martes, 15 de octubre de 2019

Una entrada de Milanovic sobre el capitalismo



Foto: JJBose

“A society is essentially a means of facilitating exchange of specialised services” 

Alchian


En su blog, Branko Milanovic dedica una entrada a cuatro temas que trata ampliamente en su libro, Capitalism Alone. Y realiza afirmaciones apodícticas sobre cada una de ellas que tienen mucho poder de convicción pero que, precisamente por ello, despiertan dudas en el que trata de asentir al razonamiento del autor

La primera es que “el capitalismo es el único modo de producción” que resta en el mundo. El trabajo es libre en todo el mundo – no hay ni esclavitud ni servidumbre -, esto es, se ha abolido el feudalismo y el comunismo desapareció en 1989.

La segunda es que el comunismo ha jugado un papel muy específico en la “historia del capitalismo”: “el comunismo permitió que sociedades atrasadas y colonizadas por Occidente abolieran el feudalismo, recuperaran la independencia política y económica y construyeran su propio sistema capitalista”. Para alcanzar esta conclusión, Milanovic hace una atractiva interpretación del siglo XX y de la capacidad del liberalismo y del marxismo para explicar los acontecimientos de dicho siglo. El marxismo explica perfectamente la 1ª guerra mundial y el fascismo y el comunismo (“el imperialismo como estadio supremo del capitalismo” para la guerra y el fascismo como el último intento de la burguesía debilitada por derrotar los movimientos revolucionarios de izquierdas” mientras que el liberalismo es incapaz de dar razón de los principales acontecimientos del siglo XX. Este éxito del marxismo – tener una teoría de la evolución de la Historia – se extiende a los países del tercer mundo en los términos explicados más arriba. Y este mismo éxito explica también su fracaso: ¿cómo explica el marxismo la caída del comunismo?

Aquí entra la tercera y más polémica afirmación de Milanovic: “el dominio mundial del capitalismo ha sido posible gracias a ciertos rasgos del ser humano que son cuestionables desde el punto de vista ético y que son rasgos que se refuerzan por dicho predominio del capitalismo”. Los efectos del capitalismo – del doux commerce – sobre la moralidad humana es una cuestión muy debatida. Hirschmann es el favorito aquí y no tendría sentido que Milanovic abordara de forma extensa la cuestión en una columna. Lo que interesa es destacar que Milanovic considera “vicios” al afán de “mejorar su condición” en los términos de Adam Smith, afán que Milanovic llama simplemente “avaricia” y que generaliza como el “deseo del placer, poder y beneficio”. Estos deseos se exacerban en las sociedades capitalistas por la creciente mercantilización de las relaciones humanas. Por mercantilización hay que entender la expansión del mercado y con ello la dependencia del mercado de los seres humanos que dejan de autoabastecerse para provisionarse de cualquier bien en el mercado (la competencia, la obligación de racionalizar la propia conducta y de, por tanto, minimizar los costes, la conversión de las capacidades y habilidades humanas en “recursos” que tienen un precio y se intercambian por otros recursos con la intermediación del dinero…).

Estos deseos de poder, beneficio y placer son vicios, “los filósofos los aceptan – se refiere a Adam Smith y a Hume – no porque sean en sí mismos deseables, sino porque, al tolerarlos limitadamente, se logra un bien social mayor: la riqueza de la sociedad”. Dudo mucho que Adam Smith considerase un vicio el “deseo de mejorar su condición”. Y dudo mucho que el deseo orientado a la obtención de bienes, placer y poder no pueda ser considerado virtuoso – en términos mesurados – como instrumentos o medios para alcanzar el máximo grado posible de “desarrollo libre de la personalidad” que incluyen las constituciones liberales en el frontispicio de sus declaraciones de derechos del individuo (freie Entfaltung der Persönlichkeit o the pursuit of hapiness). Es más, Adam Smith no consideraba estos deseos como fines en sí mismos ni los justificaba moralmente porque condujeran a un mayor bienestar de la Sociedad, sino porque eran los medios que permitían a los humanos obtener lo que su Naturaleza les indicaba: la “consideración ajena”, el respeto y la admiración de los demás.

Pero la crítica a Milanovic se puede justificar con más intensidad señalando que el autor no tiene en cuenta los avances de psicólogos evolutivos y biólogos en el análisis de la moralidad humana. La moralidad humana – dicen los que más saben – es la herramienta más poderosa que se ha inventado para favorecer la cooperación social, esto es, la cooperación en el seno de los grupos humanos y, naturalmente, se formó cuando los humanos vivíamos en grupos pequeños con relaciones cara a cara que no eran relaciones de intercambio, sino más bien, de producción en común. Esta idea de contribuir a la producción en común explica algunas de las reglas morales más elementales. Por su lado, los mercados son “cognitively unnatural” (Pinker) precisamente porque los mercados – el capitalismo es el recurso a los mercados para la cobertura de las necesidades de los individuos – son un mecanismo alternativo a la moralidad para sustentar la cooperación entre los individuos. Por eso, desde Gauthier sabemos que el mercado es el ámbito “libre de moralidad”. No se necesita de reglas morales en los intercambios de mercado a salvo de renunciar al uso de la violencia. Pero en la construcción de los mercados (hasta alcanzar el estadio que presentan hoy en Occidente la mayor parte de los mercados de productos de consumo, no así los productos financieros) el que se comporta honradamente (cumple sus promesas, no engaña…) recibe el premio por satisfacer – mejor que otros – las necesidades ajenas, de modo que, una vez que el mercado se ha desarrollado, esas virtudes se han extendido entre la población que se abastece en los mercados. No en vano los chinos han reconocido que tardaron algún tiempo en darse cuenta que no se podía engañar impunemente a tus contrapartes en los intercambios.

Si es así, la afirmación de Milanovic suena a “jeremiada” à la Polanyi. Los mercados se ocupan de abastecernos, es cierto, cada vez de más productos. Hay una creciente mercantilización de la vida de cada individuo. Pero, en contra de lo que piensa Milanovic, esa mercantilización facilita, en lugar de reducir, los comportamientos morales porque convierte todas las relaciones sociales en voluntarias eliminando jerarquías y relaciones de poder (lo que el propio Milanovic reconoce inmediatamente). Que los ricos puedan conseguir cualquier bien a cambio de dinero no impide que los bienes que tienen más valor en términos de bienestar psicológico sigan dependiendo de relaciones humanas satisfactorias que no son relaciones de mercados. ¿Debe preocuparle a quien vive en una favela que la vivienda se convierta en una mercancía? O, más bien y como dijera Joan Robinson (“The only thing worse than to be exploited by a capitalist is to be exploited by no one at all”), preferirá que la vivienda se convierta en una mercancía para, de ese modo, tener, al menos, una posibilidad de acceso a una vivienda?  

En todo caso, donde Milanovic tiene razón es en el papel que atribuye a la hipocresía:

el contraste entre el comportamiento aceptable en el mundo hipermercantilizado y los conceptos tradicionales de justicia, ética, vergüenza, honor y pérdida de prestigio, crea un abismo que rellena la hipocresía; uno no puede aceptar abiertamente que ha vendido por una suma de dinero su derecho a la libertad de expresión o su capacidad para estar en desacuerdo con su jefe y, por lo tanto, surge la necesidad de encubrirlo con mentiras o tergiversaciones de la realidad…. Como la extensión del capitalismo a la familia y a la vida íntima es antitética de los puntos de vista seculares sobre el sacrificio, la hospitalidad, la amistad, los lazos familiares, etc., no es fácil aceptar abiertamente que todas esas normas habían sido abandonadas en favor del interés propio. Este malestar creó un área enorme donde reinaba la hipocresía. Así, en última instancia, el éxito material del capitalismo se asoció a un reino de medias verdades en nuestras vidas privadas".

