domingo, 4 de julio de 2021

De cómo los catalanes no nacionalistas se convirtieron, voluntaria y alegremente, en ciudadanos de segunda, extranjeros en su propio país


Desde fuera de Cataluña, los españoles que no somos de izquierdas tenemos dificultades para comprender a los votantes catalanes. El análisis desde otras zonas de España puede formularse así.

En el País Vasco, los terroristas nacionalistas mataban o extorsionaban a los que se salían de la línea oficial marcada por el nacionalismo, de modo que la “espiral del silencio” (de la que habla también Iván Teruel al final de su libro) se entendía perfectamente: o te marchabas del País Vasco o te callabas. El resultado ha sido la desaparición del terrorismo pero no la desaparición del nacionalismo terrorista. Bildu es un partido nacionalista terrorista en el sentido de que considera legítimo el uso del terrorismo como herramienta de acción política y la prueba irrefutable de que tal es la ideología de ese partido es que no condena el terrorismo practicado por los nacionalistas durante los últimos cincuenta años. Y no lo hace – no cabe deducir otra cosa – no porque no haya tenido ocasión y razones para hacerlo, sino porque cree que asesinar y extorsionar a la población no afín es una herramienta legítima de la confrontación política. El resultado es la hegemonía completa del nacionalismo en el País Vasco. En las Vascongadas ya no quedan prácticamente representantes no nacionalistas en el Parlamento Vasco. Las dos principales fuerzas son el nacionalismo no violento y el nacionalismo terrorista (en el sentido apuntado más arriba). El tercero es un partido socialista que se ha unido definitivamente a la fiesta nacionalista.

En Cataluña no ha habido – significativamente – terrorismo pero el plan de “nation building” se ha ejecutado con semejante eficacia allí y en el País Vasco. Y los nacionalistas catalanes han conseguido, sin terrorismo mediante, meter a la población “en cintura” y en la “espiral de silencio”. Y, del mismo modo, el Partido Socialista se ha unido a los nacionalistas (de extrema derecha y extrema izquierda) para arrinconar a los no nacionalistas (pacto del Tinell extendido al PP primero y luego a Ciudadanos).

¿Por qué los no nacionalistas en Cataluña han aceptado esa sumisión? 

¿Por qué han llegado a decir – como el autor del libro – que la escuela catalana es un remanso de paz y que no hay ningún problema con la inmersión? Creo que, de todo el libro, los párrafos que reproduzco más abajo explican perfectamente por qué han ocurrido las cosas así. 

Pero antes quiero señalar que la hegemonía nacionalista en Cataluña y el País Vasco, una vez que el PSOE se ha vuelto nacionalista, es irreversible. En el País Vasco porque no queda esa minoría discrepante que pudiera revertir el consenso nacionalista, sobre todo, porque son conscientes que sólo desde el nacionalismo podrán chantajear con suficiente fuerza al resto de los españoles para que sigamos financiando su bienestar (4000 millones de euros sólo para cubrir su déficit de pensiones). El resto de esa minoría ha abandonado el País Vasco en los últimos 40 años. En Cataluña por lo que explica Iván Teruel en estos párrafos. 

Tras contar anécdotas – ninguna demasiado significativa – que reflejan el control de los nacionalistas sobre la administración pública catalana y su "apostolado" para conducir a los castellanohablantes a cambiar de lengua en sus relaciones sociales explica cómo decidió someterse voluntariamente a la hegemonía nacionalista. Cómo decidió convertirse en un “esclavo feliz”. Cómo renunció a ser tratado como un ciudadano de primera con los mismos derechos que los demás y cómo ese “contrato de esclavitud” voluntariamente firmado se expresó en el uso de la lengua catalana renunciando a usar su lengua materna, el español. Entiendo tan bien a Iván Teruel que yo mismo escribí hace algunos años – desde Madrid – que el supremacismo nacionalista en relación con la lengua podía estar justificado (lean, no obstante, el oportunísimo comentario a esa entrada). La próxima parada es Navarra, la siguiente Baleares y la última, esperemos, Valencia.

