estados mentales es que tienen una carga hedónica: se sienten como algo “bueno” o “malo”. Por eso, sensaciones como el hambre o la sed se diferencian de percepciones como la vista o el oído. La valencia (en sentido de 'carga') refleja el sistema de valores que sustenta toda forma de vida: sobrevivir y reproducirse es “bueno”, no hacerlo es “malo”. Lo que nos motiva no son directamente esos valores biológicos, sino los sentimientos subjetivos que provocan. Por ejemplo, comemos cosas dulces porque nos gustan, no porque sepamos que tienen un alto contenido energético —que es precisamente la razón biológica por la que nos gustan—. Sentir hambre es desagradable, y comer para aliviarla resulta placentero. Esto es un afecto corporal, pero lo mismo ocurre con los emocionales: la angustia por separación duele, y buscamos el reencuentro; el miedo es desagradable, y lo evitamos huyendo del peligro (o desmayándonos). Las sensaciones afectivas no son como las perceptivas: el color rojo no provoca nada distinto al azul, así que podrías intercambiarlos sin que eso tuviera consecuencias físicas. 

Sentir implica necesariamente ser consciente. ¿Qué sentido tendría una emoción si no la sintieras? Un sentimiento del que no eres consciente no es realmente un sentimiento. Las funciones vegetativas —como el control del ritmo cardíaco o la respiración— no son conscientes. La conciencia aparece cuando las necesidades se sienten, cuando tomamos conciencia de ellas, y entonces guían nuestro comportamiento voluntario. Este comportamiento voluntario, guiado por el afecto, ofrece una enorme ventaja adaptativa frente al comportamiento automático: nos libera de la rigidez de los reflejos y nos permite sobrevivir en situaciones impredecibles. El sentimiento orienta nuestras acciones en contextos inciertos (como cuando la sensación de asfixia aumenta o disminuye según la disponibilidad de oxígeno, indicándote si te estás acercando a la salida de un edificio en llamas o si vas en dirección contraria).

(¿Y permite a nuestro cerebro hacer predicciones?) 

El sentimiento amplía el repertorio de mecanismos que los seres vivos usamos para sobrevivir y reproducirnos. La selección natural determinó estos mecanismos de supervivencia, pero cuando surgieron los sentimientos —esa capacidad única de los organismos complejos para registrar sus propios estados— apareció algo completamente nuevo en el universo: el ser subjetivo. El nacimiento de la conciencia no implicó nada más sofisticado que sensaciones corporales con valencia emocional. Las emociones humanas son, en última instancia, señales de “error” que registran desviaciones respecto al estado biológico preferido, y nos indican si las acciones que estamos tomando nos están beneficiando o perjudicando. 

Los sentimientos permiten aprender de la experiencia. Nuestros reflejos e instintos nos proporcionan herramientas básicas para sobrevivir y reproducirnos, pero no son suficientes para enfrentarnos a la multitud de situaciones inesperadas y entornos cambiantes, para eso necesitamos complementar nuestras respuestas innatas con el aprendizaje basado en la experiencia. 

La razón principal por la que las necesidades “emocionales” son más difíciles de satisfacer que las “corporales” es que suelen implicar a otros seres sensibles, que también tienen sus propias necesidades. Entre las emociones básicas, la BÚSQUEDA (SEEKING) es especial porque se enfrenta activamente a la incertidumbre. De ahí surgen conductas como la exploración de lo nuevo e incluso la asunción de riesgos.  

Las emociones transmiten habilidades innatas de supervivencia —conocimientos implícitos e inconscientes— en forma de sentimientos conscientes que pueden guiar nuestras acciones de manera explícita. 

Los estereotipos de comportamiento innato deben complementarse con el aprendizaje de la experiencia, incluida la experiencia imaginaria que llamamos pensamiento. 

Emociones como la IRA no son simples sentimientos. Cumplen una función esencial para la supervivencia. Imagina lo que pasaría si no reclamáramos para nosotros una parte de los recursos disponibles ni impidiéramos que otros nos los arrebaten. Si no pudiéramos sentir frustración, irritación o enfado, no lucharíamos por lo que necesitamos, y tarde o temprano, acabaríamos muertos. 

El pensamiento consciente requiere del córtex cerebral. Pero los sentimientos que lo orientan no. El circuito que media la IRA es casi completamente subcortical. 

La mayoría de las personas nacen con ciertos desencadenantes específicos del MIEDO. ¿Puedes imaginar lo que ocurriría si tuviéramos que aprender por experiencia lo que pasa al saltar desde un acantilado o al coger una víbora? Pero también debemos aprender qué más temer. El papel de los sentimientos conscientes en este proceso de aprendizaje es que nos indican qué funciona y qué no, antes de que sea demasiado tarde, ayudándonos así a sobrevivir. 

El CUIDADO es la otra cara del apego: no solo necesitamos que nos cuiden con cariño, también debemos cuidar de los pequeños, especialmente de nuestros propios hijos. El llamado instinto maternal está presente en todos nosotros, aunque en distintos grados, ya que está mediado por sustancias químicas que se encuentran en niveles más altos (en promedio) en las mujeres: estrógenos, prolactina, progesterona y oxitocina, todas ellas aumentan drásticamente durante el embarazo y el parto.

Por eso es tan importante para los viejos ser abuelos

La cualidad de “como si” del JUEGO sugiere que podría ser incluso el precursor biológico del pensamiento en general. Algunos científicos creen también que los sueños son una forma de juego nocturno. 

Mark Solms, The Hidden Spring, 2021

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