Cuando luego dice que “hemos convertido nuestras casas en capital y nuestro tiempo libre en un recurso”, Suena weberiano.

La última afirmación de Milanovic es la de que el capitalismo no puede cambiar. El “éxito económico” se ha convertido en el objetivo de más valor de las vidas humanas y lo que “sabe hacer” el capitalismo es hacernos más ricos. Y que este sistema de valores y el capitalismo se refuerzan recíprocamente por lo que, para salir de la espiral, habría que cambiar el sistema de valores, lo que parece imposible: “estamos encerrados” en el sistema de capitalista y lo que hacemos cada día es dar una vuelta a la llave que nos impide liberarnos. No soy tan pesimista (tampoco es que Milanovic crea que el capitalismo va a desaparecer) Y como no pienso morirme ni cerrar este blog antes de 10 años, apuesto con Milanovic que la próxima década verá una nueva transformación del capitalismo, una semejante, en su trascendencia a la que puso en marcha Rooselvet para sacarnos de la Gran Depresión.

domingo, 13 de octubre de 2019

Un apunte sobre la Drittwirkung


Roberto Ferri

En muchas entradas he explicado cuestiones relacionadas con la Drittwirkung o la aplicación de los derechos fundamentales en las relaciones entre particulares. En este trabajo que se cita al final se hace un repaso bastante exhaustivo de la doctrina alemana sobre el particular y se concluye la parte dedicada al examen crítico de las distintas teorías con la siguiente afirmación – que me parece compartible. Se dice que, en los últimos tiempos se trata de conciliar la llamada doctrina de la “eficacia mediata o indirecta” con la doctrina – iniciada por Canaris y que me parece la más exacta – que concibe los derechos fundamentales como mandatos de protección.

La tesis de la eficacia mediata o indirecta conduce a trasladar los derechos fundamentales a las relaciones entre particulares a través del uso por el legislador de Derecho Privado de cláusulas generales como la buena fe, el abuso de derecho, la prohibición de imponer cláusulas abusivas etc que se habrían de “rellenar” con las valoraciones extraídas de la Constitución.  La doctrina de los derechos fundamentales como mandatos de protección considera, en todo caso, que los derechos fundamentales son mandatos dirigidos a los poderes públicos para que (i) se abstengan de interferir en la esfera jurídica de los particulares y (ii) mandatos de protección, para que los poderes públicos “hagan algo” para proteger los derechos de los individuos frente a los ataques por parte de otros individuos.

Pues bien, ambas podrían conciliarse si se entiende que “la eficacia mediata de los derechos fundamentales es una expresión de la obligación del Estado de proteger los derechos de los ciudadanos”. Porque el legislador no puede prever y regular en normas con supuestos de hecho determinados todas las posibles relaciones y conflictos entre particulares. De manera que, para cumplir con el mandato de protección, el legislador tiene que recurrir necesariamente a conceptos jurídicos indeterminados y a cláusulas generales que la jurisprudencia concretará “sobre la base de las valoraciones inducidas de los derechos fundamentales y a la luz de las circunstancias del caso”.

Por otro lado, esta eficacia mediata o indirecta de los derechos fundamentales sobre las relaciones entre particulares viene limitada por el propio mandato de protección que los derechos fundamentales representan, es decir, en la concreción de esas cláusulas generales y conceptos indeterminados, el intérprete ha de tener en cuenta la protección necesaria de los derechos fundamentales de los particulares afectados. Si el legislador ha concretado el supuesto de hecho y la consecuencia jurídica en una relación entre particulares (es decir, si no estamos ante la aplicación de una cláusula general), el problema será de inconstitucionalidad de la norma legal por haberse excedido el legislador en la ponderación entre derechos en conflicto).

Detlev W. Belling, Antje Herold, Marek Kneis, Die Wirkung der Grundrechte und Grundfreiheiten zwischen Privaten

viernes, 11 de octubre de 2019

Canción del viernes y nuevas entradas en el Almacén de Derecho: Matthew and the Atlas, Can't you see?

jueves, 10 de octubre de 2019

Los pecados de Rivera



Maestro de Flemalle, Anunciación

En esta columna Ellakuría recoge todos los errores que Rivera ha cometido en Cataluña. Creo que es bastante exhaustiva porque Ellakuría escribe desde Barcelona, donde el nivel exigido por los votantes de Ciudadanos a los cuadros de este partido para volver a votarles y no retornar al PSC, al PP o a la abstención es máximo. Ni un graduado en medicina por la Autónoma de Madrid superaría el examen que el tribunal de los votantes de Ciudadanos pone a estos candidatos. Contrasta extraordinariamente con las tragaderas y aprobado general que conceden sus votantes al PSOE, a Vox o a Podemos. Lo ha explicado inmejorablemente Isidoro Tapia en esta columna.

Si yo fuera Rivera, habría variado la estrategia de abril (que me pareció entonces y después de las elecciones completamente acertada) en julio. Tras el fracaso del intento de coalición entre el PSOE y Podemos, y para dejar claro que Sánchez no había tenido nunca la más mínima intención de gobernar en coalición con nadie pero, especialmente, con Ciudadanos, si yo hubiera sido Rivera – repito – habría hecho una oferta de gobierno de coalición al PSOE en términos de “lo toma o lo deja”. Y, como Iglesias, si yo hubiera sido Rivera me habría quitado de en medio y habría propuesto de vicepresidenta para ese gobierno a Inés Arrimadas. Algo de esto dije en esta entrada de julio.

Si no me hubiera hecho caso a mí mismo en julio, en septiembre, cuando se veía ya que Sánchez no iba a llegar a ningún acuerdo con Iglesias, habría realizado la oferta que Rivera hizo al límite de la convocatoria: compromiso de votar a favor de la investidura de un gobierno PSOE-Podemos con tres o cuatro condiciones: no pactar con separatistas, no subir nivel general de impuestos, no modificar estatutos ni financiación autonómica sin consenso. Que Sánchez cumpliría con estas condiciones vendría asegurado por la obligación de Sánchez de romper sus alianzas con separatistas en Baleares, Navarra y el País Vasco, donde el PSOE gobierna con partidos que quieren acabar con España tal como la conocemos. Es lo más probable que Sánchez no hubiera aceptado pero Rivera tendría hoy un discurso mucho más convincente que dirigir a sus exigentes votantes.

Dado que nada de eso ha ocurrido, Rivera no ha acertado lo suficiente al proponer ese “gran pacto” a PSOE y PP. Porque eso es muy complicado de explicar. Pero lo peor que ha hecho Rivera, a mi juicio, tiene que ver con debilitar la imagen de Ciudadanos como partido tecnócrata, meritocrático y – si quieren – elitista. Esa imagen vale mucho en tiempos de tribulación porque te aparta de las polémicas más absurdas y reduce las posibilidades de meter la pata. Atacar al gobierno y al PP sobre la base de la inconveniencia para el bienestar general de cada una de sus propuestas quizá no te haga ganar muchos votos pero no te hará perder otros. 

Hay argumentos técnico-jurídicos para iniciar la promoción de la aplicación del art. 155 CE en Cataluña. No hay argumentos para aplicarlo de forma inmediata. 