… Todas esas reprobaciones o comentarios despectivos a los que me enfrenté por hablar en castellano, tomados en el conjunto de los años de mi experiencia vital hasta entonces, no son suficientes ni para establecer una condena a la totalidad de la situación sociolingüística ni para ejercer algún tipo de presión sobre mi conducta… Pero la verdad es que, a partir de un determinado momento… decidí que siempre hablaría en catalán cuando mi interlocutor utilizara esa lengua. Me convencí – y así recuerdo habérselo justificado a algunas personas de mi entorno – de que era una muestra de respeto hacia la cultura catalana expresarse en la denominada lengua propia del territorio: al fin y al cabo, los catalanohablantes tenían todo el derecho del mundo a querer que sus interlocutores hablaran en aquella lengua que era indisociable de la dimensión más emotiva de la identidad. De repente… incorporé todo el arsenal de argumentos y mantras del discurso nacionalista. Incluso, cuando era capaz de someter mi decisión a un filtro más racional y me preguntaba de qué modo se justificaba que yo tuviera que cambiar mi lengua para respetar a mi interlocutor y, en cambio, tuviera que asumir que no era ninguna falta de respeto que se dirigieran a mí en catalán siendo yo castellanohablante, me respondía a mí mismo que, claro, el catalán era la lengua del territorio y, por tanto, quienes debían hacer el esfuerzo eran quienes habían llegado de fuera, por más que yo ya hubiera nacido en Cataluña.

Así que, de pronto, asumí mi condición de extranjero, convertí mi lengua en una lengua foránea, una lengua que solo debía utilizar con familiares y amigos cercanos. Y, en ocasiones, incluso, llegué a quererme distinguir de ellos delante de los demás: recuerdo, por ejemplo, que una vez fui a cenar con mis padres y mi hermano a un restaurante para celebrar mi cumpleaños y que, mientras ellos pidieron sus platos en castellano, yo me dirigí al camarero en catalán. Ahora soy capaz de ver que al querer demostrar que yo podía hablar perfectamente en catalán estaba dejando en evidencia a mi familia a ojos de cualquier nacionalista. Y ahora soy capaz de percibir, también, que en realidad quien quedó en evidencia fui yo.

E insisto: durante mucho tiempo quise convencerme de que aquella elección había sido libre, una muestra de mi buena disposición hacia la diversidad lingüística y la integración cultural, un modo, también, de mejorar mi nivel oral en lengua catalana… Me convencí de eso, aunque siempre sentí, oscuramente, que había algo forzado en mis argumentos…

… todas aquellas veces en que me afearon hablar en castellano, o me despreciaron por hacerlo, o me conminaron a hablar en catalán, o se interesaron por mi capacidad para expresarme en la llamada lengua propia del país fueron provocando una mella interna… aposentando mi sentimiento de paria… desbrozando el terreno para mi… rendición… Empecé a hablar en catalán con mayor frecuencia porque intuitivamente supe que aquella era la única forma de acabar con (esos)… episodios que siempre me dejaban un malestar muy intenso en la conciencia, que siempre alcanzaban con una precisión lacerante, el centro exacto de la diana de mi orgullo… Lo que conviene preguntarse… es si la defensa y promoción del catalán justificaba… ese sutil hostigamiento del que fuimos y somos objeto quienes teníamos y tenemos el castellano como lengua materna. O lo que es lo mismo: hasta qué punto la defensa de esa especie de derecho colectivo, articulado en torno a un intangible – la salud del catalán –, puede pasar por encima de los derechos y la dignidad individuales”.

Iván Teruel, ¿Somos el fracaso de Cataluña? La voz de los desarraigados, 2021, pp 192-195

3 comentarios:

Iván Teruel dijo...

Estimado Jesús:

En primer lugar, muchas gracias por dedicarle una entrada de su blog a mi libro. Simplemente quería aclarar un aspecto que igual no quedó del todo claro en el libro, a pesar de que creo que insistí mucho en él: la sustitución de la lengua de relación habitual en ciertos entornos y la adopción de algunos argumentos del discurso nacionalista (que en mí caso fueron transitorias) en ningún caso supusieron una elección “voluntaria y alegre”, sino que fueron consecuencia de esa sutil presión tan característica en la sociedad catalana y que cuesta tanto tasar desde dentro y comprender desde fuera. Se trata de una red múltiple de pequeños detalles que se retroalimenta de multitud de acciones institucionales que la refuerzan, lo cual configura una cosmovsión muy particular, inserta en el imaginario incluso de muchos catalanes que se autoproclaman no nacionalistas.

