Dos sujetos-agentes idénticos llevando a cabo acciones idénticas en el mismo contexto. La sola presencia de un delantal invita a los observadores a adoptar una perspectiva institucional que desencadena diferentes inferencias, predicciones y expectativas. En lugar de interpretar el comportamiento como una revelación del deseo de adquirir una botella de aceite de oliva de un agente, es más probable que lo interpretemos como una revelación de una obligación de rol, como reponer o comprobar la fecha de caducidad.
Imagina que Laura llega a una ciudad y va a un rent-a-car donde Pablo la recibe y la ayuda a rellenar el papeleo necesario. Mientras Laura rellena los formularios, se da cuenta de que la tarifa final es más alta de lo que esperaba y empieza a discutir con Pablo. Tras un minuto, Pablo se excusa brevemente, y unos minutos después, Alex aparece y retoma la conversación con Laura justo donde Pablo la dejó. Bajo la postura mentalista, la transferencia de las creencias, deseos e intenciones de Pablo a Alex resulta sorprendentemente extraña, y deberíamos esperar razonablemente que Laura se sorprenda por el intercambio fluido de parejas comunicativas. Pero el flujo ininterrumpido de la interacción no es sorprendente desde una postura institucional, donde reconocemos que una persona nueva (Alex) que ocupa el mismo rol (que desempeñaba Pablo) asumirá los objetivos y comportamientos atribuidos a ese rol (es decir, apaciguar a un cliente)... Imagínese la sorpresa que se llevaría Laura si estuviera discutiendo con un amigo estrecho y, de repente, como Pablo, el amigo se levanta de la mesa y en su lugar se sienta un amigo suyo que retoma la discusión donde la había dejado Pablo. En este caso, una transferencia de roles sería sorprendente, si no desagradable.
Las teorías de la inteligencia social humana en las ciencias cognitivas han estado dominadas por la idea de que las interacciones sociales humanas están respaldadas por la capacidad de mentalizar: (teoría de la mente) por la capacidad que tenemos para interpretar el comportamiento de otras personas atribuyéndoles preferencias, conocimientos y deseos. Esto nos permite explicar y predecir comportamientos, determinar cómo interactuar con los demás e incluso planificar cómo cambiar mentalidades. Es cierto que sólo los humanos tenemos una teoría de la mente tan compleja... Pero creemos que la inteligencia social humana se entiende mejor como la coevolución de dos sistemas de comprensión social: la postura mentalista que acabo de comentar y una postura institucional. El sustrato representacional central de esta postura institucional no implica representaciones de estados mentales... es un marco interpretativo generado por representaciones de estructuras sociales que especifican cómo interactúan los agentes entre sí en función de roles relativos con implicaciones normativas similares a reglas.
Perspectiva mentalista y perspectiva institucional
En este utilísimo trabajo para los juristas, los autores explican que la idea de lo que sea una "institución" y, en particular, las jurídicas como el matrimonio, la Agencia Espacial Europea, el contrato de trabajo o la sociedad anónima —y, en general, las corporaciones—se entiende mejor desde la denominada perspectiva institucional, distinta de la perspectiva mentalista.
Como se dice en el párrafo transcrito del trabajo, la perspectiva institucional explica la conducta del otro individuo con el que se interactúa en función de roles distribuidos en una estructura normativa; la segunda, en función de estados mentales: si la clienta Laura discute el precio del alquiler del coche con Pablo el empleado y, tras la marcha de este, otro retoma la conversación “donde se quedó”, la continuidad no se explica por Laura como un trasvase misterioso de creencias o intenciones, sino como la persistencia del mismo rol dentro de la organización empresarial, rol que antes desempeñaba Pablo y ahora desempeña Alex (al que Laura supondrá autorizado para tomar una decisión sobre la tarifa aplicable). Del mismo modo, cuando pedimos un café en un bar no necesitamos conjeturar deseos o intenciones del camarero: sabemos qué “debe” ocurrir porque el rol especifica tareas, poderes (p. ej., cobrar y preparar el pedido) y límites (p. ej., no regalar consumiciones). Incluso en interacciones complejas —un partido de fútbol, una gran junta de socios— el comportamiento de enormes números de individuos se vuelve predecible para cualquier miembro del grupo al que se le pueda suponer que conoce los roles de la institución. En un partido de fútbol, que conoce "las reglas del juego" y el papel que juegan el árbitro, el portero, un delantero o un defensa y los espectadores. Como dicen los autores, un extraterrestre no vería más que movimientos aleatorios de los individuos (y no todos) y un experto vería un "ballet" más o menos perfectamente ejecutado. Un indígena del Amazonas no entendería por qué, al final de una representación teatral, los asistentes patean o aplauden. La coordinación entre los jugadores tiene lugar sin comunicación explícita y, a veces, sin teoría de la mente activa.