Hay argumentos de eficiencia y de justicia social y lucha contra la desigualdad y la pobreza para no subir las pensiones ni los salarios públicos

Hay argumentos de eficiencia y de justicia social para defender el libre comercio; 

Hay argumentos de eficiencia y de justicia para renegociar el cálculo del cupo; 

Hay argumentos de eficiencia y justicia social para suprimir los contratos temporales, incluso para nacionalizar – mutualizar – las empresas eléctricas, 

Por no hablar de introducir reformas progresivas en educación (concentrando las inversiones públicas en los colegios donde se educa a los niños más pobres). 

Los hay también para legalizar la gestación subrogada o regular la prolongación o no de la vida. 

A los muy exigentes votantes de Ciudadanos les gusta pensar que ellos son "la crema de la españolidad” (y en Cataluña, no digamos), de una españolidad moderna que se ha quitado los complejos y que está hasta la bolita del ojo del chantaje permanente de los nacionalistas; de los activistas y las guerras culturales e identitarias de la izquierda incluyendo sus feminismos, gayismos  y demás ismos militantes,  y de la carcundia, nepotismo y corrupción de la derecha. Para eso tiene que rodearse de gente que sepa algo de algo.

Rivera solía decir que había que tratar a los votantes como adultos. Rivera debe de pensar que en España sólo hay tres millones y medio de adultos. Porque cuando ha pasado de esa cifra, ha vuelto a hablarnos como si fuéramos menores de edad. En estos días, tratar al público como si fuera idiota es lo que se conoce como “moderación”. Rivera es más inteligente que Sánchez y que Casado. Y Pablo Iglesias ha hecho tanto mal a la Sociedad española, ha corrompido de tal forma la discusión de los asuntos públicos, que lo extraño es que Rivera no haya sacado dos cuerpos de ventaja a los otros tres en la carrera permanente a la que asistimos desde 2016. Algo ha hecho muy mal para no aventajar a tres rivales tan débiles.

Ojalá Rivera vuelva a hablarnos a los españoles como si fuéramos todos adultos inteligentes. Ojalá fuera el primero en reconocer cuándo se equivoca y ójala fuera el primero en reconocer los aciertos de los demás (Alejandro Fernández y Cayetana Álvarez de Toledo le han dado muchas oportunidades de hacerlo en los últimos tiempos y algunos del PSOE en Castilla, Aragón o La Mancha, también). Ojalá Rivera centrara siempre las discusiones en los asuntos de interés público e introdujera siempre argumentos de eficiencia y de justicia social.

Un ejemplo. Cuando estos días Sánchez ha sacado la subida de las pensiones ligándola al IPC y ha prometido que las subirá en diciembre, Casado se lo puso a huevo a Rivera con su “moderación”. En ese momento, Rivera podría haber dicho que es injustísimo subir las pensiones. Que eso redistribuye a favor de los que están mejor. Que eso aumenta el déficit – injustísimo y enorme - que soportamos todos los españoles con nuestros paisanos que viven en el País Vasco. Que el gasto público en España redistribuye en contra de los más pobres. Declaraciones así habrían cambiado los términos de la discusión. A lo mejor, los periodistas empezarían a preguntar por cuestiones sustanciales en lugar de convertir los medios de comunicación en grandes “Sálvame” políticos. Queda un mes para hacerlo.

Hay que dejar de pensar en términos estratégicos. Ni siquiera tácticos. Pero como de eso es de lo único que saben los que dominan la discusión pública, nos tienen entretenidos con la última pifia del político en lugar de hablar de las cosas de comer.

miércoles, 9 de octubre de 2019

Las modificaciones estructurales y el principio de especialidad: una fusión no provoca la transmisión a favor de la sociedad absorbente de la propiedad de ninguno de los bienes pertenecientes al patrimonio absorbido. Ni tampoco de un usufructo



Foto: Estación Nord Valencia, Miguel Rodrigo Moralejo

Sigo con la lectura de la tesis doctoral de Segismundo Álvarez Royo-Villanueva, La sucesión universal en las modificaciones estructurales de las sociedades de capital, Granada 2016, que dedica las páginas 115 a 122 a un problema de gran interés: qué ocurre con las inscripciones registrales de inmuebles a favor de una sociedad cuando es absorbida por otra (lo que sigue es aplicable a cualquier modificación estructural en la que haya transmisión del patrimonio). 

En esta entrada he explicado cómo deben entenderse, en términos dogmáticos, las modificaciones estructurales a mi juicio. Las modificaciones estructurales como la fusión, la escisión y asimiladas no provocan la transmisión de la propiedad de los bienes que forman parte del patrimonio de las sociedades absorbidas o escindidas. Provocan la transmisión del patrimonio (que no de los bienes pertenecientes a esos patrimonios) lo que significa, en concreto que se produce una modificación de su titularidad. Por tanto, no se aplican a las modificaciones estructurales las normas que rigen para la transmisión de bienes singulares (art. 609 ss CC y concordantes). Y, consiguientemente, tampoco las normas de la Ley Hipotecaria sobre la transmisión de los bienes inmuebles que se inscriben en el Registro de la Propiedad ni, por supuesto, las relativas a la modificación de las inscripciones de hipotecas: sucesión universal equivale a sustitución del titular del patrimonio. 

Veamos la narración de la discusión al respecto que hace Álvarez. 

Dice Álvarez p 115: que la transmisión de cada uno de los bienes y derechos que pertenecen al patrimonio afectado por la modificación estructural “se produce ipso iure y ex lege… la transmisión es por efecto de la ley y con carácter automático, lo cual supone la derogación del principio de especialidad circulatoria por el que cada bien ha d ser transmitido de manera individual y siguiendo las reglas especiales establecidas en su caso” (p 115). 

Si tengo razón, es mejor decir que la modificación estructural no provoca la transmisión singular de cada uno de los bienes. Porque en Derecho carece de sentido decir que se produce la transmisión pero no se aplican las normas aplicables a la transmisión. Si no se aplican las normas, es que no ha habido transmisión en sentido jurídico. El art. 609 CC no se refiere sólo a la transmisión. Se refiere también a la “adquisición”, de modo que nada obliga a entender que por la “sucesión testada e intestada” se “transmiten” bienes. Por “sucesión testada e intestada” se adquieren derechos sobre un patrimonio – el del causante - lo que significa que se cambia el titular de los bienes.  Por tanto, la sucesión universal hace algo más que “evitar que sea necesario el modo” – la entrega o traditio – en el caso de sucesión.

La interpretación del significado de las modificaciones estructurales que propongo permite explicar sencillamente el contenido del art. 23 LMESM en relación con el art. 46 de la misma ley: la sucesión en la titularidad del patrimonio de las sociedades participantes en la fusión se produce con la inscripción. Si no hay transmisión de la propiedad de los bienes singulares, no hay que preocuparse por el momento en el que transmisión se produce. De lo que hay que preocuparse es de determinar  el momento en que cambia quien puede actuar con efectos sobre el patrimonio. Y eso nos lo dirán las reglas organizativas de la persona jurídica titular que será, antes de la inscripción, la absorbente y la absorbida, y tras la inscripción, la resultante de la fusión.

Por tanto, 
  • no es que exista “un único título” para la transmisión de todos y cada uno de los bienes que forman el patrimonio cuando se produce una modificación estructural;  
  • tampoco es que sea innecesario un “modo” específico para cada uno de los bienes; 
es que no hay transmisión de los bienes singularmente considerados. Porque el principio de determinación o especialidad no se aplica y, por tanto, tampoco las normas sobre transmisión de Derechos reales. 


