Dice Delia Rodríguez, periodista-que-ha-escrito-un-libro, en EL PAÍS:
La joven viguesa Ainhoa Pérez Campo se hizo popular a principios de año por una breve carta a la directora de este periódico que comenzaba así: “Tengo 26 años, soy periodista y este 2024 volveré a ser becaria. Vivo en casa de mis padres y no tengo ahorros”. El pasado sábado, fue invitada a detallar su precariedad en un programa de laSexta. Allí, Javier Díaz-Giménez... le responde: “Has elegido una carrera que no tenías que haber elegido (...) Si fueras ingeniera informática no te faltaría empleo. Te has equivocado. ¿No vas a volver a estudiar? Hazte ingeniera”.
¿Qué nos tiene que decir Rodríguez al respecto?
Primero, que la meritocracia es mala porque "sólo sirve a algunas personas y no a todas" (¿pueden imaginar una bobada mayor?) "y el esfuerzo individual no arregla un problema colectivo estructural" ¿Conocen problemas 'colectivo-estructurales'? ¿Conocen alguna solución de algún problema que no se haya alcanzado gracias al esfuerzo individual de uno, diez o diez millones de individuos? ¿Conoce Rodríguez la diferencia entre medios (esfuerzo) y fines (soluciones)?
Añade bobada sobre bobada al decir que
incluso si Ainhoa fuera la mejor ingeniera-periodista del mundo, con unas cifras de desempleo juvenil elevadas seguirían existiendo otras Ainhoas en paro.
No. Ningún país tiene ingenieros en paro en número significativo y tampoco España aunque sólo España tiene estos niveles de paro juvenil. Y los ingenieros españoles encuentran trabajo fuera. Los graduados universitarios españoles tienen menos paro que los no graduados y los periodistas españoles no encuentran más que sueldos miserables salvo que consigan engancharse al Estado porque han hecho una carrera que no vale para nada, en la que no se aprende nada difícil o útil que lleve a otras personas a pagarte un buen sueldo por lo que has aprendido.
Y añade otra bobada al decir que las niñas no se hacen ingenieras porque se "desencantan con la ciencia en la preadolescencia". Que el 80 % de los estudiantes de Medicina sean mujeres no parece afectar a su cerebro (ni al del editor de Opinión de EL PAÍS). Las niñas quieren ser científicas si les permite trabajar con personas (o, si eres una chica india, si eso te permite tener una vida independiente) Por eso hay tantas científicas en ámbitos en los que se trata con seres humanos o con animales (antropología, psicología evolutiva, medicina, biología, veterinaria...). Pero lo mejor viene inmediatamente. Cuando se mete con los ingenieros informáticos:
Me recuerda a la frase “aprende a programar” (en inglés, “learn to code”), especialmente cargada de significado cuando se dirige a una periodista, ya que se usa para reírse de ellas en internet. En enero de 2019, empresas de medios como Buzzfeed o The Huffington Post despidieron a más de mil personas, y simpatizantes de la derecha alternativa se organizaron en redes para decirles que estudiaran programación. El acoso fue atroz contra las mujeres y recordó a las técnicas del Gamergate, la primera gran guerra cultural de internet que se libró contra jóvenes relacionadas con los videojuegos... En lo que se tarda en cursar un grado el mundo puede haber cambiado. Aprender a programar puede que ni siquiera sea ya buena idea: el consejero delegado de la plataforma GitHub, la más utilizada por los desarrolladores, dice que el 46% del código ya lo escribe Copilot, su asistente de inteligencia artificial. Las letras no están mejor: KPMG prevé que en Reino Unido el 43% de las tareas de autores, escritores y traductores sea automatizada.
Delia Rodríguez solo debe de leer basura woke posmo. Le hubiera bastado leer este párrafo de Jesús Fernández-Villaverde para no meter la pata
Déjenme que les ponga un caso concreto que conozco mejor: la programación. Cuando ChatGPT empezó a demostrar que podía escribir código en lenguajes de programación comunes como Python, salieron muchos a las redes sociales a decir que ya no hacía falta aprender a programar. Esto demuestra que muchos entienden mal lo que puede y no puede hacer el aprendizaje automático. El generador de código de ChatGPT escribe código muy sólido para resolver problemas estándar, como crear un gráfico de unos datos y efectuar un análisis estadístico básico de los mismos. Pero estas eran las labores en las que no había casi diferencias de productividad entre los grandes programadores y los programadores del montón. Si a un programador excelente le llevaba 15 minutos escribir ese código al que me refería y a uno mediocre le llevaba 20 (por poner una cifra), la diferencia de 5 minutos no iba a ningún sitio. Pero ahora que tiene 15 minutos extras porque ChatGPT ya le ha terminado el gráfico, el programador excelente puede pensar en un algoritmo novedoso que pueda cambiar su industria (o, si trabaja en la universidad, innovar de manera dramática en su campo de investigación). ChapGPT no puede inventar estos nuevos algoritmos porque, por la construcción de la red neuronal, está repitiendo patrones de código ya existentes (incluso si los puede recombinar de manera original). El programador malo, que lo único que sabía hacer eran cosas repetitivas, va a pasarse 20 minutos mirando a la pantalla sin hacer nada de provecho. Cuando su jefe se percate de la situación, lo despedirá. Es decir, que saber programar bien es mucho más valioso en 2024 que en 2022. Programar mal, o lo que es casi igual, ser poco creativo porque uno ha tenido que sufrir el carpetovetónico sistema educativo español, diseñado de manera perversa desde el principio para aniquilar la más mínima manifestación de originalidad, es más nocivo en 2024 que en 2022.
Pero en EL PAÍS, la verdad no importa una mierda. Y en el país, tampoco.
La carrera Mickey Mouse que cursó Delia Rodríguez sólo le vale para hacer comparaciones poéticas completamente irracionales ("Elegir carrera en estos tiempos se parece a tomar decisiones sobre el futuro mirando estrellas que murieron hace miles de años") y análisis 'globales' basados en anécdotas. El final me recuerda a los carteles con frases inspiradoras pero más falsas que un duro sevillano que adornaban las aulas de catequesis en la parroquia de mi barrio ("No goal is too high"...
Me identifico con Ainhoa Pérez, pero entiendo parte del argumento de Javier Díaz-Jiménez. La decisión de qué hacer con tu vida es, como siempre, más difícil que nunca.
Dejo a su inteligencia revelar por qué la frase destacada es falaz de la cruz a la fecha.
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