Santoro-Passarelli analiza la naturaleza jurídica de las propinas y distingue entre la propina que se da a un camarero en un restaurante o al botones de un hotel de las que dan los jugadores en un casino al croupier cuando realizan una apuesta ganadora. La diferencia está – dice - en la “causa” de la atribución. En ambos casos es gratuita pero en el de las propinas en hostelería es remuneratoria mientras que en el caso de los casinos: “la entrega no está conectada con la prestación de un servicio” que se presta por igual a todos los jugadores… la propina depende de la suerte del jugador. Y esa falta de conexión justifica afirmar que “es la empresa la que proporciona al personal la oportunidad de ganancia”, ganancia que, paradójicamente, se produce “cuando la empresa pierde, al menos en relación con el jugador”.
¿Qué efectos debe tener esta distinta causa sobre la relación laboral entre el croupier y la empresa titular del casino? Dice Santoro que esta falta de conexión entre el servicio que presta el trabajador al cliente y la propina tiene relevancia respecto del contrato de trabajo. Y, en efecto, los convenios colectivos regulan el destino de las propinas que se reparten entre todos los trabajadores a salvo de lo que se acuerde entre la empresa y los trabajadores.
En el caso que analiza el autor, la regulación del ayuntamiento de San Remo preveía que la mitad de las propinas serían para la empresa gestora del casino y la otra mitad se repartirían entre los empleados. Santoro dice que la cláusula es legítima porque “los trabajadores, con tal pacto, no disponen de sumas que les sean debidas a título de retribución o salario” pero si el convenio colectivo o el contrato de trabajo las considerasen salario, también podría considerar la mitad como salario y la otra mitad como correspondiente al empresario. En términos de justicia conmutativa, el reparto entre la empresa y los trabajadores está justificado porque esas propinas no responden a una apreciación de la calidad del servicio del trabajador sino meramente a la suerte, de forma que es casual qué trabajador esté en la mesa y la calidad de su trabajo. Y, concluye Santoro, tampoco deben incluirse a efectos de indemnizaciones por despido.
En los demás sectores distintos del de los casinos, se debe repartir entre los trabajadores que participan en la prestación del servicio y no son salario si la empresa no interviene pero sí lo será si “se configura como forma de retribución”. Santoro-Passarelli dice que “salvo que el contrato disponga otra cosa… las propinas no participan del carácter de salario”. Piénsese que el empresario podría prohibir las propinas.
En el otro artículo que se cita al final de esta entrada se lleva a cabo un análisis económico de las propinas. Me entero que el término tip tiene un origen dudoso
Brenner (2001) atribuye los orígenes de la propina a la Inglaterra del siglo XVI, donde había urnas de latón con la inscripción "Para asegurar la prontitud" en los cafés y más tarde en los pubs locales. La gente daba propina por adelantado para obtener un buen servicio metiendo dinero en estas urnas. De hecho, Schein, Jablonski y Wohlfahrt (1984) y Brenner (2001) sugieren que "tip" viene de las tres primeras letras de "Asegurar la Prontitud", “To Insure Promptitude” pero otros sugieren orígenes diferentes. Hemenway (1993), por ejemplo, argumenta esa "propina" puede provenir del estipendio, una versión del latín "stips".
Según Azar, la práctica de la propina – en los restaurantes – es eficiente económicamente. Los camareros están mejor porque pueden ganar más dinero que si sólo cobraran salario – aunque este fuera superior – y los clientes están mejor (prefieren que parte de lo que pagan sea propina) porque así pueden supervisar el servicio y, con ello, inducir a los camareros a prestar uno de más calidad. Los dueños de los restaurantes también prefieren que haya propina porque si tuvieran que sustituir ésta por subidas en los precios de su menu, podrían ser percibidos por los clientes como más caros de lo que son. Además, el dueño del restaurante estaría pagando salarios (ahora con la propina incluida) ineficientes porque pagaría lo mismo al buen camarero y al mal camarero que, en otro caso, recibirían mayores y menores propinas respectivamente lo que favorecería la “selección inversa” en el sentido de que los mejores camareros preferirían abandonar ese restaurante y trabajar en otro donde puedan conservar sus propinas. En fin, concluye Azar, está el problema de la inercia en relación con las convenciones sociales.
Por otra parte, no parece que – en EE.UU., las propinas influyan en la calidad del servicio significativamente. En España puede ser distinto porque no hay tanta presión social para dar propina si el servicio no te ha parecido bien y la cuantía de la propina es inferior a la que se practica en EE.UU. El autor explica que la abundancia de clientes internacionales que desconocían la práctica de la propina norteamericana llevó a muchos restaurantes de Florida a sustituirla por un cargo por servicio, como es frecuente en los restaurantes italianos «pane e coperto». Pues bien, tras el cambio, el resultado es que la calificación del servicio tenía una asociación positiva mayor (en forma de mejores valoraciones en las plataformas como TripAdvisor) en los restaurantes en los que la propina era voluntaria que en los que se incluía como un cargo adicional.
Otro dato interesante es que los conductores y los camareros blancos reciben más propina que los negros y que las camareras reciben toda clase de comentarios sexualmente procaces aunque no parece que el hecho de que reciban propinas esté relacionado con la mayor o menor frecuencia de este tipo de conductas abusivas por parte de los clientes.
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