Lo que hay es una transmisión del patrimonio o, más precisamente, una modificación de la organización (la toma de decisiones) que gobierna ese patrimonio. Y del mismo modo que se inscribe en el Registro de la Propiedad un cambio en la denominación social o la transformación de una sociedad anónima en limitada, debería procederse en el caso de fusión o escisión (de hecho, esto es lo que tienen en común la transformación y las demás modificaciones estructurales recogidas en la LMESM). Lo que se inscribe en todos estos casos en el Registro de la Propiedad no es una transmisión de un inmueble (que se ha de producir en nuestro Derecho a través de lo que en Derecho Cambiario se llama un “negocio de tráfico”, esto es, mediante un negocio de intercambio realizado entre dos patrimonios) sino una modificación del titular del inmueble. Se ha sustituido a la persona jurídica.

Al respecto, Álvarez considera que, de las Directivas sobre fusión y fusión transfronteriza y a falta de una regulación expresa de la cuestión en la ley española, se debería concluir que, en Derecho español (p 117) no es necesaria una nueva inscripción en el Registro de la Propiedad de los inmuebles que figuran inscritos a favor de la sociedad absorbida. Porque 
“la titularidad registral viene determinada de forma indirecta, pero cierta, por la combinación de la inscripción a nombre de la extinguida en el registro de la propiedad y de la fusión en el registro mercantil”,
por lo que la sociedad resultante de la fusión debería poder disponer de los inmuebles “directamente”, bastando acreditar ante el Registro de la Propiedad en el que pretenda inscribirse la transmisión por la resultante de la fusión del inmueble que pertenecía y estaba inscrito a favor de la sociedad absorbida que la fusión está inscrita junto con el “título por el que se transmite al tercero”.

Sorprendentemente, “esta no es la posición de la doctrina” (cita a Rubio Vicente y a Fernández del Pozo). 

Y en la jurisprudencia, los casos se refieren, en primer lugar, a  si hay que notificar al deudor de un crédito hipotecario la fusión – porque se equipara a la “cesión individual del crédito”, lo que ha sido afirmado por algunos pronunciamientos de la Audiencia de Madrid y que Álvarez critica con razón diciendo que “supone ignorar totalmente el sistema de sucesión universal”  y que el TS lo dejó claro en la Sentencia de 29 de junio de 1989 “la posición de la DGRN… es exigir la inscripción pero en ningún caso un negocio jurídico de transmisión individual”. 

En segundo lugar discute si “para la ejecución hipotecaria era necesario o no que la hipoteca figurase a nombre de la entidad absorbente…”. La Audiencia de Madrid es rotunda: “no es necesaria la inscripción a nombre del ejecutante” en casos de fusión. Pero la DGRN ha exigido “que conste la transmisión del crédito a favor de la absorbente para que sea posible la inscripción de la adjudicación derivada de la ejecución, aunque sea por el medio del tracto abreviado y bastando con que en la escritura se testimonie suficientemente la fusión”. El fundamento de esta doctrina se encuentra en el art. 16 LH que se refiere a los “dueños de bienes inmuebles o derechos reales por testamento u otro título universal o singular, que no los señale y describa individualmente, podrán obtener su inscripción, presentando dicho título con el documento, en su caso, que pruebe haberles sido aquél transmitido y justificando con cualquier otro documento fehaciente que se hallan comprendidos en él los bienes que traten de inscribir”.

Álvarez, con razón, critica esta doctrina. Su crítica se basa en que el art. 16 LH no es aplicable a la fusión: “el artículo 16 está pensando en la adjudicación hereditaria… además, no puede ser que “mientras que para acreedores y contratantes de la fusionada es suficiente la publicidad legal para que la modificación estructural produzca todos sus efectos”, resulte que “para inscribir los bienes de la sociedad extinguida a nombre de la nueva titular en el Registro de la Propiedad” sea “necesario no sólo acreditar la fusión sino, además, identificar los bienes”.  

Y añade que en materia de cancelación de hipoteca, esta doctrina conduce a que sean necesarias hasta cuatro o cinco inscripciones”.  Y cita a Pantaleón quien afirma que, dada la sucesión universal y la accesoriedad del derecho de hipoteca debe bastar, para cancelar la hipoteca, “acreditar el pago del crédito y la titularidad del mismo” mediante el testimonio de la fusión. Concluye Álvarez diciendo que esta doctrina supone “poner el principio del tracto sucesivo por encima de la lógica” sin aportar nada más (no hay una calificación independiente de la fusión por parte del Registrador de la Propiedad). La RDGRN de 20 de junio de 1924 – que cita Pantaleón – pone en su lugar al principio de tracto sucesivo: “el estricto cumplimiento de éste produce verdaderas perturbaciones cuando se trata de inscripciones que, por ser solamente transitorias y formularias, no tienen finalidad práctica, dando lugar a múltiples e inútiles operaciones y gastos”, los cuales han de evitarse “a todo trance con el fin de abaratar, en lo posible, los actos del Registro que es el móvil a que deben dirigirse siempre las interpretaciones y reformas que se hagan de la legislación hipotecaria”.

Álvarez propone inaplicar el principio de tracto sucesivo; evitar la necesidad de modificaciones singulares de todas las inscripciones registrales y ordenar al Registro Mercantil para que, de oficio, remita “ los registros de la propiedad los datos del nuevo titular”, de manera que el cambio se realizara “de manera automática”. Y, para la escisión parcial, supongo que podría hacerse de la misma forma pero sólo a los registros que se indiquen por la sociedad escindida de acuerdo con el art. 74 LMESM.


En el caso del usufructo (Álvarez, pp 124-125) los problemas para extraer las consecuencias correctas para su subsistencia en caso de fusión del usufructuario se derivan de la analogía entre las personas jurídicas y los individuos. Esta lleva a considerar que si se extingue la persona jurídica usufructuaria por consecuencia de la fusión, el usufructo debería extinguirse (art. 531.1 CC, extinción del usufructo por muerte del sujeto y el 515 CC dice que el usufructo a favor de una persona jurídica se extingue si se disuelve la sociedad).

En realidad, cuando el art. 515 CC se refiere a la disolución de la sociedad o corporación lo hace en el sentido de desaparición/extinción del usufructuario, esto es, de liquidación, como lo demuestra la comparación con el caso del usufructo a favor de un “pueblo” que se extingue cuando éste queda “yermo”, esto es, deshabitado (v., art. 39 CC que se refiere a las “instituciones extinguidas”). Por tanto, no hay ninguna razón para considerar extinguido el usufructo en caso de modificación estructural con sucesión universal. Dice Álvarez que, en caso  de fusión, “propiamente no existe acuerdo de disolución, ni ninguno de los efectos típicos de la misma” y concluye que hay que afirmar que el usufructo se transmite a la sociedad resultante de la fusión, “teniendo en cuenta (además) que el derecho de usufructo es transmisible de acuerdo con el art. 480 CC

Es muy acertado decir que en la fusión no hay, propiamente, un acuerdo de disolución. El acuerdo de disolución es aquel que toman los que han celebrado un contrato de sociedad y por el que terminan éste. Se disuelven vínculos. El acuerdo de disolución no se refiere al patrimonio social. La suerte del patrimonio social – una vez terminado el contrato tras el acuerdo de disolución – se decide por las reglas sobre la liquidación.

Las fundaciones, por esta razón, no se disuelven. Porque el acto por el que se dedica un patrimonio a un fin de interés general no es un contrato, de modo que no se le aplican las normas sobre los contratos. Las fundaciones se “revocan” como los testamentos o las donaciones. Los artículos 31 y siguientes de la Ley de Fundaciones no se refieren a la disolución como “apertura de la liquidación”. Dicen que la fundación se “extinguirá” y, todavía más expresivo, el art. 33.1 dice que “la extinción de la fundación… determinará la apertura del procedimiento de liquidación (sic). ¿Cómo puede liquidarse una persona jurídica extinguida? Pero la ley de fundaciones hace algo más: salva de la liquidación el caso de “fusión” (art. 31. d)- ¿Por qué? ¿Acaso no se produce la extinción en caso de que la fundación se fusione con otra? No es eso lo que se deduce del propio art. 31 que reza “la fundación se extinguirá”.  y en su letra d incluye la fusión.

