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Adam Smith fue una figura prominente e influyente en los círculos de Edimburgo. Asistía a las reuniones de la Select Society y del Poker Club y acudía a las cenas incluso de ciudadanos no intelectuales. Como invitado, podía ser complicado. Rara vez hablaba, pero cuando lo hacía, soltaba largos discursos. Alexander Carlyle recordaba a Adam Smith como "el hombre más ausente que he visto nunca, siempre moviendo los labios y hablando consigo mismo, y sonriendo, en medio de un montón de gente" Una vez, Smith había comenzado una larga arenga criticando a un importante político escocés y alguien, discretamente, le señaló que un pariente muy próximo del criticado estaba en la reunión. "No importa, no importa", murmuró Smith, "es verdad todo".
Esta anécdota la narra Arthur Herman en su libro How the Scots Invented the Modern World, 2001, p 196 y en la recensión a la biografía de Adam Smith de Jesse Norman. En esta recensión, explica brevemente el objetivo de Adam Smith en lo que a la naturaleza moral del hombre se refiere:
Lo que Smith hizo en su Teoría de los sentimientos morales, publicada diecisiete años antes de La riqueza de las naciones, fue, en primer lugar, revisar el sentido moral innato de Hutcheson a la luz más dura de la idea de Hume de que la sociedad no puede simplemente confiar en una bondad moral innata de los seres humanos si quiere conservar la paz social. En segundo lugar, moderó la implacable pasión de Hume por el interés propio con algo más elevado y más noble: lo que Smith llamó "sentimiento de compañerismo" y nuestra identificación natural con otros seres humanos. Cuando vemos sufrir a otros, sufrimos, en nuestra imaginación. Cuando los vemos felices y contentos, nuestra imaginación nos hace sentir la misma satisfacción y nos inspira a buscar formas de extender esa satisfacción tanto para ellos como para nosotros mismos; o, alternativamente, para aliviar el sufrimiento de los que sufren.
Pues bien, la moralidad para Smith, es más que un simple ejercicio de autocontrol u obediencia de las normas sociales. Implica un salto en la imaginación que nos permite ponernos en el lugar de otro y luego nos estimula a hacer lo correcto, ya sea para aliviar el sufrimiento o mejorar el bienestar del otro, porque entonces sentimos el mismo bienestar: así como las mejores leyes del gobierno, concluyó Smith, tienen objetivo y efecto evitar que "dañemos o perturbemos la felicidad de los demás"...
Del mismo modo, la contemplación de una persona más rica que nosotros, nos estimula... a querer ser ricos también. "Los placeres de la riqueza y la grandeza", escribió Smith, "golpean la imaginación como algo grandioso, hermoso y noble, cuyo logro bien vale todo el trabajo y la ansiedad que estamos tan dispuestos a desarrollar".
Ese pasaje crucial no se encuentra en La riqueza de las naciones, sino en la Teoría de los sentimientos morales. Pero la idea es cierta para ambos. Al final, concluye Smith, lo que hace ricas a las naciones no son los recursos naturales, la geografía o la tecnología superior (el bestseller de Jared Diamond Guns, Germs, and Steel inspiraría risas del profesor de filosofía moral de Edimburgo), sino el poder de la imaginación: la sociedad que es más capaz de aprovechar las energías de las personas con la imaginación para verse a sí mismas como ricas y dedicarse con constancia a conseguirlo, creará riquezas con las que otras sociedades difícilmente pueden soñar. "Es este engaño", escribe Smith, refiriéndose al truco que juegan nuestras mentes para inspirar nuestra búsqueda de riqueza, "lo que despierta y mantiene en continuo movimiento la industria de la humanidad", una visión también conocida como capitalismo.
Herman concluye su recensión con una crítica al dibujo que hace Norman de Adam Smith como un conservador compasivo. Adam Smith era consciente de los límites del mercado pero temía mucho más al intervencionismo estatal, balance que se condensa en esta cita: El esfuerzo natural de cada individuo por mejorar su condición
es un principio tan poderoso que es el único, sin ninguna ayuda, no sólo capaz de llevar a la sociedad a la riqueza y la prosperidad, sino de superar los cientos de trabas impertinentes con las que tan frecuentemente la locura de las leyes humanas interfiere en él.
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