El otro día salió en el Hormiguero una chica que se hace llamar Lola-Lolita y que es famosísima por sus videos en Tik-tok. Una chica con talento que ha triunfado sin haber estudiado. De hecho, dijo que si no hubiera tenido éxito en tik-tok, le habría gustado estudiar Veterinaria. No parece una ambición creíble a juzgar por la elevada nota de corte que se exige para acceder a esta carrera universitaria. Me hizo pensar que, lo más probable, es que muchísimos actores, deportistas, músicos, pintores, novelistas, productores de cine, directores de teatro o de ópera de éxito hayan cursado una carrera universitaria perfectamente inútil para ayudarles a alcanzar el éxito profesional. O sea, una carrera de las que yo llamo Mickey Mouse (filosofía, ciencia política, sociología, antropología, magisterio, relaciones laborales, ciencias de la nutrición, biblioteconomía, traducción, filología inglesa, empresariales, pedagogía, psicología, periodismo, comunicación audiovisual, turismo, ciencias ambientales...).
De manera que Lola-Lolita hace bien, a mi juicio, en "ponerse a trabajar" desde los 14 años en lo que le gustaba sin cursar ningun grado universitario. Porque los grados universitarios que están a su alcance (no en términos de inteligencia, la niña es muy lista, sino en términos de disposición) serían una pérdida de tiempo. No proporcionan los conocimientos ni habilidades que cabe esperar de cursar una carrera universitaria.
Se puede incluir a toda la población en el sistema educativo-realmente-existente con resultados sociales altamente beneficiosos si de lo que se trata es de asegurar que toda la población tiene las habilidades y conocimientos básicos de letras y números. Pero pretender tener a todos los jóvenes y adolescentes, estudiando en la misma forma en la que estudiaban en el siglo XIX en Prusia no tiene sentido. El modelo de enseñanza masivo realmente-existente no puede proporcionar formación académica excelente a toda la población. No sabemos hacerlo y los seres humanos no se "dejan". Especialmente, los varones. De manera que, más allá de la formación básica obligatoria, el sistema debería adaptarse a los seres humanos y no al revés.
En la práctica española la solución ha consistido en convertir toda la educación, incluida la universitaria, en una prolongación de la formación básica (el nivel de un graduado universitario español equivale al de un bachiller holandés, como es sabido). Todo el conocimiento que adquiere un graduado en ciencia política o en periodismo cabe en algunas de esas antiguas enciclopedias que se usaban en primaria. La prueba es que hay una auténtica epidemia de dobles y hasta de triples grados sin que los estudiantes tengan que trabajar mucho más de lo que lo hacían hace treinta o cincuenta años. O sea que, como se dice a menudo, las cohortes de los últimos años - ya décadas - son las más tituladas pero ni de lejos las mejor formadas.
Los resultados de este sistema son terribles y de sobra conocidos. Los estudiantes excelentes no están atendidos por el sistema y se adocenan; y los más zoquetes y revoltosos - varones - abandonan antes de tiempo la escuela. España es el país que peor trata a sus estudiantes varones. Repiten más que nadie y abandonan la escuela más que nadie. Y, a la vez, España destaca por la escasa proporción de estudiantes excelentes.
Hay que liberar (sobre todo) a los varones de la condena a permanecer sentado durante seis horas al día atados a un banco escolar. Las niñas van más contentas a la escuela; las mujeres, incluso muy mayores se apuntan a cursos que les recuerdan sus años de colegio y universidad. Y van a la "universidad para mayores" en mayor grado que los varones; las mujeres serán muy pronto 2/3 del estudiantado universitario. Hay que salvar a los varones (pobres). ¿Cómo?
Una solución radical, hacedera y que no causará mucho destrozo es la siguiente: el Ministerio de Educación suprime todos los grados universitarios Mickey Mouse. Nadie podrá, en el futuro decir que es graduado en Turismo, Magisterio o Educación social. Naturalmente, las universidades pueden ofrecer los títulos propios que quieran y que tengan demanda pero no podrán ofrecer títulos oficiales Mickey Mouse. Al tiempo, se le ofrece a las Universidades la posibilidad de transformar algunos de esos grados universitarios en Grados Superiores de Formación Profesional siempre que puedan garantizar que más de la mitad de la carga lectiva se desarrollará fuera de las aulas, esto es, en laboratorios, talleres, instalaciones fabriles o empresariales del "ramo", para lo cual - y una vez que Yolanda Díaz deje de ser ministra - se construirán las instalaciones apropiadas en las Universidades o se llegará a los acuerdos correspondientes con las empresas. Las Universidades que no puedan garantizar el carácter práctico (y demandado) de las enseñanzas, no podrán impartirlas. Otros grados deberán transformarse en posgrados "oficiales" (p. ej., magisterio o periodismo) y otros en títulos propios de la Universidad.
Reducido drásticamente el número de grados universitarios (de cuatro años), sólo accederán a ellos aquellos estudiantes (no necesariamente más capaces) que tienen más interés o pasión por el estudio sistemático (reflejado en su capacidad para sacar "buenas notas"). Los que tengan más interés o pasión por "hacer" cosas - mayormente varones - deben poder empezar a hacerlas a los 14 años y no a los 24. De modo que si reconvertimos los grados Mickey Mouse en grados de formación profesional real, la "autoselección" obrará maravillas sobre el grado de exigencia que se puede imponer en las carreras tradicionales (Ingeniería, Medicina, Ciencias, Derecho, Económicas y Letras) que serían las únicas que deberían seguir ofreciendo un título oficial de grado. Las universidades se convertirían en centros de formación profesional - como lo son en buena medida las universidades norteamericanas - y la formación profesional recibiría un enorme impulso ya que la capacidad de una universidad para estos objetivos es muy superior a la de un centro de enseñanzas medias.