Lo que el legislador quiere decir que, realizado el acto simétrico al que dio lugar a la formación del patrimonio fundacionalal que se refieren los arts. 8 y 9 LF -, se procederá a liquidar el patrimonio fundacional y darle el destino previsto en la Ley o en los estatutos. Pero la fundación no se extingue hasta que ha concluido el proceso liquidatorio. Porque extinguirse quiere decir que el patrimonio ha dejado de estar “separado”, se ha liquidado – transformado o degradado si se quiere en dinero o en bienes singulares – y se ha confundido con otro.

Por tanto, tiene razón Álvarez cuando dice que el acuerdo de fusión aprobado por la sociedad absorbida no es un acuerdo de “disolución”. No lo es en términos funcionales. Debemos dejar de decir que la fusión presupone la disolución de, al menos, una de las sociedades que participan en ella, es decir, de la absorbida o absorbidas. La disolución significa que el contrato social termina, de manera que los socios de la sociedad absorbida dejan de serlo. 

Sin embargo, el resultado de la fusión no es que los socios de la sociedad absorbida dejan de serlo. No reciben su cuota de liquidación – porque no ha habido liquidación –; reciben acciones o participaciones de la sociedad absorbente. La fusión implica, además, que el patrimonio de la absorbente aumenta y que el contrato de sociedad que gobierna dicho patrimonio (el de la absorbente) ha de modificarse subjetivamente para "incorporar" a la toma de decisiones sobre el mismo a los que eran socios de la sociedad o sociedades absorbidas. 

Este resultado podría explicarse diciendo que la fusión implica una “liquidación simplificada” porque los socios de la sociedad absorbida no reciben dinero sino acciones o participaciones de la sociedad absorbente. Pero tal descripción no tiene valor analítico. Mejor es decir que hay sucesión universal en el plano patrimonial y novación subjetiva del contrato de sociedad en el plano obligatorio y organizativo. Es decir, los socios no están terminando el contrato social al acordar la fusión. Están “novando” el contrato social. O, más precisamente, están modificando las reglas de gobierno – la organización – del patrimonio social. Inscrita la fusión, el contrato que les unía – los estatutos de la sociedad absorbida – quedará modificado – ahora el patrimonio resultante de la fusión se gobernará por las reglas de los estatutos de la sociedad resultante de la fusión - .  

La ley de fundaciones confirma esta interpretación: si el legislador de la Ley de Fundaciones ha dicho que, en caso de fusión, la fundación no se extingue y el legislador asimila extinción con disolución, hay que entender que aunque el Código civil se refiera a la “disolución” de las corporaciones o sociedades, en realidad, se está refiriendo a su extinción, esto es, a la liquidación de su patrimonio. Lo que el 515 CC expresa – léase en relación con el 39 CC – es que si se liquida el patrimonio del que formaba parte, el usufructo se extingue, no se transmite a los que deban recibir cuotas de dicho patrimonio. Y es lógico que así sea desde una perspectiva liberal del derecho de propiedad.  

La conclusión, en relación con el usufructo es sencilla: 
  • dado que no hay transmisión singular de ningún bien o derecho en una fusión, tampoco hay transmisión del usufructo. 
  • Y dado que la sociedad absorbida no se “disuelve” en el sentido del art. 515 CC (no se extingue en el sentido del art. 39 CC), el usufructo sigue en vigor por el tiempo establecido. 
  • Porque la transmisión de un patrimonio – la conversión del patrimonio de la absorbida en (parte d)el patrimonio de la absorbente solo implica una modificación del gobierno – de la organización – de tal patrimonio, no la terminación de dicha organización.  
  • Que el usufructo sea transmisible (art. 480 CC) es irrelevante. El 480 CC no es aplicable porque su supuesto de hecho contempla, precisamente, la transmisión a título singular del usufructo, no la sustitución/modificación en la titularidad de un patrimonio, que es el caso de la fusión.

La titularidad residual fuera de la teoría de la empresa: el caso de los partidos de fútbol




Foto: @thefromthetree

El derecho del titular de un inmueble a excluir a terceros

Alexander Peukert – Güterzuordnung als Rechtsprinzip, 2008 -, resume la literatura alemana sobre la titularidad del derecho de retransmisión de un espectáculo deportivo (ponga en el buscador Hausrecht). Dice que hay acuerdo sobre que el titular de la grabación de un espectáculo – el productor audiovisual – tiene un derecho de propiedad intelectual – exclusivo – sobre tal grabación. Hay acuerdo también respecto a que el espectáculo deportivo no es una obra en el sentido de la legislación de propiedad intelectual. De la cuestión me ocupé con cierto detalle en el libro homenaje a Aníbal Sánchez y, después, Patricia Galán.

El fundamento del derecho del organizador del evento a autorizar o denegar la autorización para la retransmisión se encuentra mayoritariamente en el “Hausrecht” o derecho de arena derivado del derecho de propiedad – o posesión legítima y control – de la instalación física donde tiene lugar el evento (para lo que sigue v., ampliamente, para lo que sigue, Götz Schulze, Das private Hausrecht, JZ 2015, 381). En virtud del mismo, el propietario o titular del uso de un inmueble tiene derecho a excluir a cualquiera de su uso o entrada, puede dar por terminada esta y puede utilizar medios proporcionados para asegurar dicha exclusión. Además, en el caso de infracción de ese derecho, se activan los remedios indemnizatorios y, dado que se trata de un derecho, cuando menos, análogo a un derecho de exclusiva en el sentido del art. 32.1 6ª LCD (“cuando la conducta desleal lesione una posición jurídica amparada por un derecho de exclusiva u otra de análogo contenido económico”), la posibilidad de una acción de enriquecimiento injusto por intromisión. En último extremo, este derecho del titular de la instalación y organizador del evento estaría protegido por el derecho de propiedad (art. 33 CE).

La jurisprudencia alemana se ha ocupado unas pocas veces de la cuestión, siempre en conexión con el conflicto entre este derecho y derechos fundamentales de particulares que pretenden tener derecho a acceder o permanecer en el inmueble. Así, la doctrina jurisprudencial se formula en una sentencia del BGH de 20 de enero de 2006, la sentencia Fraport que afirmó el derecho del titular del aeropuerto de Frankfurt a prohibir la entrada en el mismo a los manifestantes. Y se confirmó en la sentencia relativa a una prohibición de entrar en cualquier estadio de fútbol de Alemania para unos aficionados (v., aquí la sentencia del Tribunal constitucional) que se habían comportado de forma violenta y a la prohibición de alojarse en un hotel a un neonazi, caso en el que se combina la prohibición de acceso al hotel con la negativa a contratar con el neonazi ya que se necesita un contrato entre el hotelero y el neonazi para que éste pudiera acceder al inmueble. A falta de contrato, naturalmente, la prohibición de acceso se basaría exclusivamente en el Hausrecht.

En definitiva, al organizador del encuentro y titular del derecho de uso del estadio le asiste el derecho de arena basado en la propiedad del terreno o en su posesión legítima. De forma análoga al derecho del poseedor legítimo a expulsar de su terreno al que ha entrado sin su permiso. Como el que puede lo más puede lo menos, el organizador ha de poder hacer depender la grabación del espectáculo y su retransmisión del pago de una cantidad de dinero. Es más, ha de poder regular contractualmente con los asistentes al espectáculo la medida en que éstos pueden grabar o retransmitirlo.

