Foto de Francesco Ungaro en Unsplash
Creen que pueden escribir ficción y hacer "cencia" social al mismo tiempo. Alguien debería decirles que no es posible. O haces una cosa o haces la otra. Que cuenten cuentos y metan su moralina, victimismo y populismo en ellos. Pero que dejen claro que están contando un cuento. Porque el género de los cuentos va de verosimilitud, no de decir la verdad. Los datos, los hechos son irrelevantes para el cuento. Basta con que la historia sea coherente. Pero el género de la crítica social requiere - como gusta decir Lorenzo Warby - del "contraste con la realidad" (reality check) y ese contraste se hace confrontando las "historias" con los hechos, con los datos.
En esta columna, la escritora pone el ejemplo de una chica de 15 años, probablemente con algún trastorno mental, que decidió acostarse con todos los chicos que podía en el Portugal rural de Salazar de mediados del siglo XX. Se quedó lógicamente embarazada y no pudo determinarse quién era el padre así que sus padres se hicieron cargo de la niña-madre y de su bebé, otra niña, claro. En España, según cuenta Fernando Pantaleón en sus "bromas y veras", no habría ocurrido tal cosa bajo el franquismo: el juez le habría asignado el bebé al más rico de los potenciales padres y los demás chicos que se acostaron con la chica, ante el temor de ser condenados por estupro o algo peor, no habrían aparecido para alardear de que también ellos podían ser los padres.
Jorge parece decir que estamos volviendo al Portugal de los años cincuenta del siglo pasado. Que hay 32.000 maridos en el mundo que exhiben en tik-tok a sus esposas follando con ellos. No recuerda que el 2 % de las mujeres jóvenes en los EE.UU. están en onlyfans cobrando por exhibir su físico. Y, moralista ella, ensobra su historieta con una falacia de falso dilema de libro:
En nuestros días, paradójicamente, la tecnología ofrece nuevos medios que ponen a nuestro alcance mundos prodigiosos, mientras que, al mismo tiempo, las conductas se hunden en la grosería y la indignidad.
Pero el final del artículo es todavía más delirante.
La cadena de la humanidad se fundó sobre la premisa de que los seres humanos nacen de un acto único de intercambio íntimo. Más aún, mucho más allá de la procreación, el encuentro amoroso humano se basa en la idea de que el otro es un ser válido para nuestro propio ser. Incluso el frígido Kant, que consideraba el matrimonio un contrato —lo que muchos interpretan como una infamia—, fue capaz de vislumbrar los límites de la razón para no cosificar la relación amorosa. Escribió: “Tener en cuenta el consentimiento sexual del otro es indisociable del hecho de tratar a ese otro no solo como un medio, sino también como un fin”. El otro como fin en sí mismo es lo que se está poniendo en discusión en las cavernas que permite la luminosa internet, tan primitivas como el mundo que en otros tiempos reinaba en los corrales.
¿Los seres humanos nacen de un acto único de intercambio íntimo? Dígaselo a los matrimonios que tienen que recurrir a la inseminación artificial. Pero la progresista Jorge parece querer volver al catolicismo de Salazar con esa aparente referencia a que solo se debe follar si es porque uno está enamorado y quiere tener hijos porque en otro caso se estaría utilizando a la mujer como medio y no como fin. Y claro, no entiende a Kant y lo insulta. Pero es que Kant no escribía ficción ni la mezclaba con crítica social.
Jorge no está sola, está con Belén Gopegui y muchas otras mujeres y hombres en esta guerra por acabar con la separación de géneros (literarios). Lean, por ejemplo, a Ugarte en esta meliflua crítica a la inherente violencia del nacionalismo vasco. Ugarte es, cómo no, "escritor". El PNV no luchó contra la violencia nacionalista porque esa violencia le beneficiaba. La indecencia del nacionalismo vasco es inseparable de su actividad política.

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