Figura 1. Estados Unidos: Promedio de las Tasas de Crecimiento Promedio del Ingreso Real en Diferentes Puntos de Distribución del Ingreso Ponderado por la Población a Nivel Estatal (Promedios Decenales) contenida en el trabajo que resumimos en esta entrada
Tradicionalmente se ha sostenido que sin desigualdad de ingresos no es posible el crecimiento porque se necesita del ahorro para que haya inversión y sólo los ricos pueden ahorrar. La existencia de ricos y pobres en una Sociedad, en la medida en que existan vías de movilidad, incentiva a los pobres a esforzarse para pasar del lado de los ricos. Estos dos argumentos justificarían una relación positiva entre desigualdad y crecimiento económico. En sentido contrario, se argumenta que si hay una gran desigualdad en una Sociedad y ésta está organizada políticamente en forma de democracia, el votante mediano (que sería bastante pobre si la Sociedad es muy desigual) pediría impuestos elevados y mucha redistribución lo que desincentivaría los esfuerzos por innovar y mejorar, lo que reduciría la tasa de crecimiento. Este argumento ha sido replicado diciendo que “un votante mediano pobre podría votar también a favor de políticas redistributivas que no tienen por qué ser negativas para el crecimiento, como las inversiones en educación".
La discusión más reciente – dicen los van der Weide y Milanovic en el trabajo que aparece más abajo y que resumimos a continuación– afirma que “la desigualdad, en último extremo, está formada por distintos elementos algunos de los cuales pueden ser malos para el crecimiento económico y otros buenos”. Así, la desigualdad de oportunidades (por haber nacido en una familia pobre, por ejemplo) es mala para el crecimiento mientras que la desigualdad de esfuerzo (el que no es rico porque no quiere trabajar duro) es buena en cuanto incentiva a los más pobres pero con talento y ganas de esforzarse a trabajar. Otros trabajos (Voitschovsky) afirman que la desigualdad entre el 50 % más pobre es muy mala para el crecimiento mientras que la desigualdad entre el 50 % más rico es buena. Las razones parecen bastante intuitivas. Voitschovsky, nos dicen los autores,
se plantea la hipótesis de que la desigualdad entre los más pobres es mala para el crecimiento porque implica mayores niveles de pobreza, lo que, en presencia de restricciones crediticias, dificulta la adquisición de educación por parte de los pobres. También podría conducir a una mayor delincuencia e inestabilidad social. Por el contrario, se considera que un impacto positivo de la desigualdad entre los ricos en el crecimiento apoya un argumento teórico clásico que vincula una mayor desigualdad con un mayor ahorro, que financia inversiones que fomentan el crecimiento. De esta manera, Voitchovsky concilia básicamente tres teorías muy comunes que vinculaban la desigualdad y el crecimiento y que a menudo se presentaban como alternativas: las restricciones del crédito, la inestabilidad política y la propensión marginal al ahorro de los ricos. Según Voitchovsky, puede que todas sean ciertas, pero la mejor manera de capturarlas es mirando las diferentes partes de la distribución del ingreso.
Los autores llaman la atención sobre el hecho de que estos estudios se centran “exclusivamente en el crecimiento de los ingresos medios, esto es, del PIB per capita” cuando cabría pensar que, si de medir los efectos de la desigualdad económica sobre el crecimiento, lo correcto sería ver cómo afecta la desigualdad al crecimiento de los ingresos de los ricos y de los pobres, de los que tienen altos ingresos y de los que tienen bajos ingresos. Puede que la desigualdad sea buena para el crecimiento de los ingresos de unos y mala para el crecimiento de los ingresos de otro. O sea, lo del pollo y las estadísticas. De modo que los autores proceden a “… desagregar el crecimiento y verificar si el crecimiento de los ingresos de los pobres y de los ricos se ve afectado de manera diferente por la desigualdad”.
Utilizando datos norteamericanos relativos a los últimos 50 años y con las correspondientes regresiones para los distintos percentiles en la distribución de los ingresos en la población, el resultado es que
“una elevada desigualdad parece afectar – negativamente – sólo al crecimiento de los ingresos de los pobres”.
Lo que significa que cuando los estudios encuentran que la desigualdad tiene efectos positivos sobre el crecimiento económico, en realidad, lo que se descubre es que la desigualdad favorece el crecimiento de los ingresos de los más ricos (“el extremo superior de la distribución de los ingresos”), por tanto, un tipo de crecimiento “que estimula la desigualdad, aumenta el nivel de desigualdad” en una sociedad. Esta forma de abordar la cuestión tiene la ventaja añadida de explicar por qué los estudios anteriores no lograban ser replicados ya que explica “por qué la relación entre el crecimiento medio del ingreso y la desigualdad es tan frágil” lo que hace que “los efectos negativos y positivos (de la desigualdad en el crecimiento de los ingresos) de los dos extremos de la distribución del ingreso puedan anularse recíprocamente”. Los autores, además, confirman que la competencia de China es mala para los ingresos de los pobres pero buena para los ingresos de los ricos.
Los datos son norteamericanos. Los autores continúan diciendo que sus resultados son coherentes con la afirmación de muchos politólogos acerca del control del proceso político por parte de los ricos porque “más desigualdad hoy potencia una mayor desigualdad – todavía – para mañana” precisamente porque los ricos reciben la mayor parte de la riqueza generada por el crecimiento económico. Los ricos, que diría Rodrik, han conseguido no solo que las políticas que les convienen – que favorecen más el crecimiento de sus ingresos – sean aceptadas por toda la Sociedad sobre la base de que son buenas para todos (porque todos, en teoría, se benefician de un mayor nivel de crecimiento) sino que se detenga la redistribución de la riqueza generada por ese crecimiento, falta de redistribución que exacerba el nivel de desigualdad futuro. Los ricos ya no necesitan convencer a los pobres de que sólo aceptando sus políticas de crecimiento se podrá reducir en el futuro la desigualdad vía redistribución. El peligro para la cohesión social es evidente, especialmente si – como ocurre con los partidos populistas – se traduce en el rechazo por una parte de la Sociedad de las políticas económicas que favorecen el crecimiento. El juego “cataláctico” o cooperativo de suma positiva dejaría de jugarse a favor de interminables juegos de suma cero en los que el final es la pobreza generalizada.
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