Lo que se discute es, pues, el fundamento de la posición jurídica – y sus facultades – del titular del estadio. Es decir, si sus derechos vienen delimitados por el derecho de arena – una derivación de las facultades que se atribuyen al propietario o poseedor legítimo de un terreno – o constituyen una suerte de derecho real sui generis. Si es lo primero, el que adquiere tales derechos del titular del estadio (en el caso del fútbol, por ejemplo, Mediapro cuando adquiere los derechos de los clubes de fútbol para los partidos en los que el club es el equipo local o anfitrión) sólo adquiere un derecho obligatorio. No un derecho real eficaz erga omnes y semejante al derecho de propiedad sobre el espectáculo. Por el contrario, algunos autores consideran que el derecho sobre el espectáculo deportivo es un derecho de exclusiva que puede transmitirse y que el adquirente del derecho ostenta una posición semejante a la del titular de un derecho real eficaz erga omnes y protegido con acciones negatorias etc.

El problema de fundar la posición del club anfitrión en el “derecho de arena” es la estrecha vinculación de éste con la propiedad del terreno en el que tiene lugar el espectáculo. Parecería más bien que lo que justifica atribuir derechos al club anfitrión es, más bien, que él es el que organiza el espectáculo deportivo y el que pone los medios para que éste pueda desarrollarse. La propiedad del estadio es poco relevante y, de hecho, es cada vez más frecuente que el club anfitrión no sea propietario del estadio donde juega sus partidos.

Si es así, esto es, si los derechos del club anfitrión se fundan en que él es el que organiza el espectáculo, el marco analítico que mejor explica su posición es el de la teoría de la empresa. Es decir, hay que considerar que el club anfitrión ocupa el lugar del empresario en la teoría de la empresa – theory of the firm). Como es sabido, el empresario es, en este análisis de la empresa, el titular residual tanto de los rendimientos que genere la empresa como de los poderes de decisión sobre la combinación de los medios de producción que es la empresa, combinación que se articula a través de contratos entre el empresario y los titulares de los distintos factores de la producción


Asignar residualmente los derechos sobre el espectáculo al organizador parece la regla eficiente

a falta de pacto (que se producirá si los costes de transacción no son elevados como dice Coase) del mismo modo que en la theory of the firm los accionistas de una sociedad anónima son los titulares residuales de los derechos económicos (del derecho al beneficio, esto es, a que se les entregue todo lo que quede después de haber pagado a todos los titulares de pretensiones fijas sobre el patrimonio empresarial tales como trabajadores, proveedores, financiadores, esto es, acreedores en general) y los titulares residuales del poder de decisión (esto es, del derecho a tomar decisiones sobre el patrimonio social que no hayan sido asignadas por la ley o por contrato a otros participantes en el espectáculo).

La eficiencia de la asignación de la titularidad residual sobre el partido que juega en su casa al club anfitrión se encuentra en que es el club anfitrión el que tiene los incentivos correctos y la posibilidad - a menor coste - de maximizar el valor económico del evento. En efecto, el club anfitrión se diferencia de todos los demás participantes en la "producción" del partido en que es la organización que agrupa a los aficionados, esto es, a los individuos que más valoran el espectáculo (son, en los términos de Rajan y Zingales, el "activo crítico"). No se dudará que son los aficionados del Real Madrid los que valoran más ver un partido en el que juegue su equipo y tampoco se dudará de que este deseo se satisface a menor coste cuando el Real Madrid juega en el estadio Bernabeu. Dado que las aficiones son locales (aunque haya aficionados al Real Madrid en todo el mundo) caben pocas dudas de que los que "más valoran" el espectáculo en que consiste un partido de fútbol en el Santiago Bernabeu son los socios del Real Madrid. Asignarles - indirectamente - la posición de titular residual de los rendimientos y de los poderes de decisión residuales sobre el encuentro parece la asignación más eficiente. Agrupados a través de la asociación - o la sociedad anónima deportiva -, el Real Madrid es el que está en la mejor posición para negociar con los otros stakeholders  (los que ostenten algún tipo de interés o participen de cualquier forma en la producción del evento incluyendo desde los vendedores de refrescos a los anunciantes pasando por los árbitros o linieres, el equipo visitante o los propios jugadores del Real Madrid individualmente considerados y, sobre todo, el organizador de la competición - la Liga - ) la distribución de los ingresos que el evento genere.

Así pues, cada partido ha de considerarse como una "empresa" o, si se quiere, un "producto". El Real Madrid produce "partidos" para cuya puesta en el mercado requiere de la contribución de muchos otros con los que celebrará los correspondientes contratos para determinar los términos de su contribución y la remuneración que recibirán.

El evento deportivo como "cosa"

Este planteamiento no exige afirmar que el club anfitrión es “propietario” de una “cosa” que sería el evento deportivo, esto es, el partido de fútbol. A este respecto, el problema es uno más general y es el de la creciente “cosificación” o incorporación de los derechos y de las "empresas" y, con ello, la expansión del ámbito del Derecho de Cosas respecto del Derecho de Obligaciones. Hablar de usufructo y prenda de derechos de crédito no es una novedad. Determinar si puede ser objeto de prenda sin desplazamiento la mercancía que se encuentre depositada en cada momento en un determinado almacén resulta más complicado. En la literatura alemana se habla, en efecto, de “cosificación” o Verdinglichung y el fenómeno es bien conocido en el ámbito de los títulos-valor (bajo el lema “incorporación/desincorporación”) y en la aparición de nuevos “objetos” de propiedad intelectual o en la asignación de los derechos sobre los datos etc.  Pero también afecta al Derecho de Sociedades – de las organizaciones – no solo porque las participaciones en una sociedad se han corporeizado a través de la consideración como títulos-valor de los documentos que incorporan la condición de socio, fenómeno antiguo y bien conocido, sino porque el contrato de sociedad sirve no sólo a la organización de varios individuos para mejor conseguir un fin común a todos ellos sino también a delimitación de patrimonios a efectos de responsabilidad y establecimiento de preferencias entre acreedores. Y esta evolución ha “pillado” al Derecho de Cosas sin su compañero: el Derecho de los Patrimonios.

martes, 8 de octubre de 2019

La reputación colectiva



Giovanni Strazza

En este trabajo se demuestra la importancia de la reputación colectiva. En este caso, del Made in Germany. El escándalo Volkswagen – que engañó a las autoridades norteamericanas sobre los niveles de emisión de sus vehículos – dañó las ventas de vehículos de Volkswagen en EE.UU., por supuesto, pero también redujo las ventas de las otras grandes compañías alemanas de vehículos.

Dijo Tirole en 1996 que la reputación colectiva tiene importancia en las Ciencias Sociales. Y los que estudian el régimen jurídico de las marcas colectivas y de las denominaciones de origen saben que el valor de éstas depende de que los miembros de la organización titular de la misma establezcan un sistema de vigilancia y control de la conducta de los que utilizan esas marcas para que no degraden su valor. Es el conocido problema de la externalidad en el ámbito de los sistemas de franquicia (un franquiciatario tiene incentivos para bajar el nivel de calidad – ahorrándose los costes correspondientes – de su producto o servicio porque la pérdida de reputación la comparte con todos los demás miembros de la red de franquicia pero la ganancia en forma de ahorro de costes – de personal, de limpieza, de maquinaria etc – se la embolsa en su totalidad). De ahí que si la organización – el franquiciador – encargada de velar por el cumplimiento del reglamento de la marca colectiva o del uso de la denominación de origen no es eficaz, el valor de la marca se depreciará.