En las corporaciones (asociación, fundación, sociedad anónima y cooperativa), los roles se describen como cargos y órganos a los que las reglas jurídicas y los estatutos de la corporación atribuyen funciones, competencias e imponen deberes y límites. Cuando alguien actúa lo interpretamos en términos de si está ejerciendo correctamente las funciones de su cargo. Y si no lo hace, puede que sea porque ya no ocupa el cargo o porque está desempeñando otro rol. Por eso no podemos apresurarnos a acusarle de incumplir.
La relación evolutiva entre la perspectiva mentalista y la institucional es semejante, de algún modo, a la relación evolutiva entre el intercambio y el trabajo en común. Aunque intuitivamente la primera debió de preceder a la segunda, lo más probable es que ambas coevolucionaran. Lo sabemos porque hay animales sociales que han desarrollado "instituciones" en este sentido de asignación de roles y carecen de mentalización. Antes que atribuir estados mentales a otros individuos de su especie, muchas especies de animales pueden interactuar con otros individuos de su misma especie, esto es, ser animales sociales gracias a estructuras proto‑institucionales como el parentesco o jerarquías de dominancia que codifican regularidades de conducta sin requerir representación explícita de “roles”. Basta con que el animal pueda identificar quién es pariente y quién no o qué lugar ocupa el individuo en la jerarquía social.
Con el aumento de la complejidad social emerge la capacidad para cambiar de papel/rol según el contexto, lo que exige una capacidad psicológica nueva: la de representarse abstractamente el rol y distinguirlo del individuo que lo está desempeñando (entender que Pablo "está actuando como administrador social" al comienzo de la junta de accionistas pero que ahora lo hace como accionista que ostenta el 30 % del capital social y se ha procedido a votar las propuestas correspondientes a los acuerdos sociales listados en el orden del día de la reunión). La importancia de esta "nueva" capacidad psicológica es que es generativa: no solo nos permite comprender las instituciones existentes, sino que podemos inventar nuevos roles en el marco de interacciones cada vez más complejas y, por tanto, nuevas instituciones.
Complementariedad y coevolución entre la perspectiva mentalista y la institucional
Se entenderá que se diga que ambas perspectivas (mentalista e institucional) se complementan. La mentalista es idonea para contextos o situaciones novedosas. Hay que adivinar qué piensa, quiere o planea el otro para ajustar nuestra conducta y poder lograr la coordinación con el otro o su destrucción si es un rival o enemigo. Recuérdese la historia que cuenta Olson recogida de Herodoto. Los fenicios que acudían hasta lo que hoy es Cádiz para comerciar con los nativos dejaban los productos que querían vender a los locales en la playa y se volvían al barco encendiendo un fuego para que el humo sirviera de señal. Los locales se acercaban entonces, los examinaban y dejaban a cambio el producto local que servía de precio (oro). Si los fenicios consideraban suficiente dicho precio, recogían el oro y zarpaban. Si les parecía insuficiente, lo dejaban en la playa. Los locales volvían y añadían más oro hasta que los fenicios se daban por satisfechos. ¿Por qué los locales no se limitaban a llevarse la mercancía fenicia y no volver a aparecer? Porque si lo hacían, perderían las ganancias de los futuros intercambios. Los fenicios no volverían a aparecer por allí. Y los fenicios sabían que los gaditanos entenderían que eso sería lo que ocurriría. La situación - aparición de gente con intención de comerciar, no de guerrear - era novedosa para los gaditanos. La teoría de la mente de la que disfrutamos los humanos les ayudó a coordinarse con los fenicios.
