A mi ex-alumna Elisa Castillo Nieto
Nunca leo la columna de Almudena Grandes en la contraportada de EL PAIS. Leí una hace muchos años y – ¡la vida es corta! – decidí invertir mi tiempo en otras cosas. Tampoco he leído ninguna de sus novelas aunque sospecho que, ceteris paribus, son mejores que sus columnas. Esta literata con púlpito disparata tanto como el que más. Pero en su columna de hoy, se ha superado. No tiene ni idea de lo que es un empresario ni de lo que es el presupuesto público ni de lo que son los servicios públicos ni de cómo se financian. No sabe nada de todo eso pero escribe como si supiera. Esto sí, cargada de ideología y superioridad moral hasta las trancas.
La columna nos pide que hagamos un ejercicio de imaginación y pensemos en un empresario de éxito. Según ella tal es alguien que “ha sabido diversificar sus inversiones hasta crear un grupo de empresas que abarca diversos sectores”. Entonces imagina que los vecinos – sus paisanos – se manifiestan exigiéndole que subvencione a sus competidores “es decir, que se gastara el dinero en financiar a su propia competencia”. Luego se pregunta retóricamente qué nos parecería tal imposición y se contesta diciendo “un disparate, sin duda”. “Nadie tiene derecho a obligar a nadie a gastar su dinero en favorecer a otros… un atropello”.
Descrito el símil, se lanza contra la subvención pública a la enseñanza que imparte la iglesia católica (no la nombra, claro).
La vulgaridad de la comparación es tan patente que incluso un literato debería haberse percatado de que no hay por donde cogerla. Este texto puede ser usado con provecho en la secundaria para descubrir las incoherencias lógicas de escritores superventas que, además, no se tienen por Corín Tellado, sino por pertenecer a la “crema de la inteletualidá”.
Obviamente, Grandes no sabe lo que es un empresario. Un empresario no diversifica. Diversifican los inversores, los ahorradores a través de los mercados de capitales. Los empresarios, al revés, se concentran en hacer eso que saben hacer mejor que nadie – a menor coste –. Principio número uno de una economía que funciona con arreglo a criterios de competencia.
Segundo, parece que Grandes cree que los empresarios de éxito son los que crean conglomerados. No. Apenas quedan conglomerados de éxito (el último quizá sea General Electric).
Tercero, el Estado no compite con los particulares. Regla número dos de una economía de mercado. Si el Estado decide que una actividad se presta en exclusiva por la Administración pública, no tiene más que publicar la correspondiente norma en el BOE. Pero los ciudadanos, que tienen derechos – el Estado no los tiene –, deciden en la Constitución y en las leyes cómo ordenar la actividad del Estado.
Es sabido que Grandes es comunista – o casi – y tan inocente que no se da cuenta de la gravedad de su afirmación: “Nadie tiene derecho a obligar a nadie a gastar su dinero en favorecer a otros… un atropello”. Esta frase la habría firmado Milton Friedman y, entre gente más a la altura de Grandes, Juan Ramón Rallo. Es el principio más genuino del libertarismo: con mi dinero hago lo que me da la gana y nadie puede obligarme a ayudar a los demás. Quizá, Grandes, esté ganando dinero de verdad con su trabajo de escritora y haya pasado de ser vanguardia consciente del proletariado a vanguardia consciente de sí misma; haya salido de la gruta, vamos.
Pero la inconsciencia de que una comunista defienda que la gente haga con su dinero lo que le dé la gana se explica por su furor anticatólico. Y aquí es donde la ira (de la frase cum studio et sine ira) le pierde. La comparación entre el Estado y un empresario es ridícula. La comparación entre la actividad empresarial y la prestación del servicio público de educación por parte del Estado, también. El Estado no es un particular que puede hacer con su dinero lo que quiera. El Estado somos todos (salvo para la vicepresidenta del gobierno, para quien el dinero público no es de nadie ni de Nadia Calviño) y el dinero del Estado es dinero que nos arrebata a todos los ciudadanos vía impuestos. Se llaman “impuestos” porque son “impuestos”, es decir, porque la voluntad del sujeto que los paga es irrelevante respecto de su obligación de hacerlo. Por tanto, el Estado tampoco tiene libertad ninguna para gastar ese dinero. Y si los ciudadanos – en la Constitución o en las leyes – decidimos que queremos que los padres puedan elegir enviar a sus hijos a una escuela gestionada por la Administración pública o a una gestionada por una organización privada, es obvio que la voluntad de los ciudadanos, expresada en las leyes ha de respetarse. Es el dinero de los ciudadanos, que tienen derecho a que sus hijos tengan una educación gratuita y acorde con su concepción de la vida, el que maneja el Estado. Por tanto, cuando los “vecinos” del empresario del cuento de Grandes exigen subvenciones para la enseñanza concertada no están pidiendo a nadie que, con su dinero – de él – les favorezca – a ellos –. Están pidiendo que el gasto público se destine a lo que ellos creen que debe destinarse. Del mismo modo que todos los comunistas de izquierdas y derechas piden que se subvencione a los agricultores, a los que diseñan huertos urbanos, a los que dan cursillos de perspectiva de género o de cómo okupar casas.
De la cuestión de fondo – si deberíamos excluir a las escuelas no gestionadas por la administración pública de las subvenciones – no diré nada. Pero si Grandes se aplicara a estudiar los temas antes de escribir ataques furibundos contra todas las instituciones que asigna a una concepción conservadora de la vida, tal vez pediría que se gaste menos en subvencionar a los vividores de la “cultura” – clérigos no religiosos en general – y más a mejorar las peores escuelas de nuestro país.
3 comentarios:
Tenga vd. en cuenta que su fama le vino por "Las edades de Lulú", premio Sonrisa Vertical en su día y llevada al cine en brevísimo plazo. Y la siguiente obra importante es "Malena es nombre de tango", que no recuerdo bien pero que me suena que también tiene alguna que otra tórrida escena.
Pero, como toda situación susceptible de empeorar empeora, acaban de nombrar a su cónyuge Director del Instituto Cervantes, así que ... tenemos asegurada su literatura!
Pensaba, profesor Alfaro, que tenía Ud. en mejor concepto intelectual a Juan Ramón Rallo, por muchas discrepancias ideológicas, económicas o jurídicas que pudiera tener con él.
Comparar a Rallo con Grandes o ponerles en el mismo nivel / escalafón es de traca, cualquiera que sepa algo de él, le conozca personalmente o le haya seguido mínimamente lo sabe. Y más cuando recuerdo que una vez Ud. mismo dijo, al soltar Rallo que la Seguridad Social era un esquema Ponzi, que eso era una gilipollez impropia de él.
En fin, yo creo que hacer esa comparación Rallo/Grandes es impropia de usted...
Un saludo cordial.
Come on! Alberto. No estoy comparando a Rallo con Grandes, digo sólo que, al lado de Friedman, Rallo está más próximo al nivel de Grandes.
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