Tirole añadió algunas ideas interesantes. Como la conducta individual no es perfectamente observable – “hay ruido” – el observador juzgará la calidad del observado no sólo por su conducta previa, sino también por la conducta del grupo al que pertenece el observado. De manera que el nuevo miembro “heredará” la reputación de los anteriores miembros del grupo, que perdurará incluso mucho tiempo después de que los antiguos miembros hayan abandonado éste. En la medida en que los nuevos miembros sean conscientes de este efecto, su conducta futura dependerá de la conducta pasada de los antiguos miembros. 

Tirole concluye 

Todos pertenecemos a organizaciones, culturas y grupos étnicos. Nuestro bienestar y nuestros incentivos dependen no sólo de nuestra propia reputación sino también de la del grupo al que pertenecemos…. Las reputaciones individuales están determinadas por la reputación colectiva y viceversa. Los incentivos de un miembro de un grupo para mantener su reputación individual son más intensos cuanto mejor sea la reputación del grupo. Cuando la disciplina de los miembros se preserva gracias a la amenaza de exclusión del grupo, si las rentas asociadas a la pertenencia al grupo son bajas porque el grupo tiene poca o mala reputación, los miembros individuales tienen pocos incentivos para permanecer en el grupo y, por tanto, perpetuan con su conducta individual la mala reputación del grupo. Cuando la pertenencia al grupo es un rasgo inalterable, la conducta inapropiada del grupo en el pasado hace que portarse bien en el presente sea una estrategia que produce escasos rendimientos lo que reduce los incentivos de los individuos para portarse bien en el futuro. 
Todavía más fascinante es la dependencia del pasado de las reputaciones colectivas…. Los estereotipos se mantienen en el tiempo porque los nuevos miembros de un grupo heredan, al menos parcialmente, la reputación colectiva de los que les precedieron…. Tras episodios de mala conducta, o bien el grupo queda atrapado en un estado estable de mala reputación o son necesarios varios períodos para restablecer la confianza, tras los cuales la reputación del grupo vuelve progresivamente a su nivel de buena reputación… en el contexto de la corrupción… las amnistía pueden suponer mejoras de Pareto... 

Tirole considera la empresa a estos efectos como un “grupo” ya que todos sus empleados contribuyen a la reputación de los productos de la empresa que se venden bajo la marca. El empresario – a la Alchian y Demsetz – ha de velar, pues, porque los miembros del equipo – los empleados – que hagan perder valor a la reputación colectiva sean expulsados, esto es, en el caso de un empleado, despedido. La posibilidad de despido – como la posibilidad de terminar el contrato de franquicia – actúa así como un mecanismo para generar en los miembros de una organización los incentivos para que mantengan la reputación colectiva.

En el caso de los países, sin embargo, hay que suponer que los consumidores no relacionan tan estrechamente a una empresa (Volkswagen) con un país (Alemania) como lo hacen con una denominación de origen (Rioja) y un productor determinado (Marqués de Cáceres) o, aún más, como asocian a un establecimiento franquiciatario con el franquiciador (el Mc Donalds de la plaza de la Constitución con Mc Donalds).

Lo más interesante del trabajo – además de la “estrategia” de los autores para estudiar el asunto – es que pudieron comprobar que el escándalo VW redujo “las ventas de vehículos de los demás fabricantes alemanes —BMW, Mercedes-Benz, y Smart— en comparación con sus correspondientes no alemanes. Es decir, que el escándalo afecto diferencialmente a los fabricantes alemanes distintos de VW y a los fabricantes no alemanes y lo hizo por igual para los coches diésel y los de gasolina.

En otras palabras, los consumidores norteamericanos extendieron la pérdida de reputación de VW a los demás fabricantes alemanes de automóviles. 
… el escándalo de VW redujo las ventas de los otros fabricantes de automóviles alemanes. y esta disminución se debió principalmente a un efecto indirecto específico del factor país. Específicamente, el efecto total en estos fabricantes se tradujo en una disminución de las ventas de 104.661 vehículos valorado en 5.200 millones de dólares en 2016…  Pero tras esta cifra se oculta un efecto mucho mayor sobre los fabricantes alemanes distintos de VW. Sus ventas se redujeron en 472.084 unidades por un valor de 26.500 millones de dólares. Este efecto indirecto se vio parcialmente compensado por un aumento de las ventas, ya que los consumidores compraron coches de marcas distintas de VW, y compraron más coches de gasolina y menos diésel

Digamos que la reputación colectiva lo es para lo bueno – todos se benefician de la conducta individual de cualquiera de los miembros del colectivo que eleva la reputación colectiva – y para lo malo – todos acaban perjudicados cuando cualquiera de ellos se comporta de forma que daña la reputación colectiva.

Bachmann, Rüdiger and Ehrlich, Gabriel and Fan, Ying and Ruzic, Dimitrije, Firms and Collective Reputation: A Study of the Volkswagen Emissions Scandal (July 2019)

El tamaño gusta y asusta

 Resultado de imagen de Gustavus Swift


Debido a que las empresas siempre persiguen una mezcla de estrategias para "escapar del equilibrio", en la acertada expresión de Lvenstein (2012), decidir qué comportamientos eran procompetitivos y cuáles anticompetitivos era una tarea difícil. No sólo los trusts "buenos" recurrían a veces a prácticas "malas" para preservar su ventaja, sino que en muchos casos no era fácil distinguir acciones anticompetitivas por su objetivo o propósito o por sus efectos de aquellas que mejoraban la productividad y generaban beneficios para los consumidores. 
Durante el llamado Período Progresista, es decir, desde principios del siglo XX hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial, los responsables de la formulación de políticas se entrentaron al problema y lo solucionaron añadiendo un conjunto de prohibiciones específicas en la Clayton Act de 1914 y, simultáneamente, creando una nueva agencia reguladora, la Comisión Federal de Comercio (FTC), facultada para definir los límites y vigilar las conductas. 
La frontera entre las prácticas anticompetitivas y las que mejoraban la competencia seguía siendo difícil de trazar. Las empresas buscaban continuamente nuevas formas de aumentar su poder de mercado, y los reguladores buscaban igualmente nuevas herramientas para reprimir tales conductas y declararlas ilegales. La línea entre las conductas que se consideran ilegales y las que se consideraban aceptables dejó de ser fija. Durante unas épocas los reguladores eran  muy estrictos y, durante otras, muy laxos. A finales de los años treinta y en el contexto de un resurgimiento de la tirria hacia las grandes empresas, las autoridades de la competencia abandonaron el intento de trazar la línea entre conductas legítimas e ilegales y decidieron que el tamaño era el problema. Y tuvieron tal éxito convenciendo a los jueces para que impusiesen medidas antimonopolio a empresas que no habían sido declaradas culpables de prácticas anticompetitivas (la sentencia Alcoa de 1945 es un extraordinario ejemplo: As Justice Hand admitted, “We need charge [Alcoa] with no moral derelictions after 1912,” the year the company had settled an earlier antitrust suit. “[W]e may assume that all it claims for itself is true”—that the company “won its way by fair means” (pp. 430–31). Alcoa was in violation of the Sherman Act because it was big and successful, not because it had done anything wrong) que se generó una contrarreacción…: la llamada "Escuela de Chicago", que a su vez prevaleció en los tribunales a partir de que las condiciones económicas se deterioraran en la década de 1970. La Escuela de Chicago trató de desplazar el foco desde la cuestión de si las grandes empresas tenían poder de mercado a si el poder de mercado que poseían perjudicaba a los consumidores. Sin embargo, al igual que los agresivos enemigos de la gran empresa a los que se oponían, no creían que la preocupación por la conducta de éstas que había quedado incorporada a la legislación de principios del siglo XX. Y todo esto justo en el momento en que se produjo la formación y desarrollo de una nueva ola de empresas gigantescas e innovadoras. 