Curiosamente, en una colaboración que me han pedido para un volumen que saldrá hacia finales de año, yo también reflexiono sobre las diferencias entre el caso del País Vasco y el de Cataluña: ¿cómo, efectivamente, íbamos a hablar de espiral de silencio en Cataluña mientras en el País Vasco se mataba a gente?, ¿cómo equiparar el grado de influencia de los tiros en la nuca y los coches bomba con una mirada, un gesto, un comentario? Pero, de manera contraintuitiva, como expongo en esa colaboración, en Cataluña el proceso de “nacionalización” fue tan gradual y tan sutil que el nacionalismo de alguna manera suplantó la realidad. Un muerto era un hecho incontestable. ¿Cómo, sin embargo, registrar la lluvia fina? En Cataluña, ser considerado “facha” era una especie de muerte civil. Y en facha se convertía todo aquel que cuestionaba cualquier principio nuclear del nacionalismo: la idea de nación, la inmersión lingüística, el supuesto expolio fiscal.

Aun así, en mi caso, durante bastantes años, cuando algunos conocidos en circunstancias parecidas a las mías (mismo origen humilde y misma lengua materna) ya habían completado su proceso de sustitución lingüística, cultural e ideológica, yo seguía hablando en castellano casi con todo el mundo y no tenía reparos en cuestionar el credo nacionalista. Fue a raíz de la entrada en el mundo de la Enseñanza (y hay que vivir desde dentro el mundo de la enseñanza, esa sensación absoluta de unanimidad), cuando, al encontrarme con un micromundo que era la reproducción a escala de la sociedad ideal del nacionalismo, cambié mi lengua de relación habitual e incorporé algunos mantras del nacionalismo. Ni siquiera fue un proceso del que fuera consciente al principio. Necesité distanciarme de todo para darme cuenta de que mi cambio de actitud había sido una cesión a la presión ambiental (y fue algo que duró apenas unos pocos años, porque cuando se inició el “procés” ya me las empecé a tener tiesas con varios compañeros, cosa que explicaré en el segundo volumen del libro).

En todo caso, insisto, no fue algo “voluntario y alegre”, sino inconsciente y doloroso, porque (aunque solo después me di cuenta) todas las veces que me habían afeado hablar en castellano me habían provocado una mella interna. Hay gente de mi entorno, que se declara no independentista, que dice haber vivido otra realidad, que a ellos nunca les reprocharon hablar en castellano, pero yo sé que muchos de ellos siempre se dirigían en catalán a los catalanohablantes y en castellano a los castellanohablantes, y así no podía haber conflicto. A mí me afearon hablar en castellano porque incluso a los catalanohablantes les hablaba en castellano, sin complejos durante mucho tiempo. En otra ocasión contaré cómo condicionan la elección de la lengua incluso en los más pequeños, cosa que nos está ocurriendo con mi hija pequeña, que tiene ahora cuatro años. Sigo:

Iván Teruel dijo...

Un último apunte, para no alargarme: hay muchos castellanohablantes en Cataluña que no renuncian a su lengua materna. Pero para esos el ascensor social está prácticamente vedado (a no ser que te llames, por ejemplo, Lionel Messi). O por decirlo con un contrafáctico: si yo hubiera acabado de albañil como mi padre, no habría experimentado ese proceso de sustitución. Tampoco mi padre, como siempre me reconoce, tuvo casi ningún problema por hablar en castellano, porque para trabajar en la obra no hacía falta saber hablar catalán. A mi madre, en cambio, que limpiaba casas de burgueses “oprimidos” sí que le reprocharon que después de tantos años no hubiera aprendido el catalán, cosa, por cierto que, según me cuenta, también le han dicho a mi suegro, originario de Cádiz, en incontables ocasiones. El conflicto solo surge en determinados ambientes.

En fin, que muchas gracias de nuevo por la entrada y por la lectura. Un saludo cordial,

Iván Teruel

JESÚS ALFARO AGUILA-REAL dijo...

Gracias a ti, Iván por haber escrito el libro y el comentario. El título de la entrada era provocador. Nadie toma una decisión así alegre, libre y voluntariamente. Es un ejemplo de autodomesticación, por expresarlo en los términos de la psicología evolutiva. El ansia de pertenecer, de ser aceptado en el grupo conduce a esos procesos cognitivos.
Te deseo, en todo caso, mucho éxito en tus próximas aventuras literarias y vitales. Las historias de tu familia son lo mejor del libro.

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