Pero la teoría de la mente es costosísima en términos de los recursos cognitivos que demanda, de manera que cuando las interacciones son repetidas y "estructuradas", la teoría institucional permite maximizar la cooperación y minimizar los costes cognitivos (sabemos qué podemos esperar). Sólo "encendemos" la mentalización cuando algo nos sorprende porque alguien no se está comportando de acuerdo con el rol que le hemos asignado. Y es que el empleo de "modelos" es universal en el conocimiento humano, no solo en la ingeniería.
En la psicología del desarrollo, se observa que niños de tres años, que fracasan en tareas clásicas de falsa creencia (el adulto que busca un objeto escondido donde el adulto cree que puede estar, no donde el niño-espectador 'sabe' que está porque un tercero lo ha cambiado de lugar mientras el adulto no estaba presente), razonan correctamente cuando el mismo escenario se formula como aplicación de una regla (“las muñecas van en la caja de juguetes”) lo que les lleva a anticipar que el adulto buscará la muñeca en la caja de juguetes, anticipando la conducta que corresponde al rol y a la regla vigente, no a la creencia individual. Atribuciones típicas de la teoría de la mente (p. ej., “el personaje que trata de impedir que otro haga algo tiene malas intenciones” o “quien asume más coste revela preferencia más fuerte”) cambian cuando interpretamos al agente como ejecutor de un rol: impedir que otro haga algo puede ser un requisito del cargo (el de policía); soportar un coste, la consecuencia normativa de la función (la maestra que los niños guarden los juguetes tras acabar de jugar). Los niños, además, buscan activamente aprender normas, infieren su ámbito subjetivo (a quiénes vinculan) por mera observación y comienzan a organizar esas normas en representaciones basadas en roles. Todo ello sugiere que la perspectiva institucional emerge a muy corta edad, se especializa y estructura el razonamiento social incluso antes de una mentalización madura.
Trasladado a las instituciones jurídicas
como un contrato de compraventa, un préstamo, o una relación laboral y, en especial, a las instituciones que articulan jurídicamente relaciones estables y duraderas de grupos de individuos que darán lugar a múltiples interacciones entre los miembros del grupo, como el matrimonio y la familia, las sociedades y las corporaciones, esta perspectiva institucional se traduce en construir la corporación como un sistema de cargos y órganos dotados de competencias, poderes y deberes, con limitaciones que no dependen de las preferencias personales del titular, sino del contenido normativo del rol: el presidente de la junta convoca la reunión y dirige los debates, da y quita la palabra y proclama los resultados. Resultaría incongruente con ese rol que uno de los accionistas se dirigiera a él pidiéndole un café. El consejo de administración o la junta directiva de una asociación adopta acuerdos en el marco de sus competencias y otorga poderes para que el apoderado pueda celebrar contratos con terceros en nombre de la asociación pero sería incongruente que pretendiera decirle a un accionistas a qué colegio debe llevar a su hija. El administrador gestiona y puede dar órdenes a los empleados de los que se espera que obedecerán pro no lo harán si se encuentran al administrador en el cine y a éste se le ocurre pedirle que le compren palomitas. El socio puede reclamar que le envíen los documentos que se van a aprobar en la Junta pero no puede pretender usar el coche del presidente para llevar a su hija al colegio. La previsibilidad de la conducta deriva, pues, de la adscripción a un rol y del conjunto de reglas constitutivas y regulativas que lo definen, lo que permite anticipar acciones sin tener que reconstruir intenciones particulares caso por caso.
Normas sociales y normas jurídicas
Los autores explican que los sociólogos clasifican las normas sociales en “injuntivas” y “descriptivas”. Las primeras son las que prescriben lo que “debe” hacerse y cuya fuerza proviene de la presión social o de la expectativa de sanción (por ejemplo, guardar silencio en una biblioteca porque se considera obligatorio). Normas descriptivas, en cambio, no imponen deberes, sino que reflejan patrones de conducta habituales en un grupo, sin mecanismos de coerción (por ejemplo, aplaudir al final de una obra de teatro porque “es lo que se hace”). Y añaden que las normas institucionales no encajan del todo en esta dicotomía. Se caracterizan por tres rasgos: (1) son dependientes del rol, es decir, su alcance se define por el cargo y su posición en la estructura institucional (Pablo no tiene que traerle palomitas a Pilar cuando ambos están en el cine, pero sí que tiene que traerle un café si están en el bar, Pablo es el camarero y Pilar una clienta o en la oficina y Pilar es su jefe y Pablo su asistente personal); (2) el cumplimiento se interpreta como consecuencia causal de ocupar el rol, no como mera prudencia frente a sanciones ni como simple imitación de lo que hacen otros (Pablo ha aceptado el ‘rol’); y (3) el incumplimiento suele verse como indicio de que el agente ha dejado de actuar en ese rol, más que como falta castigable o como evidencia de que la norma “deja de describir” la práctica del grupo (Pablo el camarero no trae el café a Pilar porque ya se ha quitado el delantal porque su turno ha acabado). Así, en una corporación, si un administrador actúa fuera de su competencia, no decimos que “ha desobedecido una norma”, sino que ha actuado ultra vires, lo que afecta a la validez del acto y a su imputación jurídica (un iusprivatista dice, en un caso así, que en el mundo jurídico hay más normas que las del Código Penal). De ahí que, en sociedades y corporaciones, muchas discrepancias se tramiten como problemas de competencia y validez/eficacia del acto y no primariamente como conflictos de intenciones subjetivas. La estructura institucional agrega y encadena reglas en redes de roles, transformando un inventario difuso de prescripciones en un sistema interpretativo operativo que confiere estabilidad a las expectativas (podemos saber cómo se van a comportar los demás) y, con ello, reduce los costes de la coordinación.
Instituciones y libertad de pactos: coordinación mecánica y coordinación contractual
A diferencia de los precios en los mercados de competencia perfecta donde no hay espacio para que las partes del intercambio acuerden uno diferente (por eso se dice que los que operan en un mercado competitivo son ‘precioaceptantes’), los individuos disfrutan de un amplio margen de libertad dentro de la institución.
A la luz de lo que se acaba de explicar, resulta bastante obvio: la mentalización reduce los costes de coordinación en las relaciones interindividuales; la perspectiva institucional los reduce aún más y lo hace porque “modeliza” las relaciones sociales asignando posiciones abstractas a los demás individuos, posiciones que nos permiten entender y predecir su conducta.
Pero la minimización de los costes de la interacción coordinada sólo se logra cuando ésta se “mecaniza” como ocurre con los precios o con la coordinación mecánica que logra una máquina o logran los genes o cualquier interacción química o biológica. En las relaciones sociales que tienen lugar en el marco de una institución, hay por el contrario mucho espacio para la coordinación explícita y este espacio está delimitado por “metarreglas”. Por ejemplo, en un contrato de trabajo, la “metarregla” que es el “poder de dirección” del empleador “rellena” toda la relación entre los sujetos que desempeñan el papel de “empleador” y de “trabajador”. El empleador puede cubrir todas las "lagunas" que haya en el contrato de trabajo dentro del marco de la institución laboral. Pero en el matrimonio, la “metarregla” que es que las decisiones que afecten a la familia se toman de común acuerdo obliga a los cónyuges a negociar explícitamente buena parte de tales decisiones.
De ahí que se diga que la libertad contractual también tiene un papel en el seno de las instituciones. En el caso del matrimonio, los cónyuges pueden acordar lo que les parezca sobre el patrimonio conyugal a través de capitulaciones matrimoniales (art. 1323 CC) y los socios de una sociedad anónima pueden incluir los pactos que tengan por conveniente (art. 28 LSC). Decir que la sociedad anónima es una institución no es incompatible con reconocer el papel de la autonomía privada y la libertad contractual en la ordenación de las relaciones entre los accionistas y de estos con los administradores.
Julian Jara-Ettinger and Yarrow Dunham, The Institutional Stance, forthcoming, Behavioral and Brain Sciences 2025
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