La Standard Oil se hizo – mediante fusiones y prácticas predatorias y excluyentes de sus rivales – con el 90 % de cuota de mercado en un par de décadas. Pero el precio de la gasolina bajó de 25 a 10 centavos por galón en la misma época. Pero la ganancia en cuota de mercado parece que se debió más a lo primero – descuentos selectivos de los ferrocarriles que perjudicaban a los rivales – que a los segundo – enorme eficiencia de las enormes refinerías construidas por Standard Oil. La competencia era tan intensa que “los productores intentaron por todos los medios pactar precios – sin éxito –

Pero tan fascinante como el caso del mercado de la gasolina es la transformación del mercado de la carne de vacuno: la empresa disruptiva introduce una nueva forma de distribución del producto. Así cuenta la evolución Lamoureux

Hasta la década de 1870, la carne de vacuno fresca era un producto caro y de temporada en los mercados del Este de los Estados Unidos. El ganado se transportaba en vivo por ferrocarril desde los puntos de recogida de las Grandes Llanuras del Medio Oeste y luego se sacrificaban en mataderos locales. Los cargadores tenían, pues, que pagar los gastos de transporte de aquellas partes de los animales que no se consumían y, además, los gastos de alimentar, dar de beber y cuidar en general de los animales durante el transporte, lo que impedía transportarlos en épocas de demasiado frío o demasiado calor. 
Muchos empresarios se daban cuenta de que se podría ahorrar mucho si se matara el ganado en el Medio Oeste y se transportaran sólo las piezas de carnes a los mercados del Este. Pero el primero en superar todas las dificultades que acarreaba hacerlo fue Gustavus Swift (Chandler 1977, pp. 299-301; Yeager 1981, cap. 3). Con la ayuda de un ingeniero de refrigeración diseñó un vagón de ferrocarril refrigerado  e invirtió buena parte de su capital en una pequeña flota. Las grandes compañías de ferrocarriles, preocupadas por amortizar las sustanciales inversiones que habían realizado en vagones para transportar vivo al ganado y en estaciones para alimentarlo, se negaron a acarrear sus vagones. Entonces Swift se alió con Grand Trunk Railroad, el único transportista que abastecía a los mercados del Este y que no había realizado grandes inversiones en la antigua tecnología. Swift compró los derechos a recolectar hielo en los Grandes Lagos, construyó una cadena de hielo a lo largo de la ruta del ferrocarril, y se asoció con con mayoristas que estaban dispuestos a distribuir su producto. En los casos en que los mayoristas no se avenían a un acuerdo, competía con ellos directamente, a veces vendiendo la carne directamente desde los vagones del tren a precios muy bajos. Las únicas empresas que podían resistir la competencia de Swift eran las que contaban con los recursos financieros para construir un sistema verticalmente integrado similar. Hacia 1887, habían surgido tres que, junto a Swift, ostentaban una cuota de mercado del 85 por ciento. Otros competidores se añadieron con el paso del tiempo, pero la industria se mantuvo altamente concentrada y las cinco empresas más importantes representaban el 75 por ciento del mercado interestatal en 1907-1908 y el 81 por ciento entre 1916-1917 

Lo curioso es que, de nuevo, la competencia era tan brutal, que los intentos de colusión entre los principales procesadores de carne se sucedieron y fueron sancionados por las autoridades de competencia. De modo que optaron por fusionarse y crearon la National Packing Company con el objetivo de “estabilizar” el mercado. Una investigación administrativa concluyó que la colusión entre los procesadores de carne no perjudicaba a los consumidores “los beneficios no eran exorbitantes y los precios para los consumidores eran razonables”. En 1905 se dijo que la empresa dominante estaba controlada por la posibilidad de entrada de nuevos competidores y que no era en su interés emprender prácticas predatorias porque no podría recuperar las pérdidas que esta causaba. La colusión que la empresa común facilitaba no fue sin embargo objeto de análisis aunque reconocían que era obvia la alineación de intereses entre 4 de las 6 empresas más grande. A pesar de ganar los pleitos civiles y penales que les puso la Administración de Rooselvet, los miembros del cártel decidieron disolver la National Packing Co. y trataron de limitar la competencia vía integración vertical: 
A finales de la década de 1910, las cinco empresas más grandes habían adquirido participaciones de control en los mercados de ganado que gestionaban la mayor parte de los animales sacrificados en los Estados Unidos. También habían integrado la distribución mayorista de carne y productos cárnicos.. 
El escándalo de que la Administración no fuera capaz de sancionar las conductas colusorias llevó a la creación de la FTC. 
Inicialmente, las empresas productoras de carne habían crecido mucho innovando, pero habían reaccionado a la competencia oligopólica resultante, coludiendo para controlar los precios y los costes. Como resultado, a los ojos del público, se habían convertido en malos trusts, como la Standard Oil Company.

Y esta reputación les forzó a aceptar la decisión de la FTC unos años después que les obligaba a desinvertir en establos e instalaciones semejantes.

La modificación fundamental del Derecho Antimonopolio en aquella época – dice Lamoureux – es que las empresas no podían recurrir a la fusión con sus competidores para evitar las sanciones por cártel. La Clayton Act prohibía las fusiones que redujeran significativamente la competencia. Y la legislación fue eficaz 
Livermore (1935, pp. 90-94) recogió datos de beneficios entre 1901 y 1932 de 136 fusiones que en su opinión eran suficientemente importantes como "para influir en las condiciones del mercado". Sus resultados fueron que el 37 por ciento de las fusiones fracasaron completamente. Sólo el 44 por ciento podía considerarse un éxito. Además, los que no fracasaron tuvieron que preocuparse por el escrutinio por parte de las autoridades de competencia. DuPont fue disuelta en 1911, poco después de Standard Oil y American Tobacco, y Alcoa aceptó condiciones al año siguiente. A raíz de esas victorias, se iniciaron procesos contra US Steel e International Harvester, entre otras empresas. Ambos procesos acabaron sin condena final, pero se prolongaron hasta 1920, absorbiendo tiempo y recursos de las empresas. 
La reacción de las empresas fue la de adaptarse a la competencia monopolística, es decir, menos rebajas en los precios y más diferenciación de productos. Más marketing y publicidad, más inversión en investigación y desarrollo de nuevos productos. Y los gigantes que dominaron sector tras sector en los primeros años del siglo XX habían desaparecido en su mayoría cincuenta años después, pero las que estaban pimpantes en 1920, permanecían poderosas y con beneficios en los años 70. El grado de aceptación social de las grandes empresas aumentó. A partir de los años 20 lo que se correspondió con una relajación en la aplicación del Derecho antimonopolio. En los treinta volvió a reforzarse esta aplicación y las patentes empezaron a tener importancia.

 Lamoreux señala algo de interés en este contexto en el que es muy difícil saber si, en conjunto, la estrategia de estas grandes empresas es pro o anticompetitiva. Con el ejemplo de Microsoft, se pregunta si Google habría entrado tan exitosamente en el mercado de navegadores con Chrome si Microsoft no hubiera sufrido los expedientes sancionadores por su conducta en relación con el Explorer.

Lamoreaux, Naomi R. 2019. "The Problem of Bigness: FromStandard Oil to Google.Journal of Economic Perspectives, 33 (3